sábado, 9 de junio de 2012


DIÓCESIS

+Mons. Enrique Díaz Díaz

Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas


El corazón de la sociedad
X DOMINGO ORDINARIO


Génesis 3, 9-15: "El Señor puso enemistad entre la serpiente y la mujer"
Salmo 129: "Perdónanos, Señor, y viviremos"
II Corintios 4, 13-5,1: "Creemos y por eso hablamos"
San Marcos 3, 20-35: "Satanás ha llegado a su fin"
Inconcebible violencia
En los últimos tiempos, los noticieros, aun los que no tienen tendencias a los escándalos o al amarillismo, han dado cuenta de horribles crímenes que parecen superarse cada día más, en más saña y crueldad. Jamás nos hubiéramos imaginado que la cabeza de una persona apareciera cercenada en una hielera; o que un esposo despedazara a su pareja y la enterrara en diversos sitios; o que una madre le sacara los ojos a su propia hija pequeña. ¿Qué puede haber en el corazón de un hombre para actuar así? ¿Por qué el mal, en cualquiera de sus formas e imágenes, se adueña de tal forma de la mente que rompe los más elementales lazos de humanismo? Todos observamos escandalizados y preocupados, incapaces de comprender que esto pueda suceder. Como si estuviéramos cayendo en el oscuro agujero del sinsentido y de la barbarie.
En el corazón de la sociedad
El hombre de todos los tiempos ha buscado respuestas a los interrogantes fundamentales de su vida. Todos los pueblos tienen sus mitos y sus ritos que los llevan a buscar en sus orígenes la presencia del bien y del mal, las razones de la enfermedad, de la división, de la vida y de la muerte. Es así como ha nacido el Génesis que en sus primeros capítulos con un bello himno nos lleva por los caminos de la creación sublime del hombre, de su dignidad como imagen de Dios, "a imagen suya los creó, hombre y mujer los creó", y con su misión de constructor y cuidador del universo. Pero, el escritor bíblico, pronto, también nos hace descubrir la realidad del pecado, de la envidia y del egoísmo. El hombre y la mujer que fueron puestos como complementariedad y plenitud siendo pareja, los que estaban llamados a vivir en el más grande amor y hacerse los dos uno solo, los que deberían dominar y hacer crecer la creación, pronto se presentan "desnudos y avergonzados", porque han olvidado su misión. El Génesis no pretende darnos los datos históricos de un pecado, sino el origen y el camino de todo pecado: romper las relaciones y la armonía. Romper con el Creador para erigirse ellos mismos como dueños y señores; romper con la creación al querer "empadronarse de la creación y establecer un nuevo orden"; romper la relación de pareja donde ambos se culpan y no pueden mirarse a los ojos; en fin romper la misión de complementariedad, imagen y plenitud de amor. Cada vez que el hombre se coloca como centro de todas las cosas y se olvida que es básicamente relación, pierde su sentido original y se convierte en esclavo de las cosas, en enemigo de sus hermanos, y se esconde de Dios. A algunos les sorprenden los castigos que expresa el autor sagrado, pero son las consecuencias que lleva en sí mismo el pecado: desnudez, esclavitud, insatisfacción, penuria del trabajo y lejanía de Dios. Dios debe estar en el corazón de la familia y en el corazón de la sociedad, si no, pierden su rumbo.
Cristo destruye el pecado
Cristo vino a romper toda esclavitud de pecado y opresión, pero los mismos de casa no lo comprendieron y empezaron a tacharlo de loco. A muchos les parece locura querer reconstruir esa imagen de Dios puesta en el corazón del hombre; miran como imposible y hasta amenazante, romper los lazos que esclavizan a la humanidad atándola a las cosas materiales y rompiendo la armonía que nos hace a todos participar de la creación gratuita en favor de todos; se escandalizan cuando Jesús va más allá de los lazos familiares para recuperar el original sentido de una sola familia, de una participación plena de todas y cada una de las personas como iguales y con todos los derechos. Los propios de casa lo llaman loco y pretenden atarlo