sábado, 10 de noviembre de 2012

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
La fe de los sencillos  XXXII Domingo Ordinario


I Reyes 17, 10-16: “Con el puñado de harina la viuda hizo un panecillo y se lo llevó a Elías”

Salmo 145: “El Señor siempre es fiel a su palabra”

Hebreos 9, 24-28: “Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos”

San Marcos 12, 38-44: “Esa pobre viuda ha hechado en la alcancía màs que todos”

Generosidad

Parece una insignificancia pero para mí representa un tesoro. Estercita estaba en cama desde hace ya no sé cuántos años. Pidió la visita de un sacerdote y por casualidad o, ella diría, por providencia y “cariñito” de Dios, me avisaron y tuve la oportunidad de visitarla. Una ancianidad prolongada, enfermedades dolorosas, pérdida de familiares, soledad, incapacidad de movimiento, todo hacía suponer un carácter agrio y las incoherencias y quejas propias de quien ha sufrido tanto y por largos periodos. Pero me encuentro con una ancianita sonriente, cantando y alabando al Señor, y “enrendando” hilo en pequeños pero preciosos detalles que luego enviará a sus amistades: un rosario, una bolsita, una flor, todo hecho con grandes dificultades, pero con un cariño enorme. Pocos días antes de morir, me hizo llegar este pequeño detalle tejido con sus manos artríticas pero sostenidas con un corazón de oro. Al enterarme de su muerte me quedo pensando que “esos pequeños y anónimos ángeles” siguen llenando de bondad este mundo, que parece tan perverso, con esas naderías plenas de amor.

Rostro de escribas

Hoy encontramos una actitud extraña en Jesús: contemplar en plan crítico lo que sucede a su alrededor. Pero, a partir de esta realidad, hoy la palabra de Jesús nos muestra dos caminos opuestos, dos actitudes contrapuestas en la forma de vivir la fe. Ambas se encarnan en los dos personajes que Marcos nos ofrece: los escribas y la viuda pobre. En primer lugar desenmascara la hipocresía y la falsedad de los maestros de la ley que con sus actitudes y su comportamiento han desnaturalizado la práctica de la fe. Su piedad es una vil mentira delante de Dios: conocen la Escritura, pero se aprovechan de ella para su utilidad personal; frecuentan asiduamente la sinagoga pero su corazón está lejos de la justicia y la humildad; hacen oraciones ostentosas, para ser vistos y alabados por los otros. Pero también han desvirtuado los valores humanos: se preocupan sobre todo de lo exterior, pues gustan de vestirse en forma diversa para ser tenidos como importantes; buscan que su valor sea reconocido por los demás y por eso luchan por los puestos de honor en las sinagogas y ser saludados en público; se aprovechan de los demás utilizando los bienes de los pobres para sus propios intereses. De ellos afirma Jesús: “Éstos, que devoran los bienes de las viudas, con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso”. La viuda, el huérfano y el forastero, eran figuras bíblicas que representaban a los pobres y desvalidos, objetos del amor providente de Dios que los defiende y les hace justicia frente al opresor. Los escribas eran unos explotadores que se aprovechaban de los pobres para obtener ganancias económicas. Por eso estaban irremediablemente condenados al juicio condenatorio del Dios que es justicia y amor en favor de los últimos de la tierra. Con o sin religión, estos modelos de conducta se siguen dando entre nosotros y quizás hemos caído también en la tentación de comportarnos para que nos vean y no para tener una vida interior, hemos procurado nuestros intereses antes que el bienestar común. La insultante desproporción y el abismo que se abre entre pobres y ricos, tienen su fundamento en estas actitudes egoístas que justifican tales incongruencias en leyes y doctrinas para escudar sus ambiciones.

¿Quién da más?

Pero Jesús también contempla a los pequeños y aqui encuentra un modelo excepcional: de entrada es mujer, lo que en su contexto la sitúa en una posición de sometimiento al varón. Además es pobre a más no poder, sin ninguna seguridad ni garantía de vida; y por si fuera poco, parece deducirse del texto, es anciana, lo que la margina aún más. La viuda representa al Israel fiel a Dios. Los discípulos, en cambio, estiman más la gloria que la entrega. Cuando se trató el tema de la riqueza, ellos se extrañaron de la exigencia de Jesús al rico. La viuda pobre representa lo mejor de la piedad del verdadero Israel. Ella no ha pervertido la religión del templo ni se ha dejado contaminar por la ambición. Para ella, como para Jesús, el templo es “casa de oración”. Este pasaje pone de relieve el valor del pobre y su potencial evangelizador. La viuda pobre y desconocida no ha pasado a los libros de historia. Sin embargo ha participado activamente en la historia de la salvación y se ha convertido en modelo de vida para los creyentes de todos los tiempos. Ella nos enseña que sólo quien es verdaderamente pobre da todo lo que es y lo que posee, pues sólo el pobre se entrega totalmente a Dios y vive con gozo la gratuidad del amor porque no se siente dueño de nada, ni se apega a nada. La medida de la dignidad no está ni en el vestido que se lleva puesto, ni en la fama de la que se puede gozar, ni en el poder que se puede ejercer, sino solamente en la donación humilde y amorosa. El amor no se mide ni por la cantidad económica, ni por la grandeza de las obras, sino por la calidad interior.

La fe de los sencillos

¿Qué hay en el corazón de aquella mujer? Sería interesante conocer y platicar con esta viuda pobre sobre sus necesidades, sus deseos. ¿Por qué ha depositado todo lo que le quedaba para vivir en la alcancía? Pero sobre todo sería muy interesante preguntarle qué significa tener fe, qué significa generosidad, virtudes y actitudes de la vida que se entrelazan entre sí y se sostienen. Pero me temo que no nos explicaría mucho: ella las vive ante que explicarlas. Quizás nos diría que les toca a los escribas describir y explicar esas actitudes. Ellos saben mucho y lo explican con palabras bonitas, ella solamente entrega al Señor todo lo que tiene, es tan pobre que ¿qué más puede hacer? Pero ella lo pone todo en manos del Señor. Y ahí comienza la fe: confiar plenamente en Dios. Fe, antes que nada significa no hacer cálculos, no hacer reservas, no tomar medidas precautorias. Se trata de arriesgar todo, sin esconder alguna cosa como prenda de garantía. Se trata de iniciar una aventura por un camino difícil, sin dejar posibles puertas de escape. La fe comienza cuando nos encontramos con nuestras manos vacías y nos ponemos en las manos de Dios. Cuando a la fe se une la generosidad tenemos milagros. Como la fe de la viuda de Sarepta que con un puñado de harina y un poco de aceite sacia no sólo el hambre del profeta sino suscita un milagro para toda la posteridad. O como el gran milagro de Jesús, sacerdote que en su entrega de una vez y para siempre, destruye el pecado, despierta la esperanza y nos ofrece salvación. Si contemplamos a Jesús, lo descubrimos viviendo y dándose sin medida, sin cálculos. Dando todo lo que tiene y dándose todo entero; vaciándose, anonadándose y agotándose, sin nada para sí mismo. Por eso se entrega en un pan: triturado, para que todos los coman y tengan vida.

Nuestra aportación a un mundo mejor, nuestra generosidad, por ser tan pequeña, parece que no solucionará los graves problemas, pero desencadena la esperanza y la alegría por hacer, mantiene vivo el rescoldo del amor. Actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de demostrar que el amor vence al odio, a la indiferencia y a la injusticia.

Ayúdanos, Señor, a que dejando en tus manos paternales todas nuestras preocupaciones, nos entreguemos con mayor libertad y generosidad a la construcción de tu Reino. Amén.

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