sábado, 13 de octubre de 2012

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
“Lo miró con amor”


XXVIII Domingo Ordinario

Sabiduría 7, 7-11: “En comparación con la sabiduría, tuve en nada la riqueza”
Salmo 89: “Sácianos, Señor, de tu misericordia”
Hebreos 4, 12-13: “La palabra de Dios descubre los pensamientos e intenciones del corazón”
San Marcos 10, 17-30: “Ve y vende lo que tienes y sígueme”
Explotación

No sé quién está más sorprendido, si yo con sus respuestas o él con mis objeciones desde el Evangelio. Me explico, es un hombre relativamente joven que ha heredado el bar familiar, con prostitución, licores, shows, cantina y todo lo que ello conlleva. Mientras yo afirmo que es una explotación de las personas, él busca convencerme que no es solamente un negocio para subsistir él y su familia, que según él “ya sería suficiente en estos tiempos de crisis”, sino que además da trabajo y alimento esas 40 personas que ahí “trabajan” fichando y ofreciendo su “carne”, me dice muy convencido. Yo le hablo de dignidad de la persona, de la verdadera libertad, del tráfico de blancas, de enganchadores de menores… Él me habla de negocio y de dinero, de seguridad y beneficios, de ganancias como el principal argumento. Y me quedo pensando cuántas “buenas conciencias” pretenden estar haciendo un favor cuando están explotando injustamente a la persona, denigrándola, utilizándola y hasta sacrificándola con tal de obtener sus ganancias. Y todavía, se sienten con arrestos para decir que están favoreciendo a aquellos que explotan.

Una palabra que hiere

Cuánta verdad en las palabras de la carta a los Hebreos al afirmar que “la palabra de Dios es viva y eficaz y más penetrante que una espada de dos filos”. Pero nosotros nos hemos acostumbrado a esta palabra, le vamos dando las interpretaciones que más nos agradan, y nos atrevemos a hacer compatibles sus exigencias con nuestras injusticias. Disfrazamos los pensamientos y las intenciones del corazón y no le permitimos que penetre en lo más íntimo del alma. Duro y cuestionador el pasaje de este día. Qué correcto, cumplidor y honrado parece aquel hombre que se acerca a Jesús para preguntar sobre los requisitos para entrar en la vida eterna. Quizás hasta nos extrañaría a muchos de nosotros esta pregunta, tan embebidos en el mundo estamos, tan acostumbrados a buscar las cosas materiales, que nuestro corazón se apega a las necesidades de cada día y nos olvidamos de la vida eterna y de la vida plena. La respuesta de Jesús es sencilla y clara: hay que cumplir los mandamientos. A lo mejor algunos de nosotros ni nos los sabemos, menos los cumplimos. Nuestra sorpresa aumenta más cuando aquel hombre le responde a Jesús que ha cumplido todos los mandamientos desde su infancia. Digno de alabanza y de todo encomio parecería quien se siente satisfecho por haber cumplido a cabalidad los mandamientos, pero al continuar la narración nos asaltan las dudas sobre la honestidad y sinceridad de este hombre tan piadoso.

Mirada de amor

Su cumplimiento suscita en Jesús una mirada de amor y el ofrecimiento de una alternativa llena de cariño para un seguimiento más cercano. Sus palabras lo llaman a dejar de ser “simplemente bueno”, para convertirse en verdadero discípulo, romper el círculo estrecho de la preocupación por la propia vida y descubrir la belleza de un amor más allá de los límites egoístas. Lo llama a pasar de un “hombre que cumple la ley” para convertirse junto a Jesús en un buscador del verdadero tesoro que no se apolilla ni carcome. No me parece que Jesús le imponga el mandamiento de la pobreza, sino que le ofrece el regalo de la libertad: “Ve, vende todo lo que tienes, y tendrás un tesoro en el cielo”. “Pero el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado porque tenía muchos bienes”. No es capaz de romper las cadenas de la ambición y del egoísmo que nos imponen los bienes. En el proyecto del hombre rico no cabe la generosidad ni la preocupación del futuro del pobre. No está dispuesto a poner sus “panes” para que sean repartidos y multiplicados; no está dispuesto a sembrar su pequeña semilla si él no aprovechará todo el fruto. Todo lo quiere para él. Se asusta y se entristece pero no abre el corazón, no se atreve a dar el paso que lo deja libre de amarras pero desnudo de sus riquezas. Creía que había cumplido todo pero se ha quedado solamente con sus ambiciones.

