sábado, 23 de junio de 2012

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas

Gracias por la vida
Natividad de San Juan Bautista

Isaías 49, 1-6: "Te convertiré en luz de las naciones"
Salmo 138: "Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente"
Hechos de los Apóstoles 13, 22-26: "Antes de que Jesús llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de penitencia"
San Lucas 1, 57-66. 80: "Juan es su nombre"
Por aquellos días, le llegó a Isabel la hora de dar a luz y tuvo un hijo. Cuando sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había manifestado tan gran misericordia, se regocijaron con ella.
A los ocho días fueron a circuncidar al niño y le querían poner Zacarías, como su padre; pero la madre se opuso diciéndoles: "No. Su nombre será Juan". Ellos le decían: "Pero si ninguno de tus parientes se llama así".
Entonces le preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamara el niño. Él pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre". En ese momento a Zacarías se le soltó la lengua, recobró el habla y empezó a bendecir a Dios.
Un sentimiento de temor se apoderó de los vecinos y en toda la región montañosa de Judea se comentaba este suceso. Cuantos se enteraban de ello se preguntaban impresionados: "¿Qué va a ser de este niño?" Esto lo decían porque realmente la mano de Dios estaba con él.
El niño se iba desarrollando físicamente y su espíritu se iba fortaleciendo, y vivió en el desierto hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Israel. (Lc 1, 57-66.80)
¿Para qué vivir?
Tengo frente a mí el correo de una adolescente desesperada. Abre su corazón y muestra un rostro que nunca me habría imaginado. La niña alegre y cantarina, desenfadada, inquieta y hasta superficial, me revela un interior que lleva el dolor y el sufrimiento. Narra su niñez y los problemas que tuvo que enfrentar ante el divorcio de sus padres, sus propias enfermedades y la incomprensión de los cercanos. Me habla de una fe que le ha sostenido en momentos, pero que a veces no alcanza para sostenerse en medio de las dificultades. "¿Para qué me trajeron al mundo? No le encuentro sentido a estar luchando sin ver un futuro mejor. Me he puesto mucho más triste cuando a uno de mis compañeros lo encontraron muerto en su propia habitación. No aguantó las presiones y pienso que él ya descansó de todos los problemas y también yo tengo la tentación de hacer lo mismo. A lo mejor soy muy cobarde porque no me he atrevido a intentarlo aunque no dejo de pensarlo. ¿Para qué seguir viviendo cuando todo está tan oscuro?" Y continúa una larga carta llena de dolor e inseguridades. Y me temo que estas preguntas no sean sólo las de una adolescente, sino que reflejan una inquietud de muchas personas a quienes se les hace difícil encontrar el sentido de su vida.
Desde el vientre de mi madre
Interrumpimos hoy el ritmo de nuestros domingos ordinarios para celebrar el nacimiento de San Juan Bautista. Celebrar a un santo es oportunidad para hacer concreto y palpable que la santidad es posible y que a cada uno de nosotros nos toca hacerla realidad. Con el nacimiento de San Juan también nosotros descubrimos el gran regalo de la vida que el Señor nos ha otorgado y la misión específica que cada uno de nosotros tenemos. Ya desde la primera lectura, Isaías nos pone en un contexto de acercamiento al misterio del nacimiento de toda persona. Como respondiendo a la misión que le fue confiada y que tanta preocupación le ha causado, descubre que la vida es don, regalo, misterio, que solamente el amor grande de Dios nos puede otorgar. "El Señor me llamó desde el vientre de mi madre; cuando aún estaba yo en el seno materno, él pronunció mi nombre". No es cierto que valemos poco, no es cierto que, como pretenden las economías, la persona sólo tiene valor comercial, es mucho más grande su valor. Cada hombre y cada mujer son designio amoroso de Dios y su imagen y semejanza. En sí misma la persona ya es una riqueza que el Señor fue tejiendo desde el seno materno y que no está en este mundo por casualidad o caprichos de unos padres más o menos responsables. Cada uno de nosotros debemos descubrirnos como hijos muy amados de Dios. Cada uno de nosotros también somos un regalo y una bendición para los demás. Ahí inicia el aprecio por nuestra propia persona y el aprecio por la vida.
Un nombre como misión
Pero además, cada uno de nosotros, al ser hechos a imagen y semejanza de Dios, hemos recibido la misión de parecernos a Él en todas nuestras actividades y en todo nuestro ser. Isaías comprende que el Señor lo ha llamado no sólo para que sea su siervo, sino para que sea luz para las naciones y la salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra. También nosotros debemos comprender nuestra dignidad y nuestra misión en función de lo que somos y para lo que fuimos hechos. Debemos descubrir que nuestra causa está en manos del Señor y que nuestra tarea no puede hacerla nadie más que nosotros mismos. Otros tendrán grandes cualidades y realizarán grandes empresas, pero la misión confiada a cada uno, sólo la podemos realizar nosotros. Como nuestro Dios es generoso y se manifiesta en la multiplicidad de sus dones, también nosotros encontramos en la generosidad y en la entrega, el sentido de nuestra persona. Estamos llamados a ser luz de las naciones, a llevar a los demás alegría y paz, y en la medida en que lo logremos descubriremos nuestro propio valor. San Juan, en su mismo nombre, encuentra su misión: "Dios es gracia, Dios tiene misericordia". El nombre, más que un gusto de los padres, como sucede entre nosotros, representa una misión. Y la misión de Juan es hermosa pero muy riesgosa: "Es el hombre enviado por Dios para dar testimonio de la luz, y prepararle al Señor un pueblo dispuesto a recibirlo". No es, como la gente del pueblo dice, que tengamos "marcado el signo y que nadie pasa de esa raya", sino es la oportunidad que Dios nos da de ser testigos de su luz. Cada uno de nosotros tenemos que ser luz que alumbre, fuego que caliente, lucero que oriente en el camino. Pero, esta luz debe brotar de dentro de nosotros mismos. De lo contrario corremos el riesgo de ser solamente candil de la calle y oscuridad de la casa.
Gracias por la vida
"¿Qué será de este niño?". Nacido bajo una muy especial protección y ayuda, se puede esperar todo de él. También el nacimiento de cada uno de nosotros es un milagro. Cada nacimiento es un milagro de Dios y para cada uno de nosotros es también la misma pregunta: "¿Qué será de este niño?". No como una predeterminación o un fatalismo, sino como la gran aventura de la vida que se inicia en el tejido amoroso con que Dios nos ha formado en el seno de nuestra madre. Como Juan y como Isaías estamos llamados a ser luz y profetas. No tengamos miedo a los problemas y a los obstáculos que se oponen a la misión. No nos pongamos metas mezquinas, condicionadas por valores de mercado, por cadenas egoístas o por miradas miopes. Con Juan Bautista hoy demos gracias a Dios por nuestro nacimiento, recordemos la grandeza de nuestra misión y abarquemos con nuestra mirada el horizonte al que somos enviados a iluminar. ¿Qué aprecio y cuidado tenemos de nuestra propia vida? ¿Cómo enseñamos a valorar la vida y la vocación de los jóvenes y de los niños? ¿Estoy contento con la forma en que voy realizando mi misión?
Padre Bueno, dador de la vida y de todo don, concédenos la alegría de vivir, la fidelidad a nuestra vocación y el servicio desinteresado que dé sentido a nuestra existencia. Amén.

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