sábado, 11 de febrero de 2012

DIÓCESIS
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Diócesis de San Cristóbal de Las Casas

¡Sí, quiero!

VI DOMINGO ORDINARIO

Levítico 13, 1-2. 44-46: “El leproso vivirá solo, fuera del campamento”
Salmo 31: “Perdona, Señor, nuestros pecados”
I Corintios 10, 31-11, 1: “Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo”
San Marcos 1, 40-45: “Se le quitó la lepra y quedó limpio”
“Huitlacoches”
Anselmo se sorprende al escuchar lo que le están platicando: toda la vida había renegado y despreciado esos horribles hongos que salían en sus mazorcas, que cuando se secaban producían un polvo desagradable, y ahora le vienen a decir que estos “horribles hongos” son una delicia para el paladar y que muchos agricultores los cultivan especialmente raspando las hojas de la mazorca para que puedan producir estos granos. Él siempre lo había considerado una plaga y se queda asombrado al saber que son los sabrosísimos “huitlacoches” que desde tiempos prehispánicos acompañaban una gran variedad de platillos y mira con envidia cómo sus compadres saborean las quesadillas aderezadas con “la plaga” que él destruía y despreciaba. Se queda pensando cuántas cosas que él considera podridas y basura, serán una riqueza en otras partes. Y cuántas personas que unos desprecian y humillan tendrán más valor a los ojos de Dios.
Discriminaciones y lepras
Quizás nos sorprendan las minuciosas descripciones que hace el Levítico para distinguir la lepra, esa enfermedad tan temida por el pueblo de Israel: erupciones, manchas, ronchas, granos, que cuando se extendían por todo el cuerpo resultaban repugnantes. Muchas de estas enfermedades no tenían curación y por eso se les temía, pero mucho más porque los “leprosos” eran considerados impuros y se les exigía vivir en lugares aislados, lejos de la familia y de las comunidades. Condenados al aislamiento, sin familia, sin hijos y pregonando a gritos su desgracia para que nadie se acercara: “Inmundo, inmundo”. Pecador y rechazado, el leproso, al no poder trabajar, quedaba condenado a vivir de la limosna y compasión ajenas. Vivían como “apestados” y sobre todo con el estigma de considerarse castigados por Dios. ¿Exageraciones de una comunidad puritana? ¿Inhumanos y llenos de prejuicios? Si miramos nuestra sociedad no estamos muy lejos de esas discriminaciones y quizás con menos razones para los contagios. Es común en nuestras “civilizadas sociedades” el rechazo a los que son pobres, a los que no tuvieron la oportunidad de estudiar, a los indígenas, a los migrantes, a los enfermos de sida, homosexuales, discapacitados. Se aísla y se descarta al que es diferente, al que no piensa como nosotros. ¡Cuántos rechazados por su forma de entender la vida! ¡Cuántas personas que son señaladas por sus opiniones diferentes! ¿Qué pensará Jesús de todas nuestras discriminaciones?
¡Sí, quiero!
Jesús no se fija en las apariencias sino que mira el corazón. Por ahí no aparecen ni los fariseos ni los escribas, quizás temerosos del contagio, en cambio Jesús acepta el acercamiento de un hombre que se atreve a romper las reglas, un hombre valiente que finca su esperanza en Jesús, un hombre que a pesar de que sabe bien que lo está arriesgando a contaminarse y a la exclusión social y religiosa, supera con su fe los límites que las estructuras le imponen. La súplica del leproso es un desafío que acepta con gusto Jesús. Su “¡Sí, quiero!” expresa una profunda sintonía entre Él y el leproso. No se contenta con mirar desde lejos la miseria del separado, sino que se identifica con él, carga sobre sus hombros su dolor y lo transforma en salvación. De aquel hombre que juzgaban podrido e inútil, Jesús rescata un hombre que puede presentarse dignamente, interior y exteriormente restablecido, ante las autoridades para juzguen su pureza. Puro de cuerpo y puro de espíritu, situación que no muchos de los acusadores e inquisidores podían presumir. Pero así es Jesús: de lo pequeño, de lo podrido, de lo condenado por los hombres, sabe sacar lo mejor. Su Reino lo están construyendo los excluidos y los despreciados. El antes leproso, se deshace en alabanzas y pregona por todos los sitios lo grandioso de la buena nueva. Cuando los pobres evangelizan hacen creíble la palabra, cuando los pobres construyen son capaces de hacer un mundo nuevo. Jesús no es de los que miran con lástima, Jesús cree en la capacidad y en la valentía de los pobres y despreciados a tal grado que les confía la construcción de su reino.
Una mano que levanta.
La mano extendida de Jesús que toca, que cura y que rompe barreras, es para nosotros un signo que nos llama a compromisos y reflexiones. Por una parte no teme entrar en contacto con cada uno de nosotros, con la suciedad y podredumbre, con la miseria humana que vamos cargando. Esto nos alienta para acercarnos a Él a pesar de nuestro pecado e indignidad. Él nunca nos rechaza, Él siempre quiere sanarnos. Pero por otra parte, nos lanza también a nosotros a romper todas las barreras que hemos ido construyendo en torno a los modernos leprosos: ancianos, migrantes, enfermos, etc., y nos pide que caminemos junto a Él. Que en su compañía nos acerquemos a los leprosos de hoy que Él “quiere” seguir tocando, bendiciendo, curando y devolviendo la dignidad. Necesitamos quitar las barreras de nuestra mente y de nuestro corazón para abrirnos y hacernos sensibles y misericordiosos como Jesús. Que a través de nuestras manos siga tocando y acariciando; a través de nuestros ojos mirando con alegría y ternura; y a través de nuestro corazón uniendo, restaurando y humanizando. San Pablo se arriesga en el seguimiento de Jesús y nos reta a que seamos sus imitadores como él lo es de Cristo, y nos propone romper las barreras y buscar la salvación de todos y no el propio interés. Ha comprendido la enseñanza de Jesús.
¿A qué nos compromete hoy el Señor? ¿Qué podemos hacer para borrar las barreras de la discriminación y las fronteras que destruyen la hermandad? ¿Confiamos en los pobres y en los excluidos como lo hace Jesús?
Señor nuestro Jesucristo, mano amorosa del Padre, que cura y vivifica, concédenos que nunca cerremos nuestra mano frente al hermano desamparado sino que siempre tendamos lazos de unión y de amor. Amén.

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