sábado, 6 de julio de 2013

Periodico ciudad Real Hoy de San Cristobal

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas

“Pónganse en camino”
XIV Domingo Ordinario

Magnífico y muy bello el aparato que recibió Alberto en su onomástico. Le decían, además, que era utilísimo, como ahora todo se busca hacer más fácil y con menos fatiga, para todo inventan cosas. Si bien su principal función era una especie de lámpara, podía usarla para no sé cuánta variedad de utilidades. Unos días estuvo feliz con su nueva adquisición. Después decidió usarlo cada vez menos con la finalidad de no maltratarlo y acabó como un adorno más en la sala. Pasado un tiempo tuvo verdadera necesidad de utilizarlo e intentó hacerlo funcionar, pero lograba encenderlo y no obtenía la luz que necesitaba. Cansado, decidió abrirlo y descubrió en su interior que las pilas, que proporcionaban la energía, se habían vaciado y ya había quemado partes importantes del aparato. No sólo estaban caducadas sino habían ocasionado daños importantes. Como muchas personas que guardan y guardan en su interior valores, cosas, belleza, pero que no se arriesgan a salir para dar luz, acaban podridas en su interior.
Jesús pronto enseña a sus discípulos que el Reino es un tesoro pero que no es para acapararse sino que entre más se multiplica, más crece y se fortalece. Ciertamente la misión de los doce tanto en territorio judío como en territorio samaritano no aparece como un éxito y quizás más bien se miraría como un fracaso. Pero Jesús no se queda en lamentaciones y autocompasión, sino que elige ahora a “otros setenta y dos” y los envía a anunciar el Evangelio. Después de invitarlos a reconocer quién es el verdadero Dueño y recomendarles la oración, los lanza: “Pónganse en camino”. El evangelio es fuego y tiene que arder, el evangelio es palabra y tiene que ser escuchada, el evangelio es vida y tiene que florecer. No se puede quedar encerrado en un cuarto y custodiarse celosamente porque pierde su esencia: ser noticia, ser buena noticia. Quizás nosotros, sus discípulos, hemos perdido ese entusiasmo y el encanto de compartir la alegría de vivir el Evangelio. Nos encerramos en nuestras cuatro paredes y no nos atrevemos a salir a los lugares donde puede florecer el Evangelio. ¿Miedo al fracaso? Jesús no lo tuvo. ¿Posibilidades de equivocarse? Ya el Papa Francisco, en los pocos días de su servicio como Obispo de Roma, ha insistido en que prefiere una Iglesia accidentada por salir a las periferias que una Iglesia que huela a podredumbre y hastío por estar encerrada. No hace sino retomar las palabras de Jesús enviando a sus discípulos.
Las instrucciones son precisas: nada superfluo, nada que estorbe, nada que distraiga del Evangelio. No se construye el Reino con falsedades ni acomodaciones, no se construye con superficialidades, su mensaje no se sostiene en las posesiones. La urgencia de llevar el Reino brota del enorme regalo que Jesús hace experimentar a sus discípulos: son hijos amados de Dios. Esta maravillosa noticia no puede quedarse oculta, pero tampoco puede ni debe ser anunciada falsificando los testimonios. El verdadero discípulo tiene la experiencia gozosa del reino y no puede guardarla egoístamente para sí mismo, ya que le quema dentro. Pero no se puede ser testigo del Reino sostenido en riquezas y en poder, sino en amor y en la verdad. Dificultades y problemas siempre se encontrarán ya que Jesús claramente les advierte “los envío como corderos en medio de lobos”. Y vaya si ahora hay lobos que ofrecen felicidad en la mentira y en el placer; que prometen verdades y liberación en la posesión de bienes, que atacan y destruyen. Por eso San Pablo con orgullo manifiesta que lleva en su cuerpo las marcas de los sufrimientos que ha pasado por Cristo.
Hoy, quizás por los acontecimientos vividos de divisiones, agresiones e injusticias, resuena en mi interior el saludo que propone Jesús y que es como una consigna para los enviados: “Que la paz reine en esta casa”. Ya el profeta Isaías anunciaba como una señal de la presencia del Reino: “Yo haré correr la paz sobre ella como un río”. Y los deseos de San Pablo a los Gálatas se expresan en términos parecidos: “Para todos… la paz y misericordia de Dios”. La paz es el fruto de quien acoge con sinceridad el mensaje del Reino. No es paz impuesta por conveniencias, ni por indiferencias. No es paz somnolienta e indiferente. La paz como un río que corre, que da vida, que fortalece, que une y que fecunda. A cuántos hogares tendríamos que anunciar hoy la paz porque en medio de sus luchas han perdido toda ilusión y se encuentran sumergidos en resentimientos. Quizás a muchos les tendríamos que recordar las dulces palabras de Isaías: “Como niños serán llevados en el regazo y acariciados sobre sus rodillas; como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré yo”. Esta imagen cariñosa de Dios como una madre que acaricia, que consuela y que fortalece, daría mucha paz a familias destrozadas y sumidas en la desesperación. Jesús anuncia a este Padre amoroso, y sus discípulos tendremos que llevar este mensaje de paz.
Llevar como fuego ardiente el mensaje de Jesús no nos hará intolerantes, sino muy cercanos a quien sufre y a quien padece. Es la tarea misionera entendida no como conquista sino como don y regalo. No como tarea exclusiva de unos cuantos, sino como derecho y alegría de todo el que ha recibido y vivido el mensaje de Jesús. ¿Cómo me siento hoy al saberme enviado por Jesús como su mensajero a anunciar que el Reino de Dios está cerca? ¿En dónde pongo mis seguridades y qué pienso de las exigencias de Jesús? ¿Soy lobo para los demás? ¿Dejo de actuar conforme a los valores del Reino por temor a “los lobos” que amenazan el evangelio? 
Gracias, Padre Bueno, porque nos has confiando la misma misión que Jesús. Concédenos la generosidad necesaria para descubrir que en la pequeñez se muestra la grandeza del evangelio, danos un corazón valiente para no atemorizarnos ante los lobos del mal, revístenos de humildad para no convertirnos en lobos de nuestros hermanos y llénanos de la alegría y la paz que sólo nos puede dar tu amor. Amén. 

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