viernes, 20 de enero de 2012

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas



EL EVANGELIO
III ORDINARIO




Jonás 3, 1-5.10: “Los habitantes de Nínive se arrepintieron de su mala conducta”
Salmo 24: “Descúbrenos, Señor, tus caminos”
I Corintios 7, 29-31: “Este mundo que vemos es pasajero”
San Marcos 1, 14-20: “Conviértanse y crean en el Evangelio”
Cambios
De repente las calles de San Cristóbal quedaron limpias y hermosas. Como por arte de magia parecía que todo había cambiado: un retoque a los edificios, las calles limpias de basura y de vendedores ambulantes, los niños con sus artesanías, sus cajones de boleros o simplemente pidiendo limosna, no se veían por ninguna parte. ¿Qué pasaba en San Cristóbal? ¿De repente se había encontrado solución a todos los problemas y ahora gozábamos de una paz, armonía, limpieza, trabajo y organización sin precedentes? No, falsa ilusión. Era solamente la Cumbre Internacional de Turismo que había provocado que “desaparecieran todas las miserias que enlodan nuestra ciudad”, como alguien dijo. Tres días después vuelve todo a la normalidad y con los problemas agravados: la suciedad, los niños explotados, la pobreza a la vista. Era solamente ocultar nuestras necesidades, aparentar los cambios que no se han dado y que requieren un compromiso serio para transformar nuestro interior. Los cambios no pueden ser sólo superficiales, requieren mucho más.
El Reino
¿Cuántas veces pensamos que cambiando lo exterior se ha cambiado lo interior? Un maquillaje en el rostro, la implantación artificial de miembros, los añadidos y los postizos, vienen a transformar la apariencia exterior de la persona, pero solamente ocultan el interior. A pesar de estar en una época de cambios y en un cambio de época, el hombre sigue atado a sus viejos esquemas y esclavizado por sus antiguas cadenas. Somos muy dados a cambiar las apariencias pero dejamos el corazón sumergido en su misma oscuridad. A este hombre, atado a sus esclavitudes, hoy se le ofrece el mayor anuncio de todos los tiempos. Con unas cuantas palabras San Marcos nos mete de lleno en una transformación profunda y en un cambio sin precedentes: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”. Tres o cuatro palabras que encierran en sí, toda una dinámica de la verdadera salvación que ahora se ofrece al hombre. Sin muchas explicaciones, como un solemne pregón, se nos presenta el anuncio hecho en Galilea. Así, lejos de las estructuras y de los compromisos, se proclama la “Buena Nueva”, el “Evangelio”, que anuncia la intervención decisiva de Dios en la historia del hombre y que viene a cambiar y transformar todas las expectativas en una realidad. El tema central de este evangelio es que el Reino de Dios ya está cerca. Se han cumplido los plazos y se exige a los hombres una respuesta a este gran don: la conversión y la fe. El Reino de Dios es la síntesis de la predicación de Jesús y el tema central de su mensaje, el centro de su actividad, de sus palabras y de sus hechos. El Reino de Dios se hace presente en el mismo Jesús, en el perdón que ofrece a los pecadores, en la expulsión de los demonios, en la curación de los enfermos, en la liberación de los marginados. Cristo mismo es una nueva respuesta a los interrogantes del hombre.
El Evangelio
Pero al acercarnos a este Reino, tendremos que despojarnos de muchas de nuestras ataduras que nos llevarían a buscar un reino a nuestro estilo y nuestro modo. No es un reino que se identifica con algún programa político, ni con sistemas económicos o ideologías nuevas. Así, nuevamente caeríamos en rasgos superficiales y acomodaticios. Cristo viene a ofrecer, al ofrecerse Él mismo, una nueva concepción del hombre al mirarlo tan cerca de Dios Padre; a hacerle sentir que Dios comparte su historia; a romper las fronteras de los pueblos y a abrir la luz de su amor a todas las naciones; y a situar la verdadera felicidad no en las cosas sino en el corazón de la persona. Encontraremos un cambio radical al descubrir la nueva comunión filial con Dios y la solidaridad fraterna con los hombres, que nos llevará a una transformación de la humanidad regida en adelante por la verdad, por la justicia, por la libertad y la vida, por la santidad, la paz y el amor a todos, en especial a los últimos y excluidos que son quienes más lo necesitan. Es el bello sueño de un cielo nuevo y una tierra nueva que tanto anhelaban los profetas y que Jesús lleva a una plenitud mucho más allá de los sueños.
Conviértanse y crean
Pero, aunque es un don que viene a ofrecernos Jesús, el hombre no llegará al Reino sin su propio compromiso y sin un cambio interior. Al mismo tiempo que se proclama la cercanía del Reino, se nos proponen la conversión y la fe como los caminos para alcanzar este Reino. Conversión significa un cambio de mentalidad, una transmutación de valores, un nacer nuevo por la presencia del Espíritu. Es el pasar de las tinieblas a la luz. No es el cambio con nuevas promesas que nunca se cumplen, no es el cambio externo de colores y de formas, es el cambio interior que nos llevará a una nueva visión. Es dejar al hombre viejo y convertirse en un hombre nuevo. No son los propósitos fáciles sino la verdadera transformación interior. Dejarse tocar por Jesús cambia de raíz toda nuestra vida. Y este cambio se nota por la nueva actitud en la familia, en los grupos y en la sociedad. Es mentira que cambiamos si seguimos conviviendo con la corrupción y la infidelidad; no es cierto nuestro arrepentimiento si nos hacemos cómplices de la injusticia. Esta transformación es el gran regalo que nos otorga Jesús pero requiere el esfuerzo humano. Arrepentirse requiere dejar ese modus vivendi confortable e indiferente, para incendiarnos del fuego del amor de Jesús y llevarlo a todos nuestros rincones. Es incendiar de luz y de esperanza cada instante de nuestra existencia. Arrepentirse y creer implica la doble dinámica de vaciarse de uno mismo y dejarse llenar de Dios. No es la negación del hombre, es la negación de su egoísmo y la afirmación de su verdadera dignidad como hijo de Dios.
Hoy abrimos nuestro corazón al grito jubiloso con que inicia su predicación Jesús y nos dejamos llenar de sus palabras. Queremos un verdadero cambio aunque esto implica rasgar y destruir la corrupción que está a nuestro lado, pero no nos quedaremos vacíos, nos llenaremos de su luz y de su esperanza, fortaleceremos nuestra fe al escuchar sus palabras y al sentir su presencia. ¿Qué hay en mi corazón que debo cambiar porque me aleja del Reino? ¿Qué lacras descubro en mi sociedad que no están de acuerdo al Reino predicado por Jesús? ¿Cómo manifiesto mi fe y mi esperanza en este mundo tan lleno de dudas y de corrupción?
Padre Dios, Padre bueno, concédenos sentir la urgencia de convertirnos a ti y adherirnos a tu Evangelio, de tal manera que nos convirtamos en apóstoles y testigos de tu Hijo Jesús. Amén.
LEM. Claudia Corroy
Curia 01(967) 67 8 00 53
Of. Comunicación 01(967) 67 8 79 69
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