a las costumbres, a la cerrazón de una tradición y las leyes convenencieras que en lugar de dar libertad aniquilan y destruyen. Dos cosas me impresionan de este relato. Bueno, tendríamos muchos puntos más que nos harían reflexionar pero ahora quisiera que retomáramos estos dos puntos básicos. El primero es ese sentido del pecado y de la influencia del demonio o del mal, como lo queramos llamar. No podemos ocultar toda la maldad que hay en el mundo, no se puede ni se debe justificar, pero sí la debemos entender siempre como una desviación de lo que el hombre está llamado a ser. Todas las injusticias y violencias parten de un desorden interior del hombre; todas las avaricias y acumulaciones que dejan en orfandad y hambre a los otros, son producto de una falsa concepción del poder y del haber; todas las rupturas y traiciones al amor, a la familia y a la pareja, parten de un corazón que no ha sabido amar. El pecado brota de una profunda equivocación interior y sólo sanando el interior se puede remediar. Jesús ha venido a sanar esas profundas heridas, pero necesitamos dejarlo hacer, abrir nuestro corazón para que lo sane y cambiar radicalmente de valores y reconstruir las relaciones básicas de cada persona.
Familia y sociedad, a imagen de Dios
Estos días hemos escuchado mucho hablar de la importancia de la familia, de los lazos que genera y de su importancia como engendradora de vida, de educación, de armonía interior y de equilibrio en la persona. Por el contrario, hoy Jesús parece desconocer y rechazar a su madre y a sus hermanos. ¿Será cierta esta apreciación? Creo que nos equivocaríamos si lo interpretáramos así. Todo lo contrario, la respuesta de Jesús nos lleva a descubrir que no basta dar la vida, tener los lazos de la carne y de la sangre, o como dicen los israelitas, "ser de los mismos huesos", se necesita mucho más para ser familia: "El que cumple la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre". Para ser familia no basta estar juntos y tener la misma sangre, se requiere cumplir con la misión para la que hemos sido creados: diálogo, encuentro en relación, disposición para asumir que sólo con el otro estamos completos; ser imagen del mismo Dios. Cuando no tenemos tiempo para la relación, cuando rehusamos mirarnos a los ojos, cuando negamos nuestra mano al hermano, no bastan los lazos de la carne para ser hermanos. Por el contrario, cuando asumimos nuestra relación como hijos del verdadero Dios y miramos a Cristo como nuestro hermano que nos amplía los horizontes, descubrimos que la fraternidad no se cierra entre cuatro paredes, sino que se abre para recibir a todos los hombres y mujeres que cumplen la voluntad del Padre. En lugar de negar a la familia, le está dando Jesús mayor fortaleza, mayor seguridad y bases más seguras.
Reconstruir el rostro de Dios
Es pues muy importante que ahora descubramos las razones de la injusticia y de la maldad y que reconstruyamos, el rostro de Dios, la fraternidad en nuestras familias, y formar nuevas familias siempre abiertas a recibir otros miembros, más allá de la sangre, que la enriquezcan y la lleven a construir el Reino, sueño de Jesús para todos los hermanos. Las relaciones en casa deben superar nuestros egoísmos y educarnos para una vida en fraternidad en todos los ámbitos. Miremos nuestras familias, miremos nuestra sociedad y preguntémonos si estamos siendo fieles a la misión o si nos hemos extraviado por los caminos. ¿Cómo es la vida en familia y cómo construimos relaciones de amistad, comprensión y amor dentro de ella? ¿Cómo vivimos la fraternidad a la que hemos sido llamados con todos los hombres y mujeres? ¿Cuáles son los valores que nos mueven? ¿Cómo superar las injusticias en nuestro entorno o en nuestras mismas relaciones?
Dios, Uno y Trino, contemplamos tu belleza en cada familia y en cada sociedad que son tus imágenes, te invocamos y pedimos que sean lugares de encuentro, de paz y de crecimiento en el amor. Amén

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