sábado, 23 de marzo de 2013

DIÓCESIS
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Diócesis de San Cristóbal de Las Casas




El ramo y la cruz
Domingo de Ramos

Isaías 50, 4-7: “No aparté mi rostro de los insultos, y sé que no quedaré avergonzado”
Salmo 21: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Filipenses 2, 6-11: “Cristo se humilló a sí mismo, por eso Dios lo exaltó”
Pasión de Nuestro Señor Jesús según San Lucas 22, 14-23, 56.
Evangelio de Bendición de Ramos Lc 19, 28-40.
Verdaderos amigos
“En la cárcel y en la enfermedad se conocen los amigos”, repite como un estribillo mientras sigue mirando al horizonte como si con su mirada pudiera traspasar los muros del penal y traer al presente escenas de una vida de triunfos y reconocimientos. “Estoy en la cárcel más por motivos políticos que por delitos verdaderos. Lo que más me duele es que los mismos que me adulaban, que reconocían todos los progresos del pueblo, que solicitaban mis favores, que eran mis amigos… son los que ahora más me atacan, me denigran y huyen de mí como si estuviera apestado. Quizás haya algunos errores administrativos, pero no hay ningún delito verdadero, ni soy el criminal como el que ahora pretenden hacerme aparecer. Es verdad que tampoco era el gran líder y el magnífico beneficiario que antes parecían reconocer todos. Cómo cambian las situaciones: mis amigos, eran más amigos del poder que míos; ahora casi nadie me visita y muchos son los que se avergüenzan de mí”. Son palabras del prisionero que van cayendo una a una como en confesión y reconocimiento. “No eran verdaderos amigos, eran más amigos del triunfo, del dinero y de la ambición política que de mi persona”. Domingo de Ramos, de gritos de triunfo, de alabanzas… ¿No dirá Cristo lo mismo de nosotros?
Todo en Jerusalén
Para San Lucas todo gira en torno a una subida a Jerusalén donde se manifestará el triunfo, la pasión y la resurrección. Así coloca una única entrada en Jerusalén, una entrada llena de alegría, de simbolismos y de júbilo. Cada palabra está colocada con una intención y con una fuerte carga simbólica, desde el burrito que nadie ha montado, hasta las alabanzas bíblicas y la oposición de los fariseos. Jerusalén “recibe a su rey que viene montado en burrito, hijo de asna” como lo predijo el profeta. Él es el rey que rompe los arcos de guerra, el rey de la paz y de la sencillez, un rey que los pobres aclaman con espontaneidad, al que se acercan y en el que ven cumplidas todas sus esperanzas. Jesús reivindica un derecho regio retomando las promesas del Antiguo Testamento pero al mismo tiempo excluye las falsas esperanzas de un mesianismo militar y una paz sostenida con las armas y el poder. Jesús no se apoya en la violencia, no emprende una insurrección contra Roma. Su poder es de carácter diferente, reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios, y en la pobreza y pequeñez de sus seguidores. Los mantos, los cantos, los ramos, son signos evidentes de una realeza. Las palabras, “¨Paz en el cielo y gloria en las alturas”, retoman el anuncio de los ángeles cuando llegaba el salvador a la tierra. Todo parece una alabanza jubilosa en el momento de aquella entrada, se siente la esperanza de que la hora del Mesías ya hubiera llegado, al mismo tiempo parece una procesión y súplica de que sea instaurado el reinado de Dios sobre el pueblo de Israel. Todos parecen tan comprometidos: los apóstoles, las masas que se entregan fervorosas, los cánticos y hasta los indiferentes que se unen al homenaje.
El ramo y la cruz
¿Un triunfo de Jesús? ¡Qué difícil decir que es un triunfo! Ciertamente es una manifestación de un rey, pero muy distinto a los otros reyes… y cuando comienzan los problemas, comienzan las dudas, las deserciones, las negaciones y se inicia la debacle. Domingo de Ramos nos presenta en unos cuantos minutos lo que sucede en la vida real de los cristianos y seguidores de Jesús: del encanto y la sublime alabanza se pasa a los vituperios de la pasión, a los insultos y agravios, a los golpes y agresiones, a la condena y a la muerte. ¿Hemos entendido la realeza de Jesús? ¿No nos pareceremos un poco, o un mucho, no solamente a la turba que parece cambiar constantemente de parecer, sino a aquellos íntimos, a los más cercanos, que también caen en la alabanza fácil para después emprender la huida vergonzante? La multitud, entendemos, cambia rápidamente de pensamiento y de corazón, siguiendo el correr de los vientos, pero ¿los discípulos? ¿Los más cercanos? ¿Los que tienen autoridad? ¿Hemos divorciado el ramo de la cruz, el triunfo del fracaso? 
