jueves, 12 de enero de 2012

DIÓCESIS
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas



PREVENIR, PARA NO LAMENTAR


HECHOS
Se ha hecho público que uno que era Obispo Auxiliar desde 1994 en la arquidiócesis de Los Angeles, Estados Unidos, de origen mexicano, ha debido presentar su renuncia porque reconoce haber procreado dos hijos, a la fecha ya adolescentes. El Papa no ha dudado un momento en pedirle que se retire, asuma su responsabilidad y no cause más daño a los fieles. Es un caso que avergüenza y duele, que nunca debió haber sucedido. Es una deshonestidad no haberse retirado a tiempo. Es fruto de la laxitud moral que promueve la cultura moderna, del libertinaje sexual que se difunde con tanta profusión en la sociedad y en los medios de comunicación. Pareciera que es de otras épocas tratar de educar en la castidad y en la virginidad a los hijos y a los jóvenes. Pareciera que es antinatural formarnos en el autocontrol sexual. Pareciera que todo se resuelve con condones y métodos
anticonceptivos. Los libertinos se burlan cuando insistimos en que es necesaria una moral sexual, privada y pública, y ahora se escandalizan cuando un clérigo falla; o se solazan, porque así se legitiman en sus propios vicios.
¿Qué hacer, para que no sucedan estos casos? ¿Cómo evitar que sacerdotes lleven una doble vida, traicionando los compromisos sagrados que libremente hicieron? Desde luego que debemos revisar la formación desde los Seminarios; pero lograr una madurez afectiva y sexual es un proceso que dura toda la vida. Tampoco se diga que el celibato es antihumano, pues les demostramos lo contrario quienes lo vivimos vivir con serenidad, gozo y fecundidad espiritual.
CRITERIOS
Las Normas Básicas para la Formación Sacerdotal en México, aprobadas en nuestra última asamblea plenaria, indica: “Bríndense y cultívense los elementos necesarios para una progresiva madurez afectiva de los seminaristas, que abarque, principalmente, la educación en el amor y en la libertad, en la recta conciencia moral, en la sexualidad bien integrada, en la verdadera amistad y en la castidad. Para ello, promuévase el acompañamiento personal y frecuente del
seminarista por parte de la comunidad de
formadores, especialmente de su director espiritual, el trato afectivo con la propia familia, así como la sana y realmente provechosa convivencia con muchachos y muchachas de su edad, a fin de que puedan asumir, desde la fe, el valor y la dignidad del amor humano, e ir
discerniendo paulatinamente su vocación al
sacerdocio, que implica el celibato”.
La norma es muy clara: “Oriéntese oportunamente a abrazar otro estado de vida a aquellos candidatos que, a juicio del rector y su equipo formador, en acuerdo con el Obispo, no sean encontrados idóneos para el ministerio sacerdotal”.
Como perfiles de egreso, se exige: “El seminarista que ha concluido la etapa filosófica, se habrá consolidado en la integración de una personalidad masculina en relación, equilibrada, madura, responsable y libre, consciente de sus alcances y de sus límites, comprometida en el desarrollo armónico y jerarquizado de sus potencialidades y de las diversas dimensiones de su persona, capaz de establecer relaciones interpersonales sanas, constructivas y duraderas y de comprometerse establemente con responsabilidades y proyectos. Al concluir la etapa teológica el candidato al
acerdocio habrá consolidado su personalidad y madurado en la vivencia de su afectividad y sexualidad, de modo que sea capaz de vivir serena y fecundamente en el celibato la fidelidad a Dios, a la Iglesia y a la vocación recibida, mediante un amor oblativo expresado en el servicio, en una manifiesta espiritualidad de comunión y en una conducta de respeto a la dignidad humana, a la vida, a la justicia”.
PROPUESTAS
Desde el Seminario, hay que formar responsablemente a los jóvenes para un celibato convencido y gozoso. Pero también deben ayudar las familias, los grupos juveniles, las parroquias y la comunidad eclesial, creando un ambiente que ayude a los
seminaristas a madurar en su trato con toda clase de personas, y discerniendo quiénes son idóneos para el sacerdocio, y quiénes no, para que a tiempo busquen otra opción vocacional.

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