jueves, 4 de julio de 2013

Periódico Ciudad Real Hoy de San Cristobal

DIÓCESIS
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
SER SACERDOTE VALE LA PENA

SITUACIONES
Con mis compañeros de generación, estamos celebrando nuestras bodas de oro sacerdotales. En el año 1963, fuimos ordenados 18, de los cuales 9 ya fallecieron, 2 pidieron permiso para dejar de ejercer el ministerio y 7 seguimos en el servicio pastoral, unos en parroquias, otros en capellanías, uno en las universidades y un servidor como obispo. Ha sido muy alentador comprobar una vez más el cariño, el respeto y la valoración del pueblo fiel y sencillo hacia sus sacerdotes. A pesar de los malos testimonios presbiterales que en el mundo han acontecido, nuestro pueblo nos sigue dando el título de padres, por la vida divina y espiritual que Dios sigue haciendo llegar a los suyos por nuestra mediación.
Los miles de seminaristas que hay en el país han concluido su ciclo escolar 2012-2013; algunos están en diversas misiones, para estar más cerca de las comunidades que deberán atender como pastores, conocer las realidades distintas en que servirán y definir su idoneidad para este ministerio; otros van a cursos de perfeccionamiento en universidades e institutos; unos más están de vacaciones, en las que también se confrontan consigo mismos y con el medio ambiente, para decidir si continúan en esta vocación o deciden otro camino. Afortunadamente en varias diócesis hay un aumento de vocaciones sacerdotales.
ILUMINACION
Dice el Concilio Vaticano II: “El sacerdocio de los presbíteros se confiere por aquel especial sacramento con el que ellos, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza” (PO 2).
He aquí el misterio del presbítero. No consiste en ejercer un cargo cualquiera. No es desempeñar una función secundaria y burocrática. Es, con toda verdad, actuar como “otro Cristo”. Y no como lo puede y debe hacer cualquier bautizado, sino como cabeza de la comunidad, como cabeza de la Iglesia. ¡Tremenda dignidad y gratísima responsabilidad! ¡Quién puede merecer tal vocación! ¡Quién puede tener derecho a ella! ¡Cómo no dar gracias y hacer fiesta por estos 50 años de ministerio sacerdotal!
Al resaltar hoy la dignidad y misión de los sacerdotes, no pretendo restar importancia a los diáconos, a las religiosas, a los religiosos, a los fieles laicos y laicas en general. La Iglesia no es sólo la jerarquía. Esta es imprescindible, pero entre todos formamos un solo cuerpo, una familia, una comunión, donde todos somos importantes, como dice el Concilio Vaticano II: “Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG 32). 
Dice el Papa Juan Pablo II: Por el sacramento del Orden, hay una “ligazón ontológica específica que une al sacerdote con Cristo, Sumo Sacerdote y buen Pastor” (PDV 11), pues lo “configura con Cristo Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia” (PDV 3). Esta “relación entre el Señor Jesús y el sacerdote es ontológica y psicológica, sacramental y moral” (PDV 72). 
Por la ordenación presbiteral, “el presbítero encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivación, una participación específica y una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva y eterna Alianza: es una imagen viva y transparente de Cristo sacerdote” (PDV 12). Por ello, está llamado a “prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado” (PDV 15). Son, “en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor (Ib). 
COMPROMISOS
Oremos para que sacerdotes y obispos seamos más fieles a nuestra vocación y no motivo de escándalo y tropiezo; mucho menos que seamos culpables de que, por nuestro mal testimonio, algunos se alejen de la Iglesia. Padres de familia, hablen a sus hijos de esta gran vocación, sin presionarlos.

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