martes, 19 de octubre de 2010

DIÓCESIS
Mons. Enrique Díaz Díaz



Con los ojos de Dios


En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:
"En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: 'Hazme justicia contra mi adversario'.
Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: 'Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando' ".
Dicho esto, Jesús comentó: "Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?" (Lc 18, 1-8).
Belleza interior
Si Chiapas es maravilloso por sus bellezas naturales en el exterior no lo es menos sorprendente en su interior. En cierta ocasión un grupo de personas se aventuraron a la entrada de una cueva. Apenas habían dado unos cuantos pasos, la oscuridad, el ruido y el olor a humedad hicieron desistir a algunos de ellos. Pocos continuaron adelante. Y ciertamente hubo un primer momento de desconcierto: no lograban ver prácticamente nada y sólo se escuchaba como el rumor de un río. Pero después de unos momentos de duda y de silencio expectante, poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a la penumbra y se animaron a seguir un poco más adelante. Belleza indescriptible de un río subterráneo en pequeñas cascadas moldeando figuras con las rocas. "Vale la pena mirar con otros ojos, vale la pena acostumbrarse a otra forma de ver. Vale la pena descubrir el interior de la montaña. Pero se necesita paciencia y valor para continuar adelante", comentaban extasiados los valientes que se animaron a proseguir el camino.
Mirar con los ojos de Dios
Si pensamos en la oración como en una especie de santuario o de oasis donde podemos renovar nuestras fuerzas, donde encontramos paz, donde podemos sentirnos a nosotros mismos delante de Dios, descubriremos que no es algo secundario o de lo que se podría prescindir. Es algo vital. Un gran pensador definía la oración como el respiro del alma, de tal forma que respondería a una necesidad instintiva y solamente después se puede preguntar el porqué. Pero para hacer la oración necesitamos estar preparados, buscar la soledad y los espacios necesarios, sentirnos en presencia de Dios. Y no solamente sentirnos en su presencia sino tratar de mirar con los ojos de Dios: para eso se requiere paciencia, valor, y abandonarse plenamente en el amor de Dios. Cuando Jesús insiste en la necesidad de una oración perseverante a algunos podría parecerles que es terquedad y egoísmo querer que Dios actúe conforme a nuestros deseos. Pero si buscamos "adaptar" nuestros ojos y nuestros deseos a los deseos de Dios, la oración se transforma en fuente de paz y de serenidad para afrontar las dificultades, para recibir no tanto lo que deseamos sino lo que Dios, en su bondad, dispone para nosotros. Nuestros ojos tardan en adaptarse para descubrir la bondad y la belleza en medio de la oscuridad que nubla nuestro ambiente pero ¡ahí está!
Una viuda: maestra de oración
Me impresiona este relato donde Jesús no escatima endosarle a Dios un traje de juez inicuo, que a regañadientes y molesto accede a las peticiones legítimas de una viuda, con tal de resaltar la necesidad de una oración constante y confiada. Nadie más débil y solitario para pedir justicia que una viuda: sin familia, sin derechos, sin palabra, ante las injusticias recibidas y ante las indiferencias de quien debería hacer justicia. Pero su fe y su insistencia que logran doblegar la pasividad del perverso juez. Gran enseñanza para cada uno de nosotros, no porque la imagen del juez injusto vaya bien con un Dios que es bondad y justicia, sino porque la imagen de la viuda débil e impotente cuaja perfectamente con nuestra situación en un territorio asolado por la injusticia, donde nuestros gritos buscando soluciones se ahogan en la sangre de los inocentes, en la corrupción de las instituciones y en el miedo de todos los ciudadanos. La tentación grande es encerrarnos en nuestras propias seguridades y, mientras no nos toque la desgracia, dejar pasar todos los acontecimientos que están minando la esperanza y la seguridad de todos los mexicanos.
Más allá de la oración: justicia y fe
Quizás la parábola refleje la situación de las primeras comunidades ansiosas por una segunda venida de Jesucristo pero en constante peligro de sucumbir en un medio hostil. Pero también refleja la situación presente en nuestra sociedad, donde se hace palpable la injusticia que golpea sobre todo a los marginados e inocentes. El grito de la viuda es el mismo grito que no cesa día y noche, es la oración de los oprimidos por un sistema injusto y por una guerra sin sentido. Es el grito desesperado del pequeño y débil que se siente impotente y sin confianza en sí mismo y que no tiene más remedio que acudir a Dios para resolver sus conflictos. Pero nos enseña mucho más, no deja solamente en manos de Dios la solución, sino que muestra una fe grande para sobreponerse a las adversidades. La actitud de la viuda no manifiesta un conformismo o una indiferencia: su oración está sostenida por una fe y una constancia que son capaces de doblegar los obstáculos más fuertes. La oración hace tomar conciencia de las propias posibilidades y de la acción liberadora de Dios en la historia. Pero no se puede hablar de fe cuando no se rompe con los lazos de un sistema injusto o se implora sólo un bienestar individualista. La oración nos pone en comunidad de hermanos frente a Dios, Padre de todos, uniendo fuertemente fe y justicia. Por eso Jesús promete: "Yo les digo que les hará justicia sin tardar".
Oración y compromiso
Los discípulos debemos ser conscientes de la compañía de Dios en nuestro camino hacia la justicia y la fraternidad, no debemos desfallecer, sino insistir en la oración, pidiendo fuerza para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros señores. Sólo la oración nos mantendrá en esperanza. Pero también debemos ser muy conscientes que el ponernos en oración ya implica un compromiso y que no debemos quedarnos sólo en la contemplación. Ya decían nuestros abuelos: "A Dios rogando y con el mazo dando". Debe haber una estrecha relación entre una oración que nos haga mirar con los ojos de Dios, y ese celo de justicia por el pobre que Él siempre ha manifestado. Así que ahora se nos presentan varias preguntas para nuestra vida de discípulos: ¿Soy un discípulo que se mantiene en oración, que busca la justicia, que al saber lo que quiere no vacila ante las dificultades? ¿Hay un justo equilibrio entre la oración que hago y mi compromiso de vida? ¿Qué más me enseña la parábola de Jesús?
Padre de misericordia, que miras con entrañas de amor el sufrimiento de cada uno de tus hijos, ponemos en tus manos toda nuestra esperanza y nuestros anhelos, para que fortalecidos en la fe, unamos a nuestra oración verdaderos esfuerzos por la justicia en nuestra patria. Amén.

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