lunes, 16 de enero de 2012


Felipe Arizmendi Esquivel, lamentó que en Chiapas, “tenemos la dolorosa experiencia de no tratar vien a los que proceden de Centroamérica rumbo a los Estados Unidos

ALBERTO HERNÁNDEZ
Al celebrarse ayer domingo la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, el obispo de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel, lamentó que en Chiapas, “tenemos la dolorosa experiencia de quienes proceden de Centroamérica rumbo a los Estados Unidos, y son vejados, ultrajados, explotados, secuestrados por bandas de delincuentes y narcotraficantes, extorsionados, y algunos asesinados”.
Además, dijo, “varias mujeres son violadas; los migrantes sufren un verdadero calvario, que nos avergüenza y nos duele, los migrantes y refugiados en el mundo, son millones”.
Sin embargo, el prelado celebró que, en Chiapas, el gobierno estatal está luchando por contrarrestar estas crueldades, “pero los esfuerzos son insuficientes”, señaló.
El gobierno federal, dijo, está implementando medidas más protectoras de los derechos humanos, pero “la burocracia, la corrupción y los intereses electorales impiden avances más consolidados”, lamentó.
“Otra cara del problema son los migrantes nativos de nuestro estado que salen a Playa del Carmen, a Cancún, al norte del país y al extranjero, buscando alternativas a su pobreza, porque los recursos locales les son insuficientes. Son personas muy trabajadoras, pero el café, el maíz, el frijol, el campo en general y la pequeña ganadería no les rinden tanto como para cubrir sus necesidades básicas. ¡Cuánto sufren ellos y sus familias!”, agregó.
Felipe Arizmendi aseguró que un problema mucho más grave son los refugiados. “Entre 1980 y 1997, llegaron a Chiapas más de cien mil guatemaltecos, la mayoría católicos y catequistas, perseguidos en su país como enemigos del régimen dictatorial de entonces, de corte evangélico pentecostal”, refirió.
Explicó que en aquel entonces, las diócesis de San Cristóbal y Tapachula hicieron un gran esfuerzo por atenderles humana y pastoralmente. “En 1997 regresaron a Guatemala quienes así lo decidieron. Quedaron entre nosotros miles de ellos, ya no como refugiados, pues la mayoría se nacionalizó y viven aquí tranquilamente. Sin embargo, siguen sufriendo pobreza y discriminación, que debemos combatir, pues son hermanos nuestros. Varios se han integrado en los servicios eclesiales de sus comunidades, tratando de conservar también su idioma y sus peculiaridades culturales”.
El obispo insistió en que a los refugiados, cercanos o lejanos, “no debemos dejar de tenerlos presentes en nuestra oración y, cuando sea posible, apoyarles con alguna ayuda económica. En algunas partes, hoy se hace una colecta en su favor, que esperamos sea provechosa”, concluyó.

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