sábado, 27 de agosto de 2011

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas


En el centro de la cruz
XXII Domingo Ordinario



Jeremías 20, 7-9: “Soy objeto de burla por anunciar la palabra del Señor”
Romanos 12, 1-12: “No se dejen transformar por los criterios de este mundo”
San Mateo 16, 21-27: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo”
En aquel tiempo, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole: “No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a ti”. Pero Jesús se volvió a Pedro y le dijo: “¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!”
Luego Jesús dijo a sus discípulos: “E1 que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, y entonces le dará a cada uno lo que merecen sus obras” (Mt 16, 21-27).
Jornada Mundial de la Juventud
Todavía se escucha entusiasmado y dice que parece estar viviendo un sueño. Para él asistir a la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid es la experiencia más bella que haya tenido en su vida y no cesa de proclamarlo a los cuatro vientos. Muy poco pudo ver de lo que tanto se comentó en los medios de comunicación sobre los grupos que se oponían a la visita del Papa. El ambiente en que se movió fue siempre de alegría, de oración y de participación. Se dice muy cansando sobre todo por los inconvenientes de un clima infernal, por las largas esperas, por las incomodidades de la multitud, por la lluvia y los vientos… pero todo se puede soportar a cambio de ese encuentro con Jesús. Es muy pronto para decirlo, pero él y sus compañeros están tan entusiasmados que ya empiezan a hacer planes para Río de Janeiro 2013. Dice que le calan hondo las palabras del Papa sobre el compromiso de los jóvenes de ser superiores a la tormenta, de no dejarse llevar por los ídolos del mundo y no avergonzarse de Cristo, y la imperiosa necesidad de abrir el corazón a los que tienen hambre, que están sufriendo y viven en la miseria. Se queda meditando: “Asistir a una jornada es el encuentro más maravilloso, pero lo más difícil será cargar la cruz de cada día”.
¿Dios vs. el mundo?
Hay en las lecturas de este día una especie de división entre los valores de Dios, los valores de Jesús, y los valores del mundo. La gran reprimenda que se lleva Pedro al recomendar a Jesús que no asuma la cruz, la muerte y la resurrección, se basa en que “tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres”. San Pablo también exhorta a los Romanos para que “no se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. Y Jeremías exclama entre gritos de dolor y desesperación que se ha dejado seducir por el Señor y que proclama un mensaje que no aceptan los hombres. Se muestran sorprendidos, pues, los hombres de Dios, Pedro, Jeremías y Pablo, porque la forma de actuar de Dios se aleja del mundo de ilusiones y de ambiciones de los hombres. Una de las características de Jesús es este estilo de vida que trastoca los planes del mundo, que actúa desde lo pequeño y que construye desde lo despreciable.
Sin entender la cruz
Pedro había encontrado la alabanza al confesar que Jesús era el Mesías, y se muestra orgulloso y seguro al proclamarlo como Hijo de Dios vivo. Y tiene toda la verdad, pero nunca se imagina que el camino del Mesías será a través de un enfrentamiento a muerte con los poderes de este mundo hasta verse excluido, marginado y condenado. El camino de Jesús no es el camino de los éxitos y los triunfos, del poder y de la fama. El camino de Jesús es el camino de la verdad, del servicio, del encuentro. A muchos de nosotros nos encanta vitorear a Jesús, pero, al igual que a Pedro, nos cuesta entender que la tarea de Jesús y su proyecto de salvación se tengan que realizar mediante el sufrimiento, la exclusión, el fracaso y la muerte. Igual que a Jeremías, nos fascina y nos seduce la misión de Jesús, pero después, cuando encontramos las consecuencias, tenemos miedo, nos angustiamos y quisiéramos volver a los criterios del mundo pues anunciar la palabra del Señor nos convierte en objeto de burlas.
En el centro de la cruz
Algunos han querido dar un significado de “tomar la cruz”, como una aceptación masoquista del sufrimiento y la miseria, pero no es éste el sentido que la da Jesús. Jesús no ama ni busca arbitrariamente el sufrimiento ni para Él ni para los demás, como si éste encerrara algo especialmente grato a Dios. Una de las características de su misión fue precisamente aliviar el sufrimiento, saciar el hambre y sanar los dolores. Simbólicamente la cruz de Jesús manifiesta la plenitud de las relaciones del hombre: relación con Dios expresada en la parte superior; encarnada en la naturaleza y en el cosmos como lo manifiesta la parte inferior; y abierta y comprometida con todos los hombres como lo indican sus brazos. En el centro encontramos el cruce de los caminos de Dios y del hombre hecho carne en Jesús mismo. No es pues ninguna negación del universo, ni una vida de angelismo; no agrada a Dios el sufrimiento y la pobreza, sino el verdadero equilibrio en las relaciones interiores y exteriores de cada persona. Cuando se asumen los criterios que el mundo nos propone como la ambición, el egoísmo, la fuerza, el placer, acaba destruyéndose el hombre a sí mismo, a la naturaleza y a sus hermanos. En el centro de la cruz encuentra el hombre su propia realización.
¿De qué le sirve al hombre?
Cristo viene a darnos la verdadera dimensión de cada persona que no está limitada ni encuadrada en las barreras que le ponen los intereses mundanos del utilitarismo, del comercio y triunfalismo. La propuesta de Jesús es construir un mundo de hermanos, un mundo de dignidad, un mundo que se reconozca amado por Dios Padre. Y por querer construir este mundo, Jesús se encontró con el sufrimiento y el rechazo. Sus discípulos asumirán también esas cruces que nacen del seguimiento fiel a Cristo. Es posible ese otro mundo, pero para lograrlo hay sufrimientos, rechazos, conflictos y cruces que el cristiano ha de asumir siempre, pero sólo así será posible una vida plena. Parecerían contradictorias las palabras de Jesús: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida?” Pero es la realidad, cuando rechazamos vivir la dinámica de la cruz todo se vuelve en nuestra contra. Al haber roto con Dios, la vida pierde el sentido y vagamos sin rumbo; al haber destrozado la naturaleza, nos sentimos agredidos y como extraños en nuestro propio mundo; y al haber roto con los hermanos nos perdemos en nuestra soledad y egoísmo. Perdemos el centro y el equilibrio de nosotros mismos. ¿De qué ha servido nuestro esfuerzo si nos encontramos en la peor de las infelicidades? El hombre sólo puede ser feliz cuando se encuentra en armonía con Dios, con la naturaleza y con los hermanos. Parecería una pesada cruz, pero es una cruz que da vida y más si lo hacemos al estilo de Jesús: por amor, con amor y en el amor. ¿Cómo cargamos nuestra cruz? También para nosotros son las palabras de Jesús: “Toma tu cruz y sígueme”, entonces encontraremos la verdadera felicidad. Sólo la cruz de Jesús da vida.
Padre lleno de ternura, de quien procede todo lo bueno, inflámanos con tu amor y acércanos más a ti, a fin de que descubriendo la vida que nos trae la cruz de Jesús, la llevemos con alegría y fidelidad para construir su Reino de Amor. Amén

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