sábado, 3 de noviembre de 2012

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
En el Corazón de la fe


XXXI Domingo Ordinario

Deuteronomio 6, 2-6: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón”

Salmo 17: “Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza”

Hebreos 7, 23-28: “Jesús tiene un sacerdocio eterno, porque Él permanece para siempre”

San Marcos 12, 28-34: “Amarás al Señor tu Dios. Amarás a tu prójimo”

El corazón

Sus padres lo miraban con un poco de reproche y con otro poco de compasión. Desde hacía algún tiempo se había tornado flojo, siempre cansado, decía que le dolía la cabeza, pero ellos sospechaban que eran pretextos para no estudiar ni trabajar. Al pequeño Andrés, a sus once años, se le percibía como falto de interés, de voluntad y de entusiasmo. De repente dijo que no veía bien. Fue obligada una visita al oculista que los remitió al médico familiar quien, después de los exámenes de rigor, les explicó que lo más importante no era el problema de la vista, sino el problema del corazón: “Cuando el corazón anda mal, todo se descompone”. Con los modernos sistemas de computación le presentó al niño el mecanismo de esa “maquina maravillosa que siempre está trabajando, día y noche sin descansar, que se llena de vida con sangre y que también reparte vida por todo el cuerpo. Si deja un momento de funcionar, o no funciona bien, todo se descompone: la cabeza, los ojos, los pies…”. “Y para que el corazón trabaje bien lo más importante es tu alimentación y tu ejercicio: lo que recibes y lo que das. Si un corazón recibe chatarra y grasas, se paraliza; si no haces ejercicio suficiente, si no trabajas y gastas la energía: tu corazón lo resiente”. “Tu corazón es el órgano más importante de tu cuerpo: si no funciona, te mueres”.

En el amor

Hay cosas importantes en la vida, hay otras que son de mucho interés, pero hay una única cosa importante que no podemos dejar de lado so pena de que nuestra vida interior muera: el amor de Dios y el amor al prójimo. Es el corazón del discípulo, es el centro de toda su vida, si esto lo descuidamos, todo empieza a descomponerse, todo empieza a podrirse, todo amenaza destrucción. Alguien me ha dicho que por qué he escrito el “amor de Dios”, en lugar del “amor a Dios”, por una razón muy sencilla, para indicar ese movimiento de reciprocidad: el amor que Dios nos da, el que recibimos gratuitamente, y nuestra respuesta de amor, el amor que brota de nuestro interior a Aquel que tanto nos ama. Es lo que ha experimentado el pueblo de Israel. Cuando vivía en esclavitud, cuando no se sentía pueblo, cuando sus gritos se ahogaban en la impotencia, “experimentó” el amor de un Dios que recogió esos gritos y lo hizo pueblo. Al iniciar su peregrinación por el desierto sabe que sólo se sostendrá gracias a ese amor que es recíproco. Saberse amado por Dios lo sostiene, pero también lo sostiene el amor que le profesa a Dios. Toda idolatría lo lleva a la destrucción porque se olvida de sus raíces y porque abandona sus ideales. Por eso con toda razón ha hecho del “Shemá Israel” el fundamento de todas sus leyes, de su estructura y sus ideales. Cada vez que se ha olvidado y ha puesto su corazón en otros dioses, llámense baales, llámense injusticias, llámense falsos ritos, el pueblo ha caído en la desgracia. Por eso cada día con rigurosa fidelidad debe recitar: “Shemá Israel”: “Escucha Israel, nuestro Dios…” Moisés, en su despedida, insiste en lo que es más importante para que el pueblo tenga vida: cumplir las instrucciones y normas que el Señor ha dado. El texto del Deuteronomio que leemos hoy es el alma, la guía, la hoja de ruta que Israel no puede descuidar ni cambiar por otra cosa bajo el grave riesgo de perderse y perecer como nación. La connotación en hebreo del verbo “shemá” lleva implícito el imperativo de obedecer, poner en práctica, y eso era lo que debía hacer el pueblo: escuchar obedeciendo, escuchar poniendo en práctica. Es la profesión de una fe monoteísta en medio de un mundo politeísta, que adoraba muchos dioses, y tiene un alcance patriótico: unidas a esa fe en el único Dios, están la posesión de la tierra y sus relaciones sociales y políticas con los hombres. Mientras sea fiel a este Dios, poseerá esa tierra que mana leche y miel; y las idolatrías serán solamente su gran peligro.

