sábado, 2 de junio de 2012


DIÓCESIS

+Mons. Enrique Díaz Díaz

Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas


Familia como nuestro Dios
La Santísima Trinidad


Deuteronomio 4, 32-34. 39-40: "El Señor es el Dios del cielo y de la tierra, y no hay otro"
Salmo 32: "Dichoso el pueblo escogido por Dios"
Romanos 8, 14-17: "Ustedes han recibido un espíritu de hijos en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios"
San Mateo 28, 16-20: "Bauticen a todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".
"Parézcanse a Dios"
Una de las ventajas en las celebraciones de nuestras comunidades indígenas, es que encierran una gran riqueza y participación, y no solamente se escucha la voz del sacerdote, sino de muchas personas. En una comunidad se acostumbra que los papás de los novios, los padrinos y a veces hasta los abuelos, dicen "una su palabrita" y dan la bendición a los novios. En una de estas celebraciones, donde los novios provenían de familias sencillas pero ejemplares, el papá antes de dar su bendición les decía a los novios: "Les he oído decir, y me llena de gusto y de orgullo, que a ustedes les gustaría que su familia fuera como las nuestras, donde podemos platicar, donde nos ayudamos y nos queremos a pesar de nuestras pobrezas y limitaciones, ya por muchos años… pero hoy les quiero decir, que su familia se debe parecer a nuestro Dios porque es la familia más hermosa que conocemos. Dios no es uno solito, ni nunca está solito, ni hace nada solito, es familia y todo lo hace en familia y siempre está acompañado, aunque parezca que no están juntos: es Trinidad. Caminan juntos desde el mero principio, así hicieron el mundo, así decidieron la venida del Hijo, así nos dan fuerzas en su Espíritu. Como si siempre estuviera uno en el pensamiento del otro, como si no pudieran vivir sin el otro. Así vivan ustedes, siempre en el pensamiento, en al amor, en el sentimiento del otro". Mejor homilía que la de cualquier padrecito y respaldada por la bendición y el ejemplo de un matrimonio de años en felicidad y fidelidad.
Dios cercano
Pocos textos tan hermosos del Antiguo Testamento para manifestarnos a un Dios cercano, como el que nos ofrece hoy el Deuteronomio. A base de preguntas y recuerdos, Moisés busca hacer sentir al pueblo de Israel el amor que Dios le tiene. Cuando no eran nada ni nadie, Dios los creó y los llamó a la existencia; cuando perdían su identidad por la esclavitud, fue "a buscarse un pueblo en medio de otro pueblo"; cuando se perdían en el silencio del desierto, Él caminó con ellos y dijo su palabra; cuando se sintieron huérfanos y desarraigados, les ofreció como heredad la tierra prometida. Dios no es un Dios lejano, se ha hecho cercano a ellos y con ellos, por eso deben grabarlo en su corazón. Y ésta también es nuestra historia: debemos tomar conciencia de que Dios se ha comprometido con nosotros, nos ha dado su palabra, actúa a favor nuestro, nos da garantía de su amor y de su elección, por eso pide nuestra fe y nuestra fidelidad, porque Él mismo muestra fe en nosotros y nos ofrece su permanente fidelidad. Si pensamos seriamente nos daremos cuenta de su amor y cómo está en el origen de todos los acontecimientos con su fuerza creadora, salvadora, redentora. Nuestro primer sentimiento tendría que ser en este día dejarnos amar por quien da su amor gratuitamente.
Vivir en la familia de Dios
Si ya en las palabras de Moisés encontramos destellos luminosos de la bondad y belleza de un Dios cercano, con Cristo, "el Verbo hecho carne", Dios rompe los muros donde lo habíamos encerrado, el cielo, el templo y el santuario, y se hace caminante, compañero, amigo y hermano. Un rostro que descubre y devela un gran misterio y que nos llama a conocerlo y vivirlo: "Ven y lo verás", "No los llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su amo, los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que he aprendido del Padre". Y nos invita a participar de esa vida, unidad y dinamismo que en compañía del Espíritu, están viviendo. Su deseo es que "todos sean uno como tú en mí y yo en ti somos uno". Nuestro Dios en su misterio más íntimo no es soledad, sino una familia. Y a esta unidad y vitalidad nos invita el Señor Jesús. Es el misterio que nos quiere revelar, pero no para examinarlo científicamente, sino para vivirlo en amor y amistad. Los científicos ahora se preocupan de las glándulas y hormonas que ayudan o estorban a despertar el amor o la amistad, pero quien ama de verdad, quien es amigo de verdad, no necesita estas descripciones sino la experiencia del amor. Así también Jesús nos llama y nos invita a vivir en esta armonía, dinámica y creadora, de la Santísima Trinidad, donde todo es unidad, creación y explosión de amor. Por eso San Pablo nos dice que "los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios… no esclavos, sino hijos que podemos llamar a Dios Padre".
Dios comunidad
Hoy que celebramos a Dios como Trino y Uno, es el gran día de la Comunidad. Hoy se nos invita a pensar y a experimentar la vida y la presencia del sólo Dios como interrelación comunitaria de tres Personas, sentadas a la mesa en la casa del universo, que crean, que generan y aman. Es el mismo Dios que, además, nos llama a sentarnos nosotros a esa misma mesa, a habitar esa misma casa, porque somos sus hijos y nos hace partícipes de su creación y de su amor, de su regeneración y de su redención, de sus dones y de su liberación. Nos sienta a la misma mesa, juntos como hermanos, como comunidad de fiesta y de vida. Gran incongruencia y contradicción, son nuestras manifestaciones de egoísmo y discriminación hacia los hermanos que dejamos fuera de la mesa, fuera de la casa, y fuera del amor. Son como un insulto ante este Dios Comunidad y Trinidad de cuyo amor participamos, pues al darnos la invitación de participar en su mesa, también nos da su encomienda de una invitación universal, ya que quiere que todos sus hijos e hijas, absolutamente todos, se sienten a la mesa de salvación y de amor. Somos hijos, también herederos de Dios y coherederos con Cristo, pero no para exterminar la creación sino para hacerla fecunda y participativa. Del amor trinitario hemos de beber un viento de libertad y de comunión que hace brotar en nosotros una inspiración constante para trabajar a favor de la familia común, del nuevo pueblo liberado por Cristo. A nosotros nos toca creer y hacer posible ese pueblo nuevo, imagen de la Trinidad, donde no haya guerras, ni odios, ni violencias, ni injusticias, ni soledades, ni arbitrariedades, sino luz de amor y coparticipación.
Ese mundo nuevo se siembra y se inicia en la familia, como señal de la Trinidad. Allí se aprende la donación, la gratuidad y la reciprocidad. Allí se multiplica el amor cuando se reparte y se hace escuela de amor, de perdón y de solidaridad. De allí podremos partir hacia los pobres para construir con ellos un mundo donde todos seamos hijos de un mismo Padre, hermanos de un mismo Cristo y templos-casa del mismo Espíritu. ¿Cómo vivimos esta experiencia de Dios Trino en nuestra familia? ¿Cómo podemos decir que creemos en un Dios Comunidad si vivimos en el egoísmo y la injusticia? Que cada día al persignarnos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu, nos llenemos de fuerza y energía para construir nuevas familias, nueva comunidad, nuevo pueblo.
Dios nuestro, Uno y Trino, concédenos que nuestras familias sean un reflejo de tu amor, relación y comunidad, y que nuestra fe en Ti, se manifieste en nuestro esfuerzo sincero por construir un mundo nuevo. Amén.

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