sábado, 4 de agosto de 2012


DIÓCESIS

+Mons. Enrique Díaz Díaz

Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas


Pan de vida, pan de comunión
XVIII Domingo Ordinario


Éxodo 16, 2-4. 12-15: "Voy a hacer que llueva pan del cielo"
Salmo 77: "Les dio pan del cielo"
Efesios 4, 17. 20-24: "Revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios"
San Juan 6, 24-35: "El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed".
Sabroso pan
Para nuestro mundo de desperdicio y de abundancia, resultan increíbles algunas situaciones que todavía se viven en nuestra patria. Hay comunidades tan alejadas de los "centros de civilización", que sin luz, sin agua, sin caminos, viven casi exclusivamente de lo que producen. Y naturalmente el pan casi nunca llega por esos sitios. Los hermanos maristas entre otras actividades, han promocionado, en varias comunidades, formas prácticas y económicas de hacer pan. Desde la creación de un horno ecológico que gasta muy poca leña, hasta proporcionar la harina y explicar los procedimientos que se requieren para hacer el sabroso pan que se consume en comunidad. "¿Por qué será que sabe más sabroso este pan? ¿Acaso por las dificultades para hacerlo o porque todo se prepara en comunidad? Vaya usted a saber; pero este pan sabe a hermandad, a comunión", dice una de las mujeres que han hecho una pequeña cooperativa para poder hacer el pan al menos los días de fiesta. Así el pan se transforma en comunión.
Un nuevo pan
No sé si son más impresionantes los gritos de los israelitas en el desierto exigiendo la comida para no morir de hambre, las muchedumbres que siguen a Jesús buscando el alimento que les ha regalado, o bien las inmensas masas actuales que se debaten en medio del hambre ante la indiferencia de los pueblos abotagados de comida chatarra y alimentos superficiales. Quien ha padecido verdaderamente el hambre, comprende el valor del alimento. Quien se ha compartido, sacrificando su estómago y su comodidad, comprende el valor de la fraternidad. En la memoria de los israelitas quedó marcado el milagro del desierto, el maná que los sostuvo y les dio fuerzas para continuar con sus marchas interminables. Por eso, es muy comprensible el inicio de este pasaje evangélico. Si Jesús ha dado de comer a miles de personas, lo más natural es que ahora lo quieran seguir a todos lados. Alguien hablaría de populismo, dar al pueblo pan y circo, hacerlo que se olvide de sus problemas y alimentar su estómago. Jesús no acepta esta búsqueda interesada, sino exige una búsqueda más comprometida y seria. Les hace ver lo equivocado de su actitud y al escuchar la pregunta: "¿Qué obras debemos hacer?", continuando en el plano de lo exterior y de lo superficial, Cristo los invita a una nueva relación y una nueva forma de vivir. No es sólo lo exterior, implica un cambio profundo en lo interior. Les pide una única obra: "creer en él", y les hace ver que no basta encontrar solución a la necesidad material, sino que hay que aspirar a la plenitud humana, y esto requiere la colaboración de ellos. Los invita a trabajar por conseguir el alimento que no acaba, que permanece, el que da la vida sin término, dándole su adhesión a él como enviado de Dios. Es elevar más allá la mirada. Estamos tan absortos y necesitados del pan material que nos ahogamos en la angustia de cada día: "Trabajamos para comer y comemos para poder trabajar".
Saciar el hambre
Nadie tiene derecho a utilizar el hambre como arma para controlar la voluntad de una persona o de un pueblo. Saciar el hambre es un primer paso en la búsqueda de la dignidad de la persona, pero nunca a costa de la esclavitud. Con frecuencia el progreso va unido a nuevas formas de esclavitud y explotación que atan y deshumanizan a la persona. Es urgente buscar caminos que acaben con el hambre; pero no basta, se requieren nuevas formas de acercar a la mesa a los hermanos en unidad y fraternidad, compartiendo y construyendo un mundo donde los individuos y los pueblos alcancen un desarrollo integral y pleno. Cristo propone una nueva visión de la persona que incluye su realización plena: "No busquen el alimento que perece". La persona requiere además del alimento, su reconocimiento, su realización y su integración en la comunidad. Requiere también esa vida en plenitud con Dios donde encuentra sentido su existencia. Por eso Cristo se presenta como el nuevo pan, Él no vino a la tierra para iniciar una nueva religión, sino para ofrecernos la comunión con Dios. "Comunión" es uno de los más bellos nombres de la Iglesia.
Pan de vida, pan de comunión.
No sé si haya una integración más plena entre dos cuerpos que la que proporciona el alimento. El pan que nos alimenta se convierte en nuestra sangre, en nuestros miembros, en nuestra carne y no podemos decir "aquí tengo un trozo de pan que comí en la mañana", sino que se transforma en nosotros mismos, en nuestros miembros. El aparato digestivo descompone y trabaja los elementos de la tortilla, el frijol o el pan que comemos, y da vida y fortaleza a nuestro cuerpo. Cristo ha escogido el pan como signo de su presencia y de su integración a cada uno de nosotros. El pan tan común en su cultura, tan insignificante y tan indispensable. Compuesto de pequeños granos triturados, descompuesto para dar vida, sostiene a la persona y le da energía para su trabajo. Llega a ser parte de la misma persona y así se transforma en vida al morir. Cristo ha escogido este signo y se hace para nosotros pan de vida. Se une a nosotros, pasa desapercibido y se convierte en parte nuestra, o, quizás sea mejor decir, nos convierte en parte suya para seguir dando vida. Quizás no hemos reflexionado profundamente en toda esta transformación y no hemos dado gracias suficientes por este regalo de Jesús que se quiere quedar tan dentro de nosotros hasta formar parte de nosotros mismos, hacerse cuerpo nuestro, hacernos cuerpo suyo. Es Pan de comunión que nos une con el Padre pero que también nos une con los hermanos.
Nueva forma de creer
Creer en esta presencia, creer en esta comunión, creer en Él, es la exigencia que este día nos presenta. Si tomáramos en serio este signo, cómo cambiaría nuestra vida en cada comunión. Nos unimos a Cristo, Él se une a nosotros, y así también nos unimos a todos los hermanos. Es una verdadera comunión que nos deberá llevar a consecuencias muy coherentes en la vida diaria. No tendremos derecho a vivir una vida adormilada e indiferente, sino la tendremos que vivir en plenitud y unidos a Jesús. Como dice San Pablo: "Él les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo yo corrompido por deseos de placer". No podremos vivir esa vida individualista y comodina, sino compartida y comprometida con cada uno de los hermanos a los que nos ha unido Jesús. Es la única obra que nos pide Jesús: "creer en Él", pero creerlo en serio y de verdad; una fe que lleve a las obras, una fe que no se quede en simples deseos, sino que se transforme en acción y en entrega. ¿Cómo recibo mi "Comunión" y a qué me compromete? ¿Cómo soy yo también pan de hermandad? ¿Paso indiferente ante el hermano solo o con hambre?
Señor, tú eres el pan de vida, formado de múltiples granos, entregado y triturado para darnos vida, concédenos creer en ti, en tu Eucaristía y entrega, para vivir plenamente en comunión contigo y con los hermanos. Amén.

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