jueves, 5 de mayo de 2011


Punto de Vista
Mario Tassías

Si nos pusiéramos susceptibles, lo menos que diríamos del humor es que es una pérdida de tiempo. Una bufonada que la vida nos ofrece, y con frecuencia menospreciamos, porque es más llamativo lo ceremonioso, lo suntuoso o impresionante.
Lo informal, suelen decir con petulancia los protocolarios, es para otro tipo de gente, ¿quién sabe cuál? Seguramente a ellos se refería el dramaturgo y escritor italiano Darío Fo (1926) Premio Nobel de Literatura, cuando decía que "la sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos".
Y si como lo dice ese excelente intérprete y director escénico, que ha fundido en su arte, el humor de las vanguardias, la comicidad de la comedia del arte y la sátira política, reírse libera los miedos, ¿Qué es lo que nos detiene para manifestar alegría en el rostro? Será porque ignoramos que "el tiempo que pasa uno riendo es tiempo que pasa con los dioses", como dicen los japoneses.
Samuel Taylor Coleridge, dijo alguna vez que "no hay espíritu perfectamente conformado si le falta sentido del humor", en el mundo hay celebridades que al presentar, enjuiciar o comentar la realidad y resaltar el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas, trascendieron sus propias expectativas de vida. Quizá la lista no sea muy extensa, pero son los humoristas o cómicos, quienes tienen la parte más amable de nuestros corazones.
En el lado cómico de nuestras vidas, todos tenemos sentido del humor. Contrario a lo que dicen los solemnes, nos reímos, a lo mejor no con la frecuencia deseada pero ese instante, grande o pequeño sirve para que nuestro espíritu fluya con libertad para hacer más amable la existencia. Quien no ríe guarda tristeza en su corazón. Tiene el espíritu encadenado. La función química del humor es cambiar el carácter de nuestros pensamientos.
Suelo contar la anécdota de una distinguida dama que frente a la cámara mostraba el rostro fruncido. Era evidente que no podía contener el enojo. Las ojeras de sus ojos mostraban la cuenta de muchas noches sin dormir. Lo desaliñado de su cabello, era una ausencia de tiempo para un leve interés por el aliño. Sus ojos arrojaban tantas chispas, que su perfil parecía escenario para juegos de artificio. Ese rostro fiero mostraría una mala imagen. Apenado el camarógrafo se acercó al responsable de la credencialización. Este a su vez sugirió a la dama, lo más amablemente posible, que por lo menos sonriera. Fue el cerillo que necesitaba esa carga de dinamita.
- El país no está para sonrisitas pendejas…
Un punto de vista indiscutible para quienes sufren en carne propia los dolores de un parto que no es el suyo, pero que les duele en el alma. Es ahí en donde los más pesimistas suelen decir que hay que reír para no llorar. Las cosas van mal, pero el modo como se presenta la realidad, trae una pesada carga de pesimismo. Nietzsche (Friedrich Wilhelm, 1844 - 1900) un pesimista considerado maestro de la sospecha decía que "el hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa".
Expresan los escoceses que "la sonrisa cuesta menos que la electricidad y da más luz". Más optimista Václav Havel (1936), escritor, dramaturgo y expresidente checo, lejos de la solemnidad comentaba en un discurso que "cualquiera que se tome demasiado en serio, corre el riesgo de parecer ridículo. No ocurre lo mismo con quien siempre es capaz de reírse de sí mismo". ¿Valdrá la pena reírse de uno mismo, aún a costa de perder el tiempo?

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