Cadenas del corazón

No es raro encontrar estas situaciones entre nosotros y entre las naciones. Hay quien se cree bueno y cumplidor pero sólo “oficialmente” porque todas sus aparentes bondades van cargadas de dobles intenciones que redundan en su propio beneficio. Hay quien se conduele y presta pero a intereses tan altos que acaba despojando al hermano de lo poco que tenía; hay quien se aficiona tanto al dinero que se olvida de que frente a sí tiene personas y no mercancías o bienes desechables. Quizás esto sea lo más difícil y nos cuesta entender: las lacras que hieren lo más profundo de la condición humana, están sostenidas por buenas y aparentes intenciones. Son insultantes las condiciones que sufren miles de niños o el abandono que asola a muchos ancianos; son bastantes las regiones del mundo con carencias sanitarias, en donde la miseria, el desempleo, el hambre y el analfabetismo hacen estragos. Y lo triste es que se justifican por “hombres buenos” que están buscando sus ganancias y que supuestamente están haciendo favores a la humanidad. Es urgente privilegiar la dignidad de la persona por encima de los negocios económicos. Nunca será demasiado lo que se invierta o sacrifique para que la vida de los seres humanos crezca serena e integralmente. Por amor al dinero encontramos los peores flagelos que azotan a la humanidad como la pobreza, el narcotráfico, la extorsión, la inseguridad o cualquier otra clase de violencia. Vivir en verdadera dignidad y construir verdadera paz sólo se logrará cuando el hombre pueda libremente buscar y servir a Dios en su corazón, en su vida y en sus relaciones con los demás. Hay quien ante las palabras de Jesús adopta una actitud de pesimismo y las juzga imposibles, igual que los apóstoles. Las juzgan como un sueño irrealizable y no comprenden que se pueda compartir el pan, piensan que la riqueza trae felicidad. Pero es el sueño y el plan de Dios, y aquello que a nosotros parecería imposible, no lo es para Dios. Hoy tendremos que pedir la verdadera sabiduría, no la que sirve para acumular más o para engañar impunemente, sino aquella sabiduría que se prefiere a las riquezas y que es más resplandeciente que la luz.

Con el corazón libre

Seguir a Jesús es muy exigente. La invitación que hace con amor a ser uno de los suyos exige tener el corazón libre. No basta respetar la justicia, hay que ir a la raíz del mal y al fundamento de la injusticia: la ambición por la riqueza. Así, aquel hombre prefiere seguir “cumpliendo” mandamientos, pero no se arriesga a la aventura de una entrega total y un amor verdadero que ofrece Jesús. De ahí también el escándalo de los discípulos y las interpretaciones sencillas y fáciles que muchos buscan para poder “pasar por el ojo de una aguja”. Lo importante es la libertad del corazón. Acerquémonos a Jesús con todas nuestras posesiones, poquitas o muchas, y veamos si no nos están atando el corazón. Miremos si nuestra ambición no ha dañado a personas, a la naturaleza, a la familia, o nuestra relación con Dios. Descubramos juntos con Jesús qué es lo que nos hace falta para encontrar una vida verdadera y plena. Y entonces escuchemos las palabras amorosas de Jesús: “Ven y sígueme”

Te pedimos, Señor, que tu gracia nos purifique y nos libere, nos dé la sabiduría, nos inspire y acompañe siempre, para que podamos descubrirte en todos y amarte y servirte en cada uno. Amén.

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