sábado, 28 de abril de 2012


DIÓCESIS

+Mons. Enrique Díaz Díaz

Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas



Un hijo… ¡Es otra cosa!
IV DOMINGO DE PASCUA



Hechos 4, 8-12: "Sólo Jesús puede salvarnos"
Salmo 117: "La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Aleluya"
I San Juan 3, 1-2: "Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre"
San Juan 10, 11-18: "El buen pastor da la vida por sus ovejas"
¡Un hijo… ¡Es otra cosa!
Mariano ha tenido una vida difícil pero, como él mismo dice, con mucha fe y perseverancia, ha sabido salir adelante. Albañil desde adolescente, se ufana de sus conocimientos y tiene mucha clientela. Un día me pidió que le bendijera "la casita" que a lo largo de los años ha ido construyendo a la orilla de la ciudad. Sin llegar a ser lujosa, realmente es agradable, práctica y muy bella. Se detiene a explicar con satisfacción cada detalle y brillan sus ojos de alegría y de orgullo por la obra que ha hecho. Después de escucharlo un buen rato hablar de sus logros, le dije un poco en broma y un poco en serio: "Tú hablas con más orgullo de tu casa que de tus hijos. Parece que te importa más la casa…" Se puso serio de repente y me respondió con tono grave: "¡No!, ¡Nunca! Quiero mucho mi casa, me ha costado muchos sudores… Pero un hijo… ¡Es otra cosa! Por un hijo que se vayan al carajo todas las casas". Y abrazaba con cariño, como queriendo protegerla, a la más pequeña de sus hijitas.
La familia
La semana pasada en nuestra reunión de Obispos, el tema principal fue la familia. Fueron desfilando ante nuestros ojos las cifras impresionantes de familias deshechas, de familias incompletas y de familias en situación especial. Los mapas de la pobreza y la marginación, las rutas de migrantes, los niños de la calle, la violencia que ha destruido infinidad de hogares, nos hablan de una situación de emergencia en este nuestro querido México. Cifras duras, producto de encuestas e investigaciones serias, que duelen y preocupan, porque detrás de cada número y de cada estadística hay un niño, una mujer o un hombre, que tienen el corazón destrozado y que le pierden sentido a su existencia. No es que desconociera todos estos problemas y situaciones, pero puestas así en evidencia, parecen gritar buscando soluciones. Ahora, cada rostro que contemplo, cada persona que encuentro, me hacen pensar qué traerá en su corazón, cuál es su realidad familiar. Y mucho más en este día, cuando escucho las palabras de la carta de San Juan: "Queridos hijos: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos". ¿Cómo puede alguien víctima de la violencia o del abandono, sentirse amado por Dios? ¿Cómo experimentar el amor, si no es en la familia?
Padre y Pastor
Dos imágenes se nos ofrecen en este día, las dos muy queridas y con un profundo significado, pero me temo que también las dos puedan quedar fuera de sitio en nuestra moderna sociedad. La Carta de San Juan nos presenta a Dios como el Padre que ama entrañablemente a sus hijos y que hace despertar en nosotros el anhelo de parecernos a Él. El Evangelio nos trae la imagen tierna del buen pastor que da la vida por sus ovejas, que las conoce, que es reconocido por ellas, que escuchan su voz y que sueña con tenerlas todas reunidas en un solo redil. Extraña combinación de elementos porque aparecen también en esta parábola, el amor eterno del Padre, la unión con su Hijo y la urgencia de una vida de comunión y fraternidad para realizar la misión confiada al Hijo. ¿Cómo vivir ahora esta experiencia de un Dios que nos ama sobre todas las cosas, que nos mira como al hijo de sus entrañas y que jamás nos aparta de su amor? ¿Cómo sentir esa protección y cuidado que las culturas rurales expresan en la imagen del pastor que es capaz de dar la vida por sus ovejas? Han quedado en el recuerdo para la mayoría de nosotros las imágenes del campo y nos llenan la mente y la imaginación, las imágenes de la ciudad. En días pasados observábamos con un amigo cómo un pastor con muchas dificultades hacia pasar sus ovejitas por un puente peatonal sobre una gran avenida en las orillas de la ciudad. "Ese pastor está fuera de sitio", me comentaba, y hoy al escuchar a Jesús presentándose como el buen pastor me inquieta esta imagen pensando que quizás también muchos consideren a Jesús, Buen Pastor, como fuera de sitio.
Padre amoroso
Pero más allá de las imágenes, está la realidad que a través de ellas se nos quiere presentar: un Dios amoroso que no duda en llamarnos hijos, que nos mira con gran ternura pues no hay mayor experiencia que la del padre o la madre que ve brotar retoños de su vida, de su sangre y de su persona. Igualmente no se puede experimentar un amor más hermoso que el sentirse hijo amado, recibiendo vida y fuerza, y todo de manera gratuita. Es la gran enseñanza que nos da Jesús al mostrarnos a Dios como su Padre y como nuestro Padre, unidos en amor. Es la experiencia que todos tenemos derecho a vivir en la familia: la gratuidad, el amor, la aceptación sin condiciones, la oportunidad de crecer, el regalo de la reciprocidad y la fraternidad. Tarea grande, difícil, pero llena de una riqueza que llena el corazón. Contemplando a Dios como Padre/madre, volvamos nuestra mirada a nuestras familias y renovemos la ilusión por hacer de cada casa un encuentro de amor, compresión, aceptación y gratuidad. Cada familia debería ser la expresión concreta del amor de Dios.
Un Pastor especial
Cuando Jesús se nos presenta como el Buen Pastor, no dice simplemente que es un pastor sino el Buen Pastor. Ya el profeta Ezequiel, cuando hablaba de los malos pastores de Israel, vaticinó un pastor único que, a diferencia de aquéllos, se preocupe de apacentar a las ovejas, sea el fiel sucesor de su padre David que arriesgaba su vida por salvar el rebaño de las fieras del campo. Jesús llegará más allá todavía. Él no se limitará a arriesgar la vida por su grey, él morirá por salvarla. Por eso nos dice en este pasaje: Yo doy mi vida por las ovejas. En realidad desde que nació fue entregando su vida por los hombres, día a día desgranando su existencia para ayudar a los demás, hasta gastarse del todo en la Cruz. Pero aquel momento no fue el final. Podríamos decir que fue más bien el principio, el comienzo de una nueva era, la del tiempo mesiánico. Por eso ahora nos vuelve a decir el Señor que da su vida por nosotros, que nos sigue buscando, que nos ama y nos protege de los lobos. Dejémonos amar, cuidar y proteger por Jesús, pero también cada uno de nosotros miremos nuestra misión de pastores y revisemos si estamos siendo fieles a esta tarea y vocación que el Señor los ha confiado. Muy en especial estemos atentos en nuestras familias, si estamos dando vida, si conocemos por su nombre, si reconocemos sus voces, si somos capaces de preservar y hacer crecer en el amor.
Reflexiones y sentimientos
Hoy me acomodo en los brazos amorosos de Dios Padre y me dejo amar; hoy me abandono en los hombros del Buen Pastor que me rescata de mis senderos perdidos y me devuelve al redil de su protección y sus cuidados. Permito que me de su vida. Hoy me siento amado, protegido y cuidado por Dios. Pero también hoy siento mi compromiso de ser rostro e imagen de ese Dios amor, sobre todo en familia y ante los cercanos. Hoy reviso mi actitud de pastor que debe dar vida y dar la vida, miro a cada uno de los que se me han encomendado en diferentes formas para ver si reciben cuidados, protección y cariño de mi parte. La familia, mi familia ¿Cómo responde a esta imagen de Dios? ¿Cómo se vive en ella en unidad, en amor? ¿Es fuente de vida y comprensión?
Padre amoroso que en tu Hijo Jesús nos has dejado la imagen de tu amor que busca, que perdona, que construye y que da vida, concédenos construir familias generadoras de vida y constructoras de paz y amor. Amén.

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