Sin coherencia
Así, nos encontramos a los discípulos a los que tanto gritaban, que “hicieron que Jesús montara en el burrito”, que parecían tan seguros de su Maestro, que después no son capaces de velar una hora con el mismo Maestro, que se dispersan ante las dificultades, que lo dejan solo en su agonía. Así somos también nosotros, ensalzamos y vitoreamos al Señor Jesús, pero que después no somos consecuentes en la construcción del Reino, que quisiéramos una religión más a nuestro modo y a nuestro gusto, que no nos exija, que no nos cuestione, que no vaya en contra de nuestros gustos y ambiciones. Nos falta coherencia entre lo que decimos pensar y lo que hacemos, entre lo que profesamos y nuestras acciones. Nos escandalizamos de Judas porque con un beso traiciona al Maestro, lo acusamos porque lo vende por unas monedas y buscamos entre la oscuridad la razón de su traición… pero después también nosotros traicionamos al Maestro en cada uno “de estos pequeños”, cuando nos interesan más nuestras ganancias, la moneda fácil, el negocio corrupto, o la ideología intransigente.
Débiles y contradictorios
Somos débiles como Pilato que aunque “no ha encontrado ningún delito” se atreve a darle un escarnio y después de compararlo y exhibirlo como más repugnante que Barrabás, autoriza que lo crucifiquen ante la gritería de un populacho enardecido y manipulado. Somos débiles también nosotros porque no somos capaces de luchar contra la injusticia y la corrupción que condena al inocente y al desamparado; que tememos los gritos e insultos de una masa amorfa y manipulable que se rinde ante el poder del dinero y de la poderosa globalización que condena a muerte a inocentes víctimas, y da libertad a grandes estafadores y criminales. Nosotros nos lavamos las manos y acusamos a los demás, pero somos débiles para defender al Jesús víctima inocente que cae entre las ruedas de la gran maquinaria del poder. Quizás como Pedro nos atrevemos a fanfarronear diciendo que nosotros no actuaremos igual, que seremos fieles, que lo seguiremos a donde quiera que vaya, pero después estaremos temblando de miedo ante la posibilidad de seguir sus caminos, de vivir su doctrina y de tomar su cruz. También nosotros temblando llegaremos a decir: “No lo conozco, no sé de qué me hablas, no soy su seguidor”. Tanto miedo nos da la cruz, tanto miedo nos da el dolor y la entrega generosa. 
Vivamos con Jesús
Domingo de Ramos nos presenta el gran reto de ser coherentes y mantener nuestra palabra. Decirle a Jesús un “Bendito el que viene”, y sostenerlo con nuestra vida. Seguir sus pasos, uno a uno, con nuestra cruz. Contemplar su entrega a plenitud y junto con el oficial romano exclamar: “Verdaderamente éste es el Hijo de Dios”. ¡Qué ironía! ¡Uno de los extranjeros es el que lo reconoce! ¿Cuál será nuestra actitud no sólo en esta Semana Santa, sino en nuestra vida cotidiana? Al mirar a Jesús hoy tendremos que renovar nuestro esfuerzo por aprender a pensar, sentir, amar y vivir como Jesús y hacerlo con coherencia. Esto es lo que debería de estar en el corazón de todo creyente. Sus dificultades ha de tener al iniciarse con la celebración de una entrada triunfal muy especial, para después, y a partir de la proclamación del evangelio de este día, manifestarse en la entrega plena, dolorosa, de amor y compasión por todos los hombres. Semana Santa es la manifestación de la misericordia de Jesús. Su donación, su cruz, muerte y resurrección, serán el grito que clama por la vida en una cultura de muerte, corrupción y mentira. Hoy acompañemos a Jesús con gritos de alegría y hosannas, pero durante toda la semana acompañémoslo en su pasión, muerte y resurrección. Somos sus discípulos ¡Vivamos esta semana con Jesús! 
Dios, lleno de amor y de bondad, que has querido entregarnos como ejemplo de humildad a Cristo, nuestro salvador, hecho hombre y clavado en una cruz, concédenos vivir según las enseñanzas de su pasión, para participar con Él de su gloriosa resurrección. Amén

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