DIÓCESIS
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
No temas, rebañito mío
XIX Domingo Ordinario
Sabiduría 18, 6-9: “Castigaste a nuestros adversarios y a tus elegidos nos cubriste de gloria”
Salmo 32: “Dichoso el pueblo escogido por Dios”
Hebreos 11, 1-2. 8-19: “Esperaban la ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”
San Lucas 12, 32-48: “También ustedes estén preparados”
Se han sucedido una serie de accidentes en los últimos meses que fácilmente nos harían entender el viejo refrán de “hombre prevenido…” Desde el terrible accidente en España, cerca de Santiago de Compostela, con su estela de muertos y heridos, hasta los accidentes de pipas que han destrozado familias y pertenencias en Michoacán, Ecatepec, Querétaro, la Marquesa y un largo etcétera. Los culpables y condenados inmediatos han sido los conductores acusándolos de una distracción, de ir hablando por teléfono, de no revisar los frenos y de muchas otras culpas. Es cierto, un breve descuido ocasiona consecuencias terribles y daños irreparables. Así es también en la vida. Pero… detrás de cada accidente se encuentra un descuido más grave, una irresponsabilidad mayor, una estructura injusta y deficiente que con frecuencia encuentra como chivo expiatorio al más débil e indefenso (sin excluir que también tenga su culpabilidad). Hay descuidos e injusticias estructurales que jamás hemos revisado ni nos hemos atrevido a cuestionar ni a denunciar.
Frente a los grandes profetas de catástrofes y anunciadores de males, hoy el Señor Jesús se acerca a todos y cada uno de nosotros y nos dice con una ternura inmensa: “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino”. Es la presencia del Señor que anima a los suyos, asustados y confusos tantas veces, mirando el rumbo que toman los acontecimientos. Es cierto que ya los escribas y fariseos buscan la forma de deshacerse de Él pero no pierde la calma y al mismo tiempo consuela a los suyos. Esta exhortación a la confianza expresa la ternura y protección que Dios ofrece a su pueblo pero al mismo tiempo es una manifestación de cómo se contemplaban a sí mismas las primeras comunidades: muy conscientes de su pequeñez e impotencia pero con una seguridad grande en la victoria. Dios, padre amoroso, nos ha regalado gratuitamente el Reino. Como regalo es lo más grande e importante en nuestra vida, lo demás es superfluo, banal. Son dos reconocimientos básicos para caminar en la vida: mirarse como rebañito pero experimentar la inmensidad de la misericordia de Dios. Desde este punto se podrán entender mejor todas las demás recomendaciones.
La túnica puesta y la lámpara encendida son dos bellos simbolismos de quien es capaz de estar siempre atento a la palabra y a la voluntad del Señor, siempre dispuesto a dejarse sorprender por su amor, siempre atisbando el camino por el que nos quiere conducir. No es la actitud del que mezquinamente va dando a cuentagotas y regañadientes lo indispensable para asegurar la vida eterna, de quien busca vivir dando lo mínimo para alcanzar el cielo, de quien pretende en el último momento alcanzar la salvación. Sería ésta una egoísta y raquítica forma de vivir. Cuando el Señor nos pide que estemos atentos y vigilantes nos propone un dinamismo activo, una fuerza creadora y una actitud intrépida para vivir su Evangelio. Nunca aceptará mediocridades ni se conformará con exterioridades, lo que Él busca es lo más importante: el tesoro que hay en el corazón. Los cristianos actuales a veces damos la impresión de llevar una religión de conformismo y de superficialidad, conviviendo con la injusticia y con la corrupción, alimentándose sólo de ritos y formalismos. Cristo exige determinación y sinceridad. Un tropezón, un pestañeo o un descuido, creo que todos lo podemos cometer y Jesús, que es misericordioso y de un corazón lleno de ternura, lo perdona