Amar como Jesús amó

Jesús retoma el credo israelita y lo hace actual, para aquel tiempo y para nuestro tiempo: el amor de/a Dios y el amor al prójimo. No quita un ápice de aquella confesión porque el amor a Dios sostiene al hombre y se le ha de amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. Pero como consecuencia clara e indispensable de este amor, coloca el amor al prójimo “como a ti mismo”. Lo que alimenta y da vida al hombre debe estar traducido en acciones concretas que manifiestan ese amor. No lo menguan, no lo disminuyen, sino lo acrecientan. Cuanto mayor sea el amor sincero que tengamos al hombre, mayor será el amor verdadero que tengamos a Dios y viceversa. Toda idolatría no solamente es contra Dios, sino contra el prójimo y pensemos en cualquier clase de idolatría que ate el corazón y descubriremos que niega a Dios y destruye a la humanidad. Las modernas idolatrías no están dirigidas sólo contra Quien nos ha hecho, sino contra nuestros hermanos. Por ejemplo la idolatría de la riqueza hace consistir la verdadera grandeza del hombre en “tener” y se olvida que la verdadera grandeza es “ser”. No vale el hombre por lo que tiene, sino por lo que es. Cuando se es idólatra del tener, se es avaro, y se opone a la construcción del Reino, se niega a Dios y se destruye al prójimo. Ahora hay un gran peligro en este país por esta idolatría; quizás sea la más grande tentación de este momento porque los fanáticos de las riquezas, los ídolos del dinero, los que no quieren que les toquen sus privilegios, esconden sus bienes, fortalecen sus alianzas y destruyen a los hermanos. Sólo así se explica la actual violencia, la desigualdad insultante, las mentiras y corrupciones. “Cuanto más se apega a este ídolo el corazón del hombre, más se está manifestando el íntimo grado de subdesarrollo moral”; que es la codicia, la avaricia, la envidia, el querer tener más, el querer subyugar a los otros bajo mi riqueza. En eso consiste el mayor subdesarrollo moral, porque la idolatría destruye al hombre y ofende a Dios. Podríamos así hablar de cualquiera de las idolatrías: del poder, del placer, de la fuerza… todas niegan a Dios y destruyen al prójimo.

Contemplando el misterio y cercanos a los pobres

Como una expresión de lo importante que es el amor que recibimos y el amor que damos, con gran acierto al concluir el Sínodo de los Obispos insisten en estos dos puntos fundamentales de la Nueva Evangelización: “El primero está constituido por el don y la experiencia de la contemplación. Sólo desde la mirada del amor de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y desde la profundidad de un silencio que acoge la Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble para el mundo”. Necesitamos “llenarnos de Dios” para poder vivir. “El otro símbolo de autenticidad de la nueva evangelización tiene el rostro del pobre. Estar cercano a quien está al borde del camino de la vida no es sólo un ejercicio de solidaridad, sino ante todo un hecho espiritual. Porque en el rostro del pobre resplandece el mismo rostro de Jesús… La presencia de los pobres en nuestras comunidades es misteriosamente potente, cambia a las personas más que un discurso, enseña fidelidad, conduce a Cristo. Al mismo tiempo debe ir acompañado por el compromiso con la justicia, con una llamada que se realiza a todos, ricos y pobres”. En el corazón de la Nueva Evangelización se coloca el mandamiento que es el corazón de toda espiritualidad: amar a Dios y amar al prójimo como a ti mismo.

Nosotros igual que el escriba estamos invitados a escuchar y a vivir en plenitud este mandamiento. Revisemos qué idolatrías se han escurrido hasta dentro de nuestro corazón y han hecho a un lado a Dios ¿Qué puesto ocupa Dios en mi vida, en mi mente y en mi corazón? Pero también estemos muy atentos a nuestro amor al prójimo, nuestro compromiso con la justicia y con la verdad, con la fraternidad ¿Cómo amo a mi prójimo? ¿Qué muestras concretas doy de este amor hacia mis hermanos?

Padre Bueno, que en Jesús nos has manifestado todo tu amor, concédenos vivir siempre en tu presencia amando a todos nuestros hermanos. Amén.

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