DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Comulgar: un compromiso total
XXI Domingo Ordinario
Josué 24, 1-2. 15-17.18: "Serviremos al Señor porque Él es nuestro Dios"
Salmo 33: "Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor"
Efesios 5, 21-32: "Éste es el gran misterio, y yo refiero a Cristo y a la Iglesia"
San Juan 6, 55. 60-69: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna".
Momento de decisión
Este día, más que buscar algún hecho de vida actual, quisiera que trajéramos a nuestra memoria el acontecimiento que nos narra la primera lectura. Josué, después de haber introducido al pueblo en la Tierra Prometida, se enfrenta al grave problema que tiene un pueblo que débil puede caer en las seducciones de los pueblos ya establecidos, con mejor organización, más progreso y sobre todo con otros dioses y otras costumbres. Reúne a todo el pueblo: ancianos, jefes, jueces y escribas y les propone algo decisivo para la historia del pueblo: su entrega incondicional y su consagración a Dios. "Si no les agrada servir a Dios, digan aquí y ahora a quién quieren servir…" ¿Volverse a otros dioses cuando han visto las hazañas del Señor, cuando han sentido su amor y protección, cuando los ha guiado con la ternura de una madre? Así responden con seguridad al dilema puesto: "Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses… Nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios". Recordando el amor que les ha tenido, no temen tomar la decisión drástica que les propone Josué. Pero este acontecimiento no queda en el pasado. A cada uno de nosotros nos pregunta el Señor, por boca de Josué, si queremos seguirlo y que hablemos claro, para no estar con ambigüedades, para no estar con dudas, para contar con nuestro seguimiento.
En la ambigüedad
Parecería que en la actualidad está de moda permanecer en la ambigüedad y tener prendidas dos velas. Lo hemos visto en la política, lo contemplamos con los amigos, lo sentimos en las decisiones… Nos cuesta mucho tomar una decisión y asumir las consecuencias. Imaginemos lo que provoca el discurso de Jesús, con exigencias y compromisos. Las palabras de Jesús provocan una grave crisis entre sus seguidores y discípulos. Las multitudes se alejan bruscamente de él porque ha interrumpido sus sueños de grandeza cimentados en fórmulas materiales, económicas y militares. Hasta en sus más cercanos discípulos aparecen rostros llenos de dudas y contradicciones: "Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?" Y también para nosotros puede parecer un modo intolerable, demasiado radical, porque nosotros ya nos hemos hecho a un estilo de vivir y de comportarnos, un modo seguro. Nos acostumbramos a vivir una religión adaptada a nuestros gustos, dulcificada y aligerada. Pero las palabras de Jesús son explosivas e inquietantes. Comer su Carne y beber su Sangre no implica ciertamente una especie de antropofagia, sino una forma de creer y de dar vida. Una forma de entregarse completamente al estilo de Jesús que hace una contraposición entre la carne y el espíritu. Y no se refiere ciertamente a la división que nosotros acostumbramos a hacer de cuerpo y alma, sino a dos formas de mirar y entender la vida: desde el interior, desde el espíritu, o bien desde lo material, desde el poder, desde lo exterior.
Comulgar
A veces me cuestiono si cuando comulgamos somos conscientes de todo el compromiso que significa comer la "Carne de Jesús y beber su Sangre". Lo hacemos con una apatía y una indiferencia como si estuviéramos tomando una golosina y pudiéramos regresar a nuestros lugares sin que haya cambiado nada en nuestro interior, o continuar nuestra vida como si nada hubiera ocurrido. Comer su Carne y beber su Sangre implica un radical compromiso con su Evangelio y una orientación total de la propia vida hacia los principios y actitudes de Jesús. Lo entienden las multitudes que se alejan porque están acostumbradas a una religión que las adormece y consuela, y no quieren tomar los riesgos de vivir estas nuevas palabras "de espíritu y vida" que propone Jesús. Aquellos que se habían acercado pensando en las palabras bonitas, en el pan fácil y los milagros sorprendentes, se ausentan al comprobar que Jesús exige mucho más que presencia y aplausos, que quiere la entrega de toda la vida como Él mismo lo está haciendo. Hoy, como en aquel tiempo, Jesús espera discípulos que sean capaces de entregar su vida en alimento como Él mismo lo hace; de transformar una religión de leyes y ritos, en una experiencia de amor, de búsqueda de verdad y construcción del Reino.
