+Mons. Enrique Díaz Díaz
Isaías 6, 1-2. 3-8: “Aquí estoy, Señor, envíame”
Salmo 137: “Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste”
I Corintios 15, 1-11: “Esto es lo que hemos predicado y lo que ustedes han creído”
San Lucas 5, 1-11: “Dejándolo todo, lo siguieron”
Levantándose
Indudablemente que el ambiente de violencia, vicios y ambición, ha penetrado todos los espacios, lastima y daña hasta las mejores familias. No sólo como víctimas sino también como participantes de esta ola de corrupción. ¿Qué hacer cuando los cercanos y los de casa han sido cooptados por el crimen? Gaby y Andrés se sienten despedazados: uno de sus hijos se encuentra en la cárcel por delitos graves por contrabando y posesión de droga, el otro… fue encontrado muerto en un baldío después de varios meses que no sabían nada de él. ¿Cómo continuar la vida? ¿Cómo seguir ofreciendo su testimonio y dar sus pláticas prematrimoniales, si sienten que la educación de dos de sus hijos ha sido un fracaso? ¿Cómo compartir con las familias el Evangelio si muy dentro llevan una herida que se recrudece con las palabras, con los propósitos y con sus anhelos de una verdadera paz? Por unos días se retiraron y guardaron discreción y silencio. Pero la fuerza del Evangelio puede más y más pronto de lo que imaginaba están de regreso. “No es por nosotros, es por el Evangelio. ¿Qué valemos nosotros y qué valen nuestras vidas? No somos nada, pero Dios es grande y tiene que ser conocido. Sólo así saldremos de esta crisis de violencia”.
En sus manos
Hay quien frente a las crisis se siente perdido y opta por la huida, por el conformismo o por la apatía. Hay quien en medio de la crisis se hace fuerte, reconociéndose débil, adquiere fuerza no de su propia debilidad, sino de la gran misericordia que Dios nos tiene, de la grandeza del Dios Todopoderoso, del amor incondicional e infinito que Jesús ha mostrado por cada uno de nosotros. Las tres lecturas de este día nos hablan de llamada, de vocación, de invitación a la construcción de un mundo nuevo. Y las tres remarcan que toda llamada de Dios es gratuita, es un don que Dios ha dado sin merecimiento nuestro: a Isaías le llama para que sea el cantor de su misericordia, su justicia y su gloria; a Pablo lo sorprende enviándolo a llevar el Evangelio por nuevos rumbos nunca imaginados; y a Pedro le cambia el rumbo de su barca y lo convierte en pescador de hombres. Grandes misiones sin duda alguna, grandes proyectos para cada uno de ellos, como grande es la misión que, a cada uno de nosotros, nos confía. ¿Qué misión nos ha encomendado Dios, para qué nos ha dado la vida, cuál es nuestra vocación? Porque Dios a cada uno de nosotros nos llama por nuestro propio nombre, nos ha dado una misión concreta y determinada. Todos y cada uno de nosotros debemos ser cantores de la misericordia, de la justicia y de la gloria de Dios, predicadores de su evangelio, pescadores de hombres. Debemos hacerlo con nuestra palabra y, sobre todo, con nuestra vida. La vocación se manifiesta y se realiza siempre en un momento determinado, o mejor, en los sucesivos momentos determinados de nuestra vida. La vocación es una respuesta actual y constante al llamado que nos hace Dios.
Por la gracia de Dios
Pero el día de hoy me ha impresionado el gran contraste que remarcan cada una de las lecturas: queda manifiesta la maravillosa gloria de Dios frente a la impureza de Isaías; frente a Pablo que se considera como un aborto, el último de los apóstoles e indigno de la misión, resplandece la gracia de Dios; y ante el pecado e indignidad reconocida de Pedro, aparece la confianza de Jesús para darle un nuevo cargo. Como si fuera indispensable reconocer la propia pequeñez, miseria y pobreza para arriesgarse en la nueva misión. Saber que no se es nada, sino que estamos por pura bondad de Dios. Los fracasos son más duros cuando nos consideramos fuertes; las caídas duelen más cuando nos habíamos alzado con soberbia y la oscuridad es peor cuando sólo nos alumbraban nuestras tinieblas. La misión del discípulo consiste en confiarse plenamente a la misericordia de Dios: Él es el gran protagonista. Fiarse de Dios es trabajar sin descanso, buscando siempre el bien y la justicia, no desanimándonos ante los momentáneos o constantes fracasos que tengamos. La vida muchas veces es dura e injusta; no siempre el que más siembra es el que más recoge. Pero el discípulo no debe desanimarse nunca, no debe nunca tirar la toalla; en nombre de Dios debe siempre seguir echando las redes de su trabajo y de su esfuerzo. Es como si Dios necesitara de nuestra debilidad para realizar su misión. Al final Dios va a llenarnos las redes y tendremos lo suficiente para nosotros mismos y aún nos sobrará algo para dar y compartir con los demás. Sólo reconociéndonos débiles podremos confiar en su fuerza y decir como Pablo: “Por la gracia de Dios, soy lo que soy”.
Pescador de hombres
Desde Europa hasta nuestra patria, la humanidad se encuentra en la cuerda floja. Da la impresión que basta un pequeño detonante para que todo se venga abajo y, lo más triste, se percibe un sentimiento de impotencia y pesimismo que induce a la indiferencia y al fatalismo. Ante los fracasos de las propuestas económicas y sociales, no se encuentran caminos que ayuden a construir un mundo mejor. Claro, todo se ha basado en la economía, en el sistema neoliberal, en el comercio, en los bancos, en la ambición. Cristo hoy propone un nuevo punto de partida: las personas. No partir del dinero, ni del poder, ni de la ambición, sino partir de lo esencial: el valor y la dignidad de las personas y de la comunidad. Ser pescador de hombres hoy, significa participar en todas las empresas que quieren evitar su perdición y destrucción. Ser pescador de hombres compromete en la búsqueda de una mayor igualdad, de una paz más estable, de un cambio total de los valores que mueven la sociedad. Ser pescador de hombres es construir con los pequeños un nuevo mundo. Jamás podremos decirnos discípulos de Jesús si permanecemos fuera o indiferentes ante estos movimientos de salvación y liberación. No seremos sus seguidores, si nos contentamos con trabajar un poco por las mañanas. Necesitamos fatigarnos toda la noche y, después de haber fracasado una y otra vez, tener los ánimos y la esperanza suficientes para remar mar adentro y lanzar nuevamente las redes. La única forma de manifestar el amor de Dios es compartiendo este amor con todas las personas. Sí, también hoy nosotros como Pedro necesitamos sacudirnos nuestras ataduras y lanzar nuevamente nuestra red “confiando sólo en su palabra”. Ciertamente reconociéndonos pequeños y pecadores, pero con la fuerza del Señor.
¿Cuál será nuestra vocación en este momento de crisis? ¿Cómo mostrar coraje y valor frente a los problemas actuales confiando no en nuestras fuerzas sino en la Palabra de Jesús? ¿Qué te dice Jesús en el momento actual?
Señor, que tu amor incansable cuide y proteja siempre a estos hijos tuyos, que han puesto en tu Palabra toda su esperanza. Que el fracaso no nos lleve nunca a dejar de luchar y que la Resurrección de tu Hijo sea el ejemplo y el modelo de toda nuestra vida. Amén.