sábado, 20 de abril de 2013

DIÓCESIS

+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas


Olor de ovejas
IV Domingo de Pascua




Hechos de los Apóstoles 13, 14. 43-52: “Ahora nos dirigiremos a los paganos”
Salmo 99: “El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya”
Apocalipsis 7, 9. 14-17: “El Cordero será su pastor y los conducirá a las fuentes del agua viva”
San Juan 10, 27-30: “Yo les doy la vida eterna a mis ovejas”
Pastores con olor a oveja
Palabras sencillas, pero palabras llenas de profundidad. Apenas iniciado su “servicio”, como él prefiere llamarlo, como Obispo de Roma, el Papa Francisco se dispuso a la celebración de la Semana Santa. Y en unos cuantos signos nos ha cuestionado sobre el sentido de ser Iglesia, de ser servidor y de ser pastor. El papa Francisco cumplió el Jueves Santo con el ritual del lavado de pies a doce jóvenes presos, entre ellos dos chicas y dos musulmanes, después de celebrar la misa crismal en la que instó a los sacerdotes que sirvan a los pobres y se conviertan en pastores “con olor a oveja”, en un mensaje claro de lo que pretende ser su papado. Pidió a los sacerdotes que “salgan de sí mismos” y se conviertan en “pastores con olor a oveja”, en “pescadores de hombres” y sirvan a los “pobres”, a los “cautivos” y a los “oprimidos”. No se puede encontrar la felicidad y la alegría siendo un “intermediario” o un “gestor” y si “no se juegan la piel ni el corazón” y acaban convertidos en “una especie de coleccionistas de antigüedades o de novedades”. Por eso, pidió a los sacerdotes que vayan a “las periferias, donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe”. “Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción, no la función. Sus palabras, acompañadas de elocuentes gestos, han llevado en las primeras semanas de su papado a una nueva impronta de humildad a quienes nos decimos “Iglesia”.
Olor a Cristo
Este olor a oveja no es una graciosa ocurrencia del Papa Francisco, está enraizado en la más profunda tradición bíblica. El pastor vivía, comía, dormía y caminaba con sus ovejas. Imposible no tomar el olor de ellas, que en muchas culturas resultaba desagradable. Ya alguien en estos modernos medios de comunicación hacía una aclaración: “Pero que tengan el olor de Cristo”. A mí no me queda muy claro si ésta es una excusa para seguirse comportando como apartado, excluido y lejano de las ovejas, o si encierra una verdad más profunda: El olor a Cristo es el olor a Cordero, es el olor a encarnación, es el olor a entrega y a servicio. Ya nos asegura el Apocalipsis en el pasaje de este día: “Éstos son los que han pasado por la gran tribulación y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero… El Cordero que está en medio del trono, será su pastor y los conducirá a las fuentes del agua viva”. Así el lenguaje juega entre la miseria de los pecadores, de la pobreza y del dolor… con la blancura, limpieza y belleza del Cordero. Jesús no solamente se hace pastor, también asume el papel de Cordero, con todas las características de una verdadero cordero. Hoy al celebrar el cuarto domingo de Pascua, Jesús nos trae la bella imagen del Pastor acompañando a sus ovejas, que no teme lo ensucien o lo “perfumen de sus olores”, que lo reconocen en su voz y en sus silbidos, que saben que junto a Él encontrarán aguas que les restauren y les den nuevas fuerzas.
Voz amorosa
Jesús se nos presenta como el Buen Pastor, el único Pastor, y nosotros –todos—somos parte de su Rebaño, aunque a veces los cristianos nos enzarcemos en luchas estériles que para nada sirven. En el brevísimo texto del Evangelio de San Juan que leemos hoy, Jesús da una prueba de su amor y de su entrega. Nunca en tan pocas palabras se pudo decir tanto: voz, conocimiento, seguimiento y vida. Todas las palabras se entrelazan y nos llevan como por el sendero escabroso de las montañas siguiendo al Buen Pastor. Se ha demostrado que la voz es única e irrepetible. Ya no nos sorprendemos cuando los modernos aparatos sólo responden a la voz programada. Pero los humanos también tenemos que reconocer la voz, y Jesús es esa voz que nos da vida. Hay muchas formas de apagar una voz: la violencia, un ruido más fuerte, cambiarla por otras voces, taparnos los oídos. San Juan este día nos ofrece una de las señales de que pertenecemos a Jesús, de que somos de Él: si somos capaces de conocer su voz. Todo su evangelio está construido en una constante oposición entre quienes pertenecen al mundo y quienes pertenecen al reino de Dios y hoy lo pone en una síntesis maravillosa: “Discípulo es el que sabe escuchar la voz de Jesús”. Sería muy interesante ponernos a recordar cuáles voces influyen en nuestra vida diaria y cuáles