Una decisión vital
Cuando miramos así la radicalidad del Evangelio y la propuesta de Jesús, muchos cristianos se cuestionan si valdrá la pena seguir a Jesús. No se trata de un punto en especial, sino de entregar la vida completa. No es solamente una duda sobre una verdad o una actitud, lo que realmente les preocupa es algo fundamental: ¿Por qué debo orientar toda mi vida siguiendo esos ideales de Jesús? ¿Por qué todos mis anhelos de felicidad, de gozo y de posesión, se deben limitar a sus bienaventuranzas? ¿Por qué superar mis deseos de autoestima y búsqueda de bienestar personal, para entregarme a su forma de servir y a su forma de vivir? Pero en realidad estas preguntas interiores nos las hace el mismo Jesús y espera que le respondamos: "¿También ustedes quieren dejarme?". No se excusa por sus exigencias, no dice que lo hemos entendido mal, sino que nos lo propone claramente y espera una respuesta decisiva y de cada uno de nosotros. Aunque nosotros tratemos de disimularlo y seguirlo tibiamente, su pregunta debe ser inquietante y la debemos responder claramente, no sólo con las palabras, sino sobre todo con las obras. No se puede decir que lo seguimos y que escuchamos su palabra, si después obramos en su contra, si convivimos con la injusticia y la mentira, si no somos capaces de perdonar, si ponemos por encima de la verdad nuestros propios intereses.
Mi decisión hoy
En la vida de todos los discípulos de Jesús hay, o debería haber, un momento en que se plantea un interrogante parecido a las lecturas de este día. ¿Continuamos adelante con Jesús a pesar que de que sus palabras parecen duras, fuera de tiempo y comprometedoras, o bien, damos media vuelta y disimuladamente lo abandonamos? Tenemos la tentación de dejar a un lado nuestros afanes de justicia, nuestra búsqueda de verdad, nuestros esfuerzos por encontrar reconciliación, paz, perdón. A veces nos asaltan las dudas y la incredulidad como si no valiera la pena seguir radicalmente a Jesús pero comprobamos con dolor nuestra experiencia: cada vez que nos hemos alejado, que nos hemos extraviado buscando la felicidad en el placer, en el poder o en el dinero, nos sentimos desahuciados y hastiados de aquellas banalidades. Y, junto con Pedro, volvemos a exclamar: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Es cuestión de comprobar cómo queremos organizar nuestra vida, con qué criterios queremos construir nuestro mundo y cuáles son los resultados. Si tenemos ganas de dar sentido a nuestra vida, si queremos darle valor, si queremos dejar de sentir insatisfacciones, tendremos que tomar decididamente partido por Jesús. No podemos ir por otros caminos. Quizás haya momentos duros como la cruz, pero siempre habrá Resurrección. De esta manera, a pesar de los tropezones y caídas, podremos encaminarnos hacia la verdadera Felicidad, por encima de las alegrías pasajeras. Si confiamos en Él, sus palabras nos darán vida eterna. ¿Estoy dispuesto a seguir a Jesús? ¿En qué noto ambigüedades o apatía? ¿Cuál es mi compromiso al comulgar?
Padre Bueno, que permaneces siempre fiel a pesar de nuestras indecisiones y caídas, concédenos descubrir la vida que hay en las palabras de tu Hijo, para seguirlo sin dudas ni vacilaciones. Amén.