sábado, 14 de abril de 2012


DIÓCESIS

+Mons. Enrique Díaz

Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas



¿Dónde está Tomás?
II Domingo de Pascua



 
Hechos 4, 32-35: "Tenían un solo corazón y una sola alma"
Salmo 117: "La misericordia del Señor es eterna. Aleluya"
I San Juan 5, 1-6: "Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo"
San Juan 20, 19-31: "¡Señor mío y Dios mío!"
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo Jesús: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo". Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar".
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Luego le dijo a Tomás: "Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree". Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto".
Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre. (Jn 20, 19-31).
El valor de una comunidad
Juan Luis es consciente de su pertenencia a la comunidad y, aunque ya hace varios años que trabaja en los Estados Unidos, cada año se hace presente en su paraje para aportar las cooperaciones, para hacer los trabajos comunitarios y para participar en las fiestas y reuniones. Ha habido momentos difíciles porque no siempre es posible estar cercano, pero su esposa Rosita, aunque no muy de acuerdo con todos los habitantes, se hace responsable de substituirlo en todo lo posible. A algunos de nosotros nos parecen exageradas algunas de las actitudes y hasta intransigentes, con castigos y aportaciones extras, pero "Si no cuidamos nosotros la comunidad, si no nos ayudamos entre todos, la comunidad no puede sobrevivir. Si en una familia no se hacen responsables todos y entre todos la cuidan, pronto se desbarata. Es el gran problema que ahora tenemos con los jóvenes. Viven solitarios, cada quien quiere hacer lo que le da la gana y terminan lejos del pueblo, de su familia y de sus costumbres", sentencia el mismo Juan Luis.
¿Dónde está Tomás?
Me sorprende la ausencia de Tomás en este acontecimiento tan importante para la pequeña Iglesia que se encontraba reunida en el Cenáculo. Es cierto que nos advierte Juan que los discípulos se hallaban a puerta cerrada, con miles de temores y desalentados. Pero el encuentro con el Resucitado resulta tan fundamental en la vida de la comunidad, el regalo del Espíritu Santo, el deseo de la paz, y la experiencia de Cristo en medio de ellos, que parece imposible que faltara uno. ¿Dónde se encontraba? ¿Por qué se fue? ¿Qué habría en su corazón? Nada nos dice el evangelio y no lo podemos saber. Quizás podemos intuir que se sintió decepcionado por "el fracaso" de Jesús. Quizás se alejó porque no tenía sentido seguir esperando si ya todo se había acabado con la muerte del Maestro. La vida tendría que seguir y más valía poner manos a la obra y no quedarse en la autocompasión y los lamentos. Lo cierto es que Tomás no estaba con la comunidad y no vive la experiencia de este primer encuentro con Cristo Resucitado. Y es que en comunidad es más fácil encontrar a Jesús. Quien se aleja de la comunidad, quien se deja llevar por el individualismo, quien sólo busca su propio bien, es muy difícil que encuentre a Jesús. Es la señal que les pedía Jesús: "ser uno como mi Padre y yo somos uno". En la comunidad es más fácil encontrar a Jesús, vivir a Jesús y comprometerse con Jesús.
Una comunidad de amor
La fe se vive en comunidad, así lo entendieron los primeros cristianos y vivían intensamente en comunidad su fe en el Resucitado. Ser cristiano suponía formar parte activa de esa pequeña familia que se reunía periódicamente para orar juntos, para celebrar la Eucaristía, para compartir sus bienes, sus penas y alegrías, y para hacer seguir escuchando y viviendo el Evangelio. Un cristiano a medias era muy difícil de entender. Eran tiempos difíciles y tenían que apoyarse los unos a los otros, animarse y defenderse mutuamente. Hacían realidad el mandato de Jesús y daban respuesta a los anhelos más profundos del hombre. Todos queremos ser amados y poder