martes, 21 de febrero de 2012

DIÓCESIS
+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo Diócesis de San Cristóbal de Las Casas


Restauración interior


Isaías 43, 18-19. 21-22.24-25: "Yo soy el que ha borrado tus crímenes"
Salmo 40: "Sáname, Señor, pues he pecado contra ti"
II Corintios 1, 18-22: "Jesucristo no fue primero sí y luego no. Todo Él es un sí"
San Marcos 2, 1-12: "El Hijo del hombre tiene poder para perdonar los pecados"
Enfermedad interior
Pedro trata de disimular su angustia con las bromas y chistes de siempre, pero, a través de sus risas, se deja entrever que está seriamente preocupado. Aunque es un "poco gordito", "repuestito" como él dice, siempre se había ufanado de poseer una salud inmejorable, hasta hace algunos días en que se empezaron a salirle unas manchas en la piel. Así como no queriendo, fue a consultar a un doctor, que le mandó hacer estudios, análisis y toda clase de investigación. Ahora dice que las manchas son lo de menos y su preocupación es un grave tumor intestinal que no están seguros de que se pueda operar. "Es como si fuera a revisar mi carrito para un simple afinación y porque hace ruido su carrocería, y me salen con que ya el motor está averiado y que está a punto de estallar", dice tratando de mantener su humor, pero ya un poco más serio reconoce que nunca estuvo al pendiente de su cuerpo y con frecuencia se daba a los excesos. El mal es mucho más grave de lo que él creía y lo está corroyendo en su interior.
Interrupciones
Quizás también nosotros nos sorprenderíamos al contemplar aquella escena que interrumpe el embelesamiento y el silencio que siguen a cada una de las palabras de Jesús. Habla como quien tiene autoridad, dice verdades que llegan al corazón y no importan las apreturas, ni las incomodidades, porque sus palabras despiertan una vida interior que llena de alegría y plenifica. Todos mirarían con un tono de reproche a aquellos intrusos que se atreven a interrumpir el ambiente espiritual y fraterno que se había creado… pero así es la enfermedad, el dolor y el pecado: interrumpen y desarman lo más bellamente planeado, llegan cuando menos lo esperamos y se instalan cómoda y tercamente sin querer salir de nuestras vidas. Todos miran con disgusto a aquellos intrusos, menos Jesús: para eso ha venido, para sanar, para escuchar, para restaurar y para perdonar. A Él no le asustan las enfermedades, no huye del dolor y no le causa repugnancia el pecador.
Amigos verdaderos
Y con mucha mayor razón si este acto responde a la audacia y compromiso de cuatro amigos que han llevado cargando a aquel enfermo. ¿Amigos? El evangelio no nos dice que fueran amigos pero para arriesgarse por alguien así se tiene que ser amigo. Eran hombres de fe profunda, rayana en la audacia, amigos de verdad, pues no escatiman ningún esfuerzo ni sacrificio en favor del amigo enfermo. Lejos de ellos el alejarse de quien está enfermo y, conforme a la creencia judía, es impuro y pecador. No temen la contaminación y tampoco se niegan a acercarlo a Jesús. Para ellos no existen obstáculos insuperables, y como no pueden hacerlo de otra forma, se suben a la terraza de la casa y allí abren un hueco para descolgar, ante la sorpresa de todos, al amigo paralítico. Ejemplo de amistad sincera y de fe honda, de entrega generosa y de sacrificio abnegado en favor del amigo. ¿A quién se le había ocurrido tan brillante idea? A aquellos cuatro hombres que, haciendo de buenos samaritanos, o de "cargadores" del mal ajeno, transportaron con sus manos, desde la distancia de la parálisis hasta el encuentro con la vida, al paralítico. Ahora que se presentan ante Jesús no es la fe de uno solo que busca la curación. No es uno el que creía, sino cinco; no uno el que se fiaba, sino cinco; no uno el que buscaba a Jesús, sino cinco los que se ponían en riesgo; uno que quería abandonar su paralasis y cinco que querían caminar mejor. Sin la ayuda de los otros cuatro ¿qué hubiera pasado? No lo sé, Dios que nos ha comunicado qué tipo de hombre, de mundo y de vida quiere, pero no interviene desde fuera de nosotros, lo deja en nuestras manos; actúa con nosotros, pero tenemos que asumir la responsabilidad frente a los hermanos.
Restauración interior
Y cuando está el paralítico delante de Jesús, Él va mucho más lejos. Quiere que no quede entre sus discípulos la idea de que es solamente un curandero; aunque sana a muchos enfermos, no basta la milagrería. Jesús quiere sanar al hombre en su interior. Enfermos habría muchos más, a unos los habría sanado; a otros, la enfermedad los habría llevado a la tumba, pero lo verdaderamente importante es la restauración interior. Y al contemplar a aquel hombre sostenido en la fe de sus amigos, Jesús lanza su propuesta de amor: "Hijo, tus pecados te son perdonados". No le pregunta si se arrepiente, no le pregunta cuáles son sus pecados, no le pregunta de dónde viene, antes que todo ofrece su cariño y comprensión arriesgándose a llamar "hijo" a quien consideraban pecador, y ofreciendo el perdón sin ninguna condición. No somos perdonados porque seamos muy buenos, sino porque Dios es bueno y misericordioso y esta es la gran enseñanza de Jesús. Ya nos decía Isaías: "Si he borrado tus crímenes y no he querido acordarme de tus pecados, ha sido únicamente por mi grande amor". A pesar de que nosotros hemos fallado, a pesar de nuestras caídas, Dios es fiel y está con los brazos abiertos para el perdón. Esto no lo entienden los escribas que murmuran y se escandalizan porque entender a Dios misericordioso y compasivo va más allá de sus pobres conceptos que esclavizan y manipulan. Esta es la gran misión de Jesús, presentar ante todo a Dios que es Padre, que perdona, que está cerca del hombre, sin ninguna condición.Salud integral
Jesús restaura al hombre en su interior pero también lo hace en toda su persona, no es espiritualista, sino que responde a las necesidades muy concretas. Tres acciones le pide Jesús: levantarse, tomar su camilla y volver a casa. Cada una de estas palabras resuena en su corazón como cantos de alegría. Levantarse nos recuerda la misma resurrección de Jesús y nos enseña que cuando salimos del pecado alcanzamos una resurrección, una nueva vida. Tomar la camilla bien puede significar asumir el pasado, el propio pasado de sufrimiento y de dolor que nos ha paralizado y acobardado. Tomar el pasado ya curado no para seguir sumido en el dolor y en el recuerdo, sino para desde ahí empezar a caminar los senderos del Señor. Y el regreso a casa, a la verdadera casa del Padre, como hijo con toda la plenitud de los derechos, es el regalo más grande que nos trae Jesús. Si antes la camilla —el pasado— era quien sostenía su parálisis, es ahora la vida curada quien mantiene sus recuerdos. Nunca debemos de olvidarnos que la salvación que Jesús nos trae es una salvación que abarca todas las dimensiones de la persona: pasado, presente, sentimientos, vida social y el retorno al amor incondicional del Padre. Contemplemos estas acciones de Jesús, animémonos también nosotros a dejarnos cargar por los hermanos, a cargar a quien tiene dolencia, busquemos la sanación integral de cada persona, asumamos nuestro pasado y retornemos gozosos a los brazos abiertos de un Padre que siempre nos espera.
Padre Bueno, que en Jesús nos has manifestado tu gran amor y misericordia, concédenos abrir nuestro corazón y dejarnos invadir de tu compasión y bondad. Amén.
LEM. Claudia CorroyCuria 01(967) 67 8 00 53Of. Comunicación 01(967) 67 8 79 69claucorroy@diocesisdesancristobal.com.mx

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