sábado, 26 de enero de 2013

DIÓCESIS

+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas

Evangelio, palabra explosiva
III Domingo Ordinario

Nehemías 8, 2-4. 8-10: “El pueblo comprendía la lectura del libro de la ley”
Salmo 18: “Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna”
I Corintios 12, 12-30: “Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro de Él”
San Lucas 1, 1-4; 4, 14-21: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura”
Tesoro olvidado
Se quedó sin palabras cuando le comunicamos el hallazgo. Arrumbado en un viejo cajón de madera, en el tapanco de la sacristía, estaba olvidado un archivo de la parroquia que nadie tenía en cuenta. Eran, en su mayoría, registros de bautismos, de matrimonios y anotaciones que parecían intrascendentes pero de siglos anteriores y que “alguien” había escondido u olvidado, pensando que no tenían ningún valor. “Aquí se encuentran las raíces del pueblo, de sus familias y en cada dato podremos descubrir una veta de historia y muchas explicaciones de la forma de relacionarse, de comerciar y de luchar, que tenía este pueblo”, nos explica el historiador, mientras va revisando uno a uno los documentos, con cuidado y delicadeza, diría yo, con cariño, como si aquellas hojas amarillentas y carcomidas tuvieran vida propia. “¿Cómo pueden tener en el descuido y en el olvido documentos tan importantes?”. Nos cuestiona. Y nosotros no atinamos a responder sorprendidos y avergonzados pues lo que creíamos sería sólo basura acumulada y polvo del tiempo, resultaba un tesoro precioso. ¿No hemos nosotros abandonado y olvidado así el Evangelio, Palabra de Dios?
Año de la fe
Coincidiendo con este año de la Fe y de la Nueva Evangelización, nos encontramos a San Lucas que será nuestro compañero de viaje en este ciclo litúrgico. Hoy iniciamos su evangelio e inmediatamente nos pone en el estado de la cuestión: hay que tener seguridad, hay que tener una fe firme en las verdades que hemos recibido. Por eso ha investigado y se ha informado minuciosamente de todo desde el principio. Entiende que los discípulos de su tiempo se enfrentan a nuevos retos y graves problemas, contempla las dificultades que están viviendo al confrontar su fe con otras culturas tanto romanas como griegas y de las regiones orientales. Y entonces siente la necesidad de presentar a Jesucristo como el verdadero y único Salvador. La salvación que proponen las culturas cercanas ni salva a toda la persona ni salva a todas las personas, sino que se queda en salvaciones parciales que sólo toman en cuenta un aspecto de la persona y ofrecen salvación a unos cuantos, provocando marginación y sufrimiento a las mayorías. Es sorprendente cómo es actual el Evangelio de Jesucristo que nos propone San Lucas, también hoy necesitamos esa salvación que sea integral y que sea universal: que salve a toda la persona y que salve a toda persona. Esto se hace más urgente cuando contemplamos las salvaciones parciales que nos ha propuesto el mundo neoliberal, que van dejando una estela de desigualdades, de injusticia y marginación. Ésta no es la salvación que nos ofrece Jesús.
“Evangelio” palabra explosiva
La palabra “Evangelio”, “Buena Nueva”, que nos propone San Lucas en el inicio de la misión de Jesús, tiene una larga historia y no se refiere al texto que conocemos como “evangelio”, ni solamente a una “buena nueva” en general. Sino que tomada desde el ambiente de los griegos clásicos tiene un significado más profundo: es anuncio de una victoria, y, por lo tanto, anuncio de un bien, de alegría, de felicidad. Así la retoma Isaías (cf. Is 40, 9) como voz que anuncia la alegría de Dios, como voz que hace comprender que Dios no ha olvidado a su pueblo, que Dios, quien aparentemente se había retirado de la historia, está presente. Y Dios tiene poder, Dios da alegría, abre las puertas del exilio; después de la larga noche, aparece su luz y da al pueblo la posibilidad de regresar, renueva la historia del bien, la historia de su amor. En este contexto de la “evangelización”, aparecen insistentemente sobre todo tres palabras: justicia, paz, salvación que lleva implícita la verdadera evangelización. Jesús mismo, en el pasaje de este domingo, retoma las palabras de Isaías en Nazaret, al hablar de este «Evangelio» que lleva precisamente ahora a los excluidos, a los encarcelados, a los que sufren y a los pobres. “Evangelio” es un anuncio explosivo y revolucionario que nos debería llevar a una completa transformación de nuestro mundo, nuestras estructuras y nuestra persona. 