son las voces de Jesús que más nos estremecen y que nos invitan a seguirlo. Su voz ha resonado desde el inicio del evangelio como una gran noticia que ofrece una salvación plena, pero que pide a cambio una verdadera conversión. Encontramos voces de Jesús de gran misericordia que se acercan acompañadas del gesto humano que toca las fibras más internas y que transforman a las personas. Su voz, otras veces, se llena de autoridad para exigir verdad y coherencia entre la Palabra y la vida, no es primero sí y luego no. Su voz está dirigida a todos y cada uno de los hombres, para cada uno tiene un tono especial. ¿Qué voces de Jesús resuenan en nuestro interior? Tendremos que tener el oído y el corazón muy atentos porque hay muchas voces que quieren ahogar la voz de Jesús, como si Él no tuviera nada que decir a nuestro mundo de hoy. El primer reto será reconocer esa voz amorosa entre tantas voces que quieren ahogarla y que llegan a nosotros en tropel para aturdirnos y ensordecernos. 
Conocimiento
Si Jesús pide el reconocimiento de su voz, lo que Él ofrece es mucho más importante: Él nos conoce. Nos conoce en nuestro interior y, lo más importante, ¡conociéndonos nos ama! Nosotros vamos por la vida y, aunque no lo queramos, llevamos como especie de máscaras. Algunas personas nos conocen superficialmente, otras conocen un aspecto nuestro, otras solamente nuestro nombre, el cargo o situación que ocupamos dentro de un grupo, de una familia o de una sociedad. Y así nos tratan y así nos respetan o nos ignoran. Pero Jesús conoce nuestro interior. Así dirige su voz a cada uno de nosotros. Su voz es una voz amiga que tiene el acento familiar, directo, de quien sabe qué fibras tocar. No se deja engañar por nuestras expresiones y máscaras porque descubre las razones de nuestras alegrías, de nuestros complejos y de nuestros temores. Sabe descubrir nuestro lado positivo y lo mejor de nuestro corazón. Y al conocernos, su voz es vida para nosotros, tiene el acento que sabe despertar lo mejor de nosotros, nos lanza a la esperanza, nos levanta de nuestros fracasos, nos mantiene alertas en nuestras luchas. No podemos apoyarnos en ideologías o tradiciones, no pueden sostenernos costumbres ni mandatos, lo único que nos sostiene es saber que Cristo nos conoce y nos ama. ¿Cómo hemos experimentado este amor y este conocimiento de Jesús?
Seguimiento
Reconocer a Jesús como pastor nos obliga a seguirlo. No nos podemos quedar en la romántica figura de un pastor cargando a su oveja, sino que implica un seguimiento incondicional. La incoherencia de los fieles y los pastores entre lo que dicen y lo que hacen mina la credibilidad de la Iglesia. Hoy no se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Los que nos escuchan y nos ven, deben poder leer en nuestras acciones lo que se escucha de nuestra boca. El mundo nos ofrece sus voces que nos invitan a seguirlo, disfraza su mentira para destruir la verdad, trastoca los valores para aturdir los deseos, camufla las agresiones contra la vida como derechos de personas, nos presenta como deseables y agradables las “cosas de la tierra”, para hacernos olvidar las promesas de Jesús. Jesús nos presenta nuevamente su palabra, dicha así con tanto amor, con tanta intimidad, que no la podemos despreciar ni dejar que caiga en el vacío. Hoy tenemos que seguir a Jesús. Su palabra trae aires nuevos de esperanza, pero debemos escucharla. Claro que exige y en serio, pero porque Él ha sido capaz antes de darse por nosotros, de amarnos sin medida y de presentarse ante nosotros como el gran servidor y cuidador de la vida. Quienes lo siguen tendrán vida eterna y no perecerán jamás. Los nuevos seguidores de Jesús, al igual que la primera comunidad, tendrán que afrontar con valentía un mundo que quiere apagar su voz. Sabemos que nadie puede arrebatar de su mano a las ovejas que le pertenecen, pero tendremos que tener cuidado para no entregarnos nosotros mismos a un mundo sin amor, lleno de ambiciones y egoísmos. El pequeñísimo pasaje de este día termina con una frase de esperanza y de modelo: “El Padre y yo somos uno”. De esperanza porque no nos deja de su mano; de modelo porque a semejanza de Jesús estamos invitados a ser uno solo con Él, con el Padre y con todos los hermanos. Tendremos que tener el olor de Cristo, olor de oveja, olor de comunidad, olor de amor y de ternura.
¿Reconocemos la voz de Jesús? ¿Estamos impregnados de su olor y su ternura? ¿Estamos dando vida?

Dios, Padre Bueno y misericordioso, guíanos a la felicidad eterna de tu Reino, a fin de que el pequeño rebaño de tu Hijo pueda llegar seguro a donde ya está su Pastor resucitado. Amén

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