amar. Es como una necesidad vital del corazón humano. Si no se ama ni se es amado, la vida del hombre es algo seco, árido, roto, vacío. Ser amado y amar, es la única felicidad que de veras puede llenar las ansias más íntimas del hombre. Y es la única forma de ser Iglesia. Es duro decirlo pero ahora nosotros nos hemos acartonado en celebraciones frías y nuestra participación no lleva el sello del compromiso y de la vivencia de una fraternidad comprometida. Vamos a los templos como en escape de la vida cotidiana, no como en expresión de amor y comunidad. El amor es la síntesis perfecta de todo lo que el Señor manda. Y es que el amor es parte integrante de la esencia misma de Dios. Y Dios quiere que lleguemos a ser un día como él mismo es, empezando ya aquí por medio del amor, por eso es tan importante la vida de la comunidad, la vida de la familia, la vida de los pequeños grupos. San Juan nos dice que "todo el que ama a un padre ama también a los hijos de este". Es, pues, la señal de los cristianos.
"Si no meto…"
El "Señor mío y Dios mío", que pronuncia Tomás al contemplar al Resucitado nos llena de esperanza en todos los momentos pero también nos hace cuestionarnos en la profundidad de nuestra fe. Tomás vio y creyó, pero, como dice San Agustín, «quería creer con los dedos. Tiene que meter sus dedos en las cicatrices para creer". Y se pregunta: "¿y si hubiera resucitado sin las cicatrices? Entonces.....Tomás no hubiera creído. Pero si no hubiera conservado las cicatrices en su cuerpo, no hubiera sanado las heridas de nuestro corazón». Y es que las llagas del Resucitado toman las llagas de toda la humanidad y nos llenan de esperanza en participar de su triunfo. Tomás se parece mucho a nosotros que queremos comprobar las cosas antes de creerlas, pero debemos asumir que Cristo toma todas las llagas y las hace participantes de su triunfo. Ofrece una verdadera paz pero no es la paz de la indiferencia, ni de la soledad o del individualismo, no es la paz cómplice de la corrupción y de la mentira, no es la paz sostenida con armas y amenazas. Es la paz que toma en cuenta todas las heridas y cicatrices, es la paz del que busca inquieto la verdad, es la paz del que se entrega en amor por dar la vida, es la paz doliente y gloriosa del grano de trigo que muere y resucita en miles de espigas. Para encontrar la verdadera paz hay que meter el dedo y la mano, en las heridas de nuestra sociedad que se pudren y se agusanan. Para encontrar la paz hay que seguir los pasos de Jesús viviendo en amor pleno.
Un solo corazón y una sola alma
Nosotros decimos creer en Jesús pero no queremos buscar esa verdadera paz. Para que nuestra fe sea auténtica es necesario dar un paso más. No se vale vivir sólo las emociones de un momento. La fe nos compromete y nos anima a seguir a Jesús y a poner en práctica su mensaje. Pero hay que comprometernos en serio asumiendo las heridas que hoy tiene el Cuerpo de Cristo, pues sólo sanándolas encontraremos Resurrección. Nosotros somos temerosos y nos encerramos. Nos asusta el dolor y escondemos las heridas, pero una herida no sanada, se pudre y causa muerte. Como Tomás, hoy postrémonos ante Jesús y exclamemos: "¡Señor mío y Dios mío!", pero entendiendo que esta confesión se debe expresar en las mismas actitudes de los primeros discípulos que se amaban tanto que tenían un solo corazón y una sola alma.
¿Hemos dejado atrás nuestros miedos y temores al contemplar a Cristo resucitado? ¿Qué estamos haciendo para sanar nuestro mundo de las heridas del odio, de la venganza? ¿Somos capaces de perdonar y perdonarnos? ¿Cómo asumimos y sanamos las propias heridas? ¿Qué hacemos para construir la verdadera paz?
Padre Dios, Padre Bueno, que has querido que tus hijos encuentren en la comunidad un pequeño esbozo de la vida Trinitaria, concédenos vivir de tal manera unidos y comprometidos con los hermanos que podamos tener un solo corazón y una sola alma. Amén.

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