Evangelio, Dios con nosotros
Pero para San Lucas la palabra “Evangelio” tiene aún más significado por el contexto que se le ha añadido como un mensaje del Emperador de potencia y de poder, de salvación, renovación y salud. San Lucas compara explícitamente al Emperador Augusto con el Niño nacido en Belén: “Evangelio” sí es una palabra del Emperador, pero del verdadero Emperador del mundo que se ha hecho oír, habla con nosotros. Este hecho, como tal, es redención, porque el gran sufrimiento del hombre es precisamente éste: detrás del silencio del universo, detrás de las nubes de la historia ¿existe un Dios o no existe? Y, si existe este Dios, ¿nos conoce, tiene algo que ver con nosotros? Este Dios es bueno, y la realidad del bien ¿tiene poder en el mundo o no? Esta pregunta es hoy tan actual como lo era en aquel tiempo. Mucha gente se pregunta: ¿Dios es una hipótesis o no? ¿Es una realidad o no? ¿Por qué no se hace oír? «Evangelio» quiere decir: Dios ha roto su silencio, Dios ha hablado, Dios existe. Este hecho, como tal, es salvación: Dios nos conoce, Dios nos ama, ha entrado en la historia. Jesús es su Palabra, el Dios con nosotros, el Dios que nos muestra que nos ama, que sufre con nosotros hasta la muerte y resucita. Éste es el Evangelio mismo. Dios ha hablado, ya no es el gran desconocido, sino que se ha mostrado y ésta es la salvación.
Evangelio, tarea y misión
Nosotros hemos descuidado a Jesús, Palabra, Evangelio, y lo hemos convertido en un personaje que va cubierto del polvo de los siglos y lo miramos con admiración pero no como un urgente grito que nos desestabiliza y nos fascina. La Nueva Evangelización consistirá en primer lugar en dejarnos interpelar por este Jesús que se hace actual en nuestros días en el dolor y la miseria de los pobres, en el silencio del que sufre, en los gritos de angustia de nuestros hermanos. Creo que hemos “amansado” el Evangelio y parece soso y desabrido, pero esto es mentira, porque quienes somos sosos y desabridos somos nosotros que no somos capaces de percibirlo. Contemplemos los gritos de felicidad, las lágrimas de gozo, del pueblo de Israel al escuchar las palabras de la ley y preguntémonos nuestra actitud frente a la Palabra de Dios y las consecuencias de haber recibido a Jesús, Palabra, en nuestro corazón. Contemplemos a Jesús que en medio de la sinagoga judía pronuncia el cumplimiento explosivo de la profecía de Isaías y hace vivo y presente el Evangelio. Miremos las consecuencias de la aceptación de su misión y miremos qué consecuencias hemos asumidos nosotros al aceptar el Evangelio. No podemos continuar con una vida apática y desabrida. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta. Tendremos que hacer brillar la luz del Evangelio en nuestras palabras y en nuestras obras. Cada quien en su propia medida, cada quien en su propio campo y responsabilidad, cada quien con su propio carisma como nos dice hoy San Pablo.
Las palabras de Isaías que Jesús se aplica a sí mismo, se deberían aplicar también a cada uno de nosotros: ¿Soy yo una buena noticia para mis hermanos, para los que hoy están sufriendo? Como Iglesia y como humanidad, ¿estamos comprometidos en una verdadera liberación para los miles de marginados que desde su pobreza solamente ven pasar de largo el progreso, los alimentos y la tecnología, y ellos se quedan olvidados? ¿Qué acciones concretas podemos hacer para que “hoy se cumpla” este “Evangelio”?
Dios eterno y todopoderoso, conduce nuestra vida por el camino de tus mandamientos para que, unidos a tu Hijo amado, podamos producir frutos abundantes y comprometernos en la construcción del Reino de justicia, paz y amor que Él viene a anunciarnos. Amén


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