lunes, 16 de enero de 2012

DIÓCESIS
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas

Encuentros

I Samuel 3, 3-10.19: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”
Salmo 39: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”
I Corintios 6, 13-15, 17-20: “Los cuerpos de ustedes son miembros de Cristo”
San Juan 1, 35-42: “Vieron dónde vivía y se quedaron con Él”
Venta de personas.
Hay encuentros que transforman y enaltecen; hay encuentros que denigran y trastornan. Imposible no sentir rabia e indignación ante las terribles realidades que narra la jovencita guatemalteca que un día salió de su terruño con la ilusión de una vida mejor y con las promesas de “aquel hombre” que le aseguró no solamente un trabajo digno sino un amor sincero. Sin darse cuenta pronto se vio enredada en las garras de la prostitución y del narco. Ahora tiene 19 años; pero hace tres años que inició, como era delgadita, le inyectaban “no sé qué cosas” en las piernas y en el pecho para que se viera mejor y tuviera más clientes. Un infierno del que no sabe cómo salió y que la ha dejado aturdida, luchando por recuperar una vida perdida. En la oscuridad, en el anonimato, hay encuentros que matan: la trata de personas, la violencia contra los menores, el trabajo obligado de los niños, la corrupción, las violaciones… Encuentros que matan y que quedan en la indiferencia, en la impunidad y que siempre ahí están. En cambio hay otros encuentros que dan vida.
Dios viene al encuentro
Quizás por experimentar tan fuertemente estos encuentros que manipulan, que devalúan a la persona y que la toman como objeto de placer o de ganancia, resuenan fuertemente los encuentros que nos propone la liturgia de este día. Comienza nuestro caminar reconociendo que Dios siempre está atisbando tras los acontecimientos para comunicarse, para darse y para liberar, incluso cuando pareciera que los hombres no escuchan su palabra. Nos dice el libro de Samuel que en aquellos tiempos no era frecuente la palabra de Dios y que aquel adolescente no era capaz de reconocerla. Triste realidad pues nos encontramos precisamente en un santuario, el de Siló, el lugar propicio para el “encuentro” con el Señor, pero los hijos de Elí han endurecido su corazón y manipulan la religiosidad para su beneficio. El pueblo sufre y no encuentra salida. Pero ahí está el Señor hablando, susurrando en medio de la noche, aunque el pequeño Samuel no sea capaz de reconocer la voz del Señor. Me inquieta esta escena pues podría sucedernos ahora lo mismo: que los lugares donde quiere hablar el Señor se cierren a su Palabra, y nos quejemos de que el Señor no habla. Que nos tapemos los oídos con nuestras ambiciones y después nos lamentemos de que no escuchamos al Señor. Hoy quiero gritar con ansía como el mismo Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. No importa que el primer mandato que me imponga sea la purificación de mi propio santuario, de mi propio interior. El profeta tiene que iniciar el camino purificando su corazón, después tendrá fuerza para proclamar la palabra frente a los demás.
Profanación
Si es muy grave la profanación del Santuario hasta acarrear condenas y daños a los hijos de Elí, San Pablo nos hace comprender que es mucho más grave la profanación del cuerpo, del Santuario, que es cada una de las personas. Nos dice con fuerza: “El cuerpo es para servir al Señor… Sus cuerpos son miembros de Cristo”. Y desde esta realidad se percibe mucho más grave la profanación de personas inocentes, la violación de sus cuerpos, la venta de sus órganos. ¿Cuánto cuesta una mujer? ¿Cuánto vale un infante? Es triste que tasemos los cuerpos en aras del negocio, del placer o del progreso de los pueblos. Las cifras son alarmantes y sin embargo se quedan cortas porque muchas de estas dolorosas violaciones quedan en el secreto de la familia, en el silencio amenazante, o en los archivos secretos de las naciones como víctimas colaterales, sacrificadas “a favor de unos cuantos poderosos”. La manipulación y la comercialización del cuerpo en los medios de comunicación, el desprecio a un sano pudor, la pornografía abierta y la burla de los valores humanos, van en contra de una recta concepción de la sexualidad y de una verdadera educación. San Pablo nos exige que recordemos esta gran verdad: “¿No saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y que habita en ustedes?”. Si lo recordáramos viviríamos con mayor dignidad y también tendríamos más respeto a la dignidad y derechos de las otras personas. Yo soy templo de Dios, los demás son templos de Dios… Por eso termina diciendo Pablo: “No son ustedes sus propios dueños, porque Dios los ha comprado a precio muy caro”. Recordemos, Jesús ha dado su vida y su sangre por nosotros. Ese es nuestro valor y el valor de nuestros hermanos: la sangre de Cristo. Así toda vida es sagrada.
Encuentro de vida
Hay encuentros que cambian la vida y transforman a las personas. Hay encuentros que parece imposible no haberlos tenido antes porque se dan de una manera tan íntima y personal que pareciera que toda la vida los estuviéramos esperando. En el evangelio de hoy, Juan nos relata el encuentro de los primeros discípulos con Jesús. No es la narración periodística de un encuentro, sino la narración de un momento que ha transformado la vida y que después puede ser narrado en detalles y símbolos que en un primer momento pudieran pasar inadvertidos. Encontramos muchos elementos simbólicos que describen toda la persona de Jesús. Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro referirse a Jesús como al “Cordero de Dios”, y sin preguntas o vacilaciones, siguen a Jesús, es decir, se disponen a ser sus discípulos, lo que implicará un cambio definitivo para sus vidas. ¿Por qué siguieron a Jesús? ¿Simple curiosidad? ¿Qué los impactó más? Ciertamente la presentación que hace Juan Bautista diciendo que Jesús es “El Cordero”, implica toda una tradición muy viva en la cultura judía, pero esto no parece ser el motivo de su seguimiento. Al verlos Jesús, entabla un diálogo con ellos: “¿Qué buscan?”, como cuestionando hasta dónde están dispuestos a seguirlo. Cuando ellos responden: “¿Dónde vives, Rabí?”, realmente están preguntando: ¿dónde te manifiestas como eres?, ¿cuáles son realmente los ámbitos propios donde te podemos encontrar? Jesús simplemente les dice: “Vengan y lo verán”. Estos buscadores desean entrar en la vida del Maestro, estar con él, formar parte de él. Y Jesús no se protege guardando las distancias, sino que los acoge y les invita a su morada. El encuentro con Jesús no manipula, no degrada. Estar con Él es reconocerse como persona, descubrir la propia misión, enriquecerse en el interior. A Pedro este encuentro le cambia no solamente sus actitudes, sino hasta su propio nombre. Dejémonos “encontrar por Jesús”, vayamos a donde Él mora, escuchemos su palabra, permitámosle que haga de nosotros un santuario.
Hoy debemos hacernos una serie de preguntas y disponer nuestro corazón para encontrarnos sinceramente al Señor: ¿Estoy dispuesto a reconocer a Jesús en mi vida cotidiana y permitir que trastoque mis intereses más profundos? ¿Puedo, como Pedro, no sólo cambiar mi nombre, sino mis actividades y prioridades? ¿Estoy dispuesto a tener un encuentro profundo con Jesús? ¿Qué medios estoy poniendo para que pueda realizarse? ¿Cómo me comprometo a ser santuario de Dios y a respetar a los demás como templo del Espíritu? ¿Qué puedo hacer para evitar toda manipulación, comercialización, violación y venta de personas?
Padre bueno, que en Jesús nos muestras todo tu amor y quieres encontrarte con cada uno de nosotros, dispón nuestro corazón conforme a tus deseos y permítenos ese encuentro profundo que transforme nuestras vidas. Amén
LEM. Claudia Corroy
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Of. Comunicación 01(967) 67 8 79 69
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