sábado, 26 de mayo de 2012


DIÓCESIS

+Mons. Enrique Díaz Díaz

Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas


Presencia Viva
Domingo de Pentecostés


Hechos 2, 1-11: "Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar"
Salmo 103: "Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya."
I Corintios 12, 3-7. 12-13: "Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo"
San Juan 20, 19-23: "Como el Padre me ha enviado, así los envío yo: Reciban al Espíritu Santo"
Sin vida
Entre los inmensos árboles cargados de lianas, orquídeas, flores y otras muchas plantas, en medio de una inmensa vegetación y como mirando al río, gran sorpresa nos causó encontrar una construcción enorme. No debía ser muy antigua porque presentaba aspectos de novedad, pero estaba completamente abandonada: las puertas desvencijadas, los techos casi cayendo, ventanas destrabadas, vestigios de lo que pretendió ser una cocina y comedor, y hasta una tina de jacuzzi que estaba llena de hojas y tierra. Una casa completamente abandonada y destruida. "Debió ser de alguien muy rico. Para construirla hasta acá, en este paraíso, debía tener bastante dinero y ser amante de la naturaleza… pero una casa abandonada acaba destruyéndose. Parece contradicción pero si alguien no la habita, se cae a pedazos y se queda sin vida". Fueron las palabras de quien nos servía de guía. Me quedé pensando: "Igual que las personas, si no tienen vida interior, acaban destruyéndose por dentro y se caen a pedazos".
Contagiar de amor
Desde la confusión y el miedo de los discípulos de Jesús, encerrados entre cuatro paredes, protegidos de la ira y los posibles ataques de quienes mataron a Jesús; hasta el moderno miedo y confusión de nuestras ciudades pluriculturales y cosmopolitas, aturdidas por la violencia, por las diferencias y la inseguridad; en una y otra realidad, encontramos una sed de "Espíritu", una ansia de paz, y percibimos la necesidad de una fuerza interior que dinamice, que traiga armonía y que suscite nuevos caminos de vida. No se puede vivir con el corazón vacío, no se puede vivir atenazados por el miedo, y no nos está permitido encerrarnos a llorar nuestra impotencia. Los signos presentados por el libro de los Hechos de los Apóstoles son significativos y descritos como fenómenos sensibles: un gran ruido que proviene del cielo, un viento fuerte que resuena por toda la casa, lenguas de fuego y todo, expresión del Espíritu Santo. Se rompen todos los esquemas, se vuelca el Espíritu y todo lo inunda, todo lo transforma, todo lo dinamiza. Nada es igual. Aquellos discípulos apocados y temerosos, abren las puertas de par en par y se enfrentan primero a sus propios miedos y después, todo un horizonte se abre no como enemigo sino como posibilidad. La misión no es una orden, sino un fuego interior que quema, que purifica, que transforma y que contagia. Contagiar de amor es fácil, cuando se está encendido. Hablar el idioma del amor rompe las barreras de la diferencia y de los odios.
Presencia viva
"Se llenaron todos del Espíritu Santo"; sí, porque el Espíritu está ahí y quiere comunicarse. El Espíritu es luz y quiere penetrar nuestras almas, busca hacerse huésped dentro de nuestro corazón para inundarnos de su amor y de su fuerza. Es fuente de vida y del mayor consuelo, es tregua, es brisa, es gozo que enjuga nuestras lágrimas y nos reconforta en nuestros duelos. Hoy también es Pentecostés para nosotros, pues viene a nuestro interior el Espíritu. Debemos dejar a un lado nuestras sospechas y recelos, quitar los temores y las suspicacias y abrir las puertas y ventanas de nuestro ser. El Espíritu es para nuestra alma como el sol y el agua para la tierra, si nos falta quedamos estériles, nos deshacemos por dentro. Sin el Espíritu, la sociedad se convierte en cuartel de guerra y en lucha de poderes, en una batalla en la que ganan los más fuertes, los que mejor mienten, los que abusan de sus recursos. Una sociedad donde falta el Espíritu será una sociedad desigual y radicalmente injusta, en la que no tendrán cabida ni los más débiles, ni los más pobres, ni los menos afortunados, ni los más sencillos. El Espíritu nos pone en movimiento para crear vida y formar nuevas comunidades llenas de unidad y armonía. Jesús sabe que la misión es difícil porque no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra estructuras de opresión e injusticia. Por eso nos regala su Espíritu para que quedemos llenos de su presencia, seamos capaces de enfrentar la dominación, de derribar la mentira y de quebrantar la oscuridad. Bajo la inspiración del Espíritu, los discípulos encuentran el lenguaje apropiado para el anuncio de la Buena Nueva que llega al corazón de todos los hombres.
El lenguaje del Espíritu
El idioma del Espíritu es siempre bondad, justicia, misericordia, verdad y amor; y, ante este lenguaje, todos los corazones se rinden y se sienten atraídos. Es un idioma claro e inteligible para todos los que nos ven y nos escuchan; sólo se tiene que tener el corazón en la mano y se entablarán lazos de amistad y fraternidad. Pero nadie da lo que no tiene: si no estamos habitados por el Espíritu, seremos charlatanes, pronunciaremos bellos discursos, pero no hablaremos el lenguaje del amor. Tendremos que aprender a vivir como personas resucitadas que tienen en su corazón la fuerza del Espíritu, o seguiremos caminando como muertos vivientes que no salen de su oscuridad. Para vivir en esta nueva libertad es necesario escuchar a Jesús que nos dice: "Reciban al Espíritu" y aprender a dar, a alegrarse con los demás, a ser constructores de paz con capacidad de atar y desatar, de alegrar y de liberar. Si cerramos el corazón, si corremos las cortinas, quedaremos en la oscuridad y en la destrucción.
San Pablo percibe esta fuerza del Espíritu como una vitalidad que dinamiza el cuerpo, que une a sus miembros, que los coordina y organiza, que une a los diferentes para crear una nueva armonía, que los lleva a formar en plenitud, el Cuerpo de Cristo. Es cierto hay diversidad de dones y muchas capacidades diferentes, pero lo importante es que cada uno de nosotros, desde su realidad personal, nos dejemos llenar del Espíritu y lo dejemos actuar en todo lo que pensamos, hacemos y decimos. Si nos dejamos llenar por el Espíritu, seremos personas fuertes en medio de nuestra debilidad y repartiremos paz, amor y perdón por el mundo entero. Día de Pentecostés, día de contemplar y experimentar la fuerza del Espíritu. ¿Cómo se manifiesta el Espíritu en mi vida? ¿Qué signos de unión y armonía he dado frente a los que me rodean, ante los enemigos, ante los que son diferentes? ¿Está vacío mi corazón? ¿Por qué no me dejo invadir por el Espíritu?
Ven, Dios Espíritu Santo, penetra hasta el fondo del alma de todos los humanos, lava nuestras inmundicias, calienta nuestra frialdad y concédenos construir un mundo de armonía. Amén.

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