sábado, 29 de octubre de 2011

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas

Filacterias y Palabras
XXXI Domingo Ordinario

Malaquías: 1, 14-2, 2. 8-10: “Ustedes se apartaron del camino y han hecho tropezar a muchos”
Salmo 130: “Señor, consérvame en tu paz”
I Tesalonicenses 2, 7-9.13: “Queríamos entregarles no sólo el Evangelio de Dios, sino nuestra propia vida”
San Mateo 23, 1-12: “Los fariseos dicen una cosa y hacen otra”
Invisibles
En días pasados, los noticieros se ocupaban, entre otras miles de informaciones, de dos nuevos descubrimientos: uno haría “desaparecer” aparentemente los objetos de la visión humana, y otro permitiría ver aun más al interior de los objetos, de las casas, de los edificios, de las personas. Al escuchar estas noticias, dos adolescentes, motivados también por las películas y series de ciencia ficción, empezaron a imaginarse las travesuras que armarían si nadie pudiera verlos, los lugares por donde andarían y, también, cómo chantajearían y manipularían a las personas si pudieran ver siempre lo que hacen los demás. “Es que hay unos que se pasan… ponen por fuera una mascarota y después su vida está llena de podredumbre…” Pero, sin darse cuenta, ellos mismos ya estaban cayendo en la trampa: querían ser invisibles para que ocultar de todo lo que hacían. ¿Por qué será que tenemos tanto miedo a la transparencia? ¿Por qué buscamos escondernos detrás de las apariencias?
Escribas y fariseos
Ahora la reflexión es sobre todo para nosotros: sacerdotes, maestros, autoridades, predicadores, etc. Indudablemente las páginas de este domingo son fuertes y requieren una gran valentía para asumirlas, aplicárnoslas y aceptarlas con humildad. Lo más fácil es aplicarlas a los demás y nosotros pretender quedar invisibles para seguir juzgando a los otros. Es cierto que Cristo lo dice de los escribas y fariseos, pero también es cierto que no se está refiriendo sólo a ellos, sino que está denunciando también la conducta de sus seguidores y muy en especial de quienes tienen responsabilidades y autoridad. Se sirve de la polémica con ellos para llamar la atención sobre los graves peligros que representan estas actitudes que se nos meten en nuestra mentalidad, e intenta desenmascarar a los modernos escribas y fariseos que argumentando fidelidad, nos disimulamos detrás de las superficialidades y etiquetas, y escondemos los propios defectos y fallas para seguir “condenando” a los demás. ¿Quién estará libre de estos pecados? ¿Quién no trata, consciente o inconscientemente, de ocultar sus errores? Todos hemos fallado. Cristo lo entiende y lo acepta con un corazón misericordioso, lo que denuncia y condena es la falsedad e hipocresía.
“Dicen una cosa y hacen otra”
A pesar de que se firmen papeles y compromisos, a pesar de que
machaconamente se afirme que se cumple con hechos, a pesar de que todos nos decimos honestos y coherentes… Jesús nos viene a decir, como ya lo había anunciado en las parábolas de los domingos anteriores, que no importa mucho lo que digamos, que lo importante son nuestras acciones y nuestros frutos. La sociedad nos exige coherencia y signos visibles de credibilidad que sean testimonio de vida, que manifiesten unidad de los creyentes, que hablen por sí mismos del compromiso con los pobres y pequeños, que sean reflejo del rostro de Jesús. Pero nosotros le hemos quitado el valor a las palabras y las hemos hecho huecas y vacías. ¿Cómo devolverles su valor? Las graves incongruencias de un país que se dice cristiano y que se hunde en la corrupción, en la violencia y la mentira por sí solas nos desmienten. La separación entre la fe y la vida cotidiana es uno de los más graves errores que estamos cometiendo.
“Echan fardos sobre las espaldas de los otros”
Es una doble moral insoportable que pretende que los demás hagan lo que nosotros no estamos haciendo. Se pretende superar la crisis económica cargando de impuestos y restricciones a quienes menos tienen; se asumen programas solidarios para quedarse con las ganancias; se reta a que los demás actúen con transparencia y honestidad y se esconden las verdaderas intenciones. El maestro, el padre de familia, el sacerdote, buscan educar a los jóvenes en la transparencia y honestidad, pero no son capaces de sostener la verdad y aceptan sobornos, mordidas y componendas. En especial Jesús se dirige a quienes tenemos alguna autoridad y exigimos que se cumplan las leyes, pero que después nos hacemos de la manga ancha para dejar pasar las infracciones a nuestra conveniencia. Muy fuertes suenan las acusaciones que lanza el profeta Malaquías en contra de los sacerdotes y nos tienen que tocar el corazón: “Ustedes se han apartado del camino, han hecho tropezar a muchos en la ley y han anulado mi alianza”. Este domingo nos podemos hacer la pregunta al revés de cómo la hacíamos el día de las misiones: ¿Alguien por culpa nuestra, consciente o inconsciente, se ha apartado de Dios?
Filacterias y palabras
La fama, el honor, mantos y coronas, han seducido a todos los hombres y mujeres. También a quienes vivimos en la Iglesia nos seduce el deseo de aparecer y de ostentación. Para Jesús todo es diferente: para él lo que importa es la persona, no los atuendos o las apariencias. Él descubre a profundidad el corazón y mira más allá de los vestidos. Dios no viste a sus ministros a la moda ni con modistos famosos o firmas reconocidas. Por el contrario, su Palabra siempre desnuda y como espada penetra hasta lo profundo del corazón, despoja de máscaras y deja al descubierto las más escondidas intenciones. No podemos vivir de apariencia y por eso, en este día, Jesús exige que no utilicemos títulos o distinciones que opaquen el nombre de Dios. No quitemos a Dios de su lugar y nos pongamos nosotros asumiéndonos como padres, maestros, pastores y guías. Quienes deberíamos ser reflejo de su rostro, pretendemos ocultarlo y ocupar su sitio. Nunca nadie debe predicarse a sí mismo, sino manifestar al único y verdadero Dios. Filacterias y palabras no muestran el rostro de Dios sino lo oscurecen.
Que el mayor sea el servidor
Pero la Palabra de este día no solamente ofrece ejemplos negativos. Nos invita al verdadero camino de la felicidad. Si Pablo se nos muestra como el verdadero servidor comparándose con una madre que estrecha en su regazo a los pequeños y que busca dar vida, Jesús nos ofrece el camino para ser verdaderamente grandes: “Que el mayor entre ustedes sea su servidor”. Es el único camino y no tenemos otro. Basado en una comunidad de iguales, donde nadie pretende ser el único maestro y jefe, el camino de Jesús nos enseña que la auténtica jerarquía será el servicio a la fraternidad. Pondrá como único maestro y señor a Jesús y a su reino, donde no hay escalafones, donde no hay privilegios, sino donde hay servicio y amor. Cristo hoy contempla a su Iglesia y le recuerda las mismas palabras que pronunciaba en los primeros tiempos, Cristo hoy también nos dice que el único camino para ser grandes es el servicio. ¿Cómo estamos sirviendo? ¿Cómo nos mira Jesús a quienes somos sus seguidores y discípulos? ¿Estamos sirviendo o sólo nos hemos dedicado a hablar y a recibir honores?
Padre bueno, que en Jesús nos has enseñado que el servicio a los hermanos nos da la mayor felicidad, concédenos que, libres de ambiciones e hipocresías, sigamos su ejemplo de amor y servicio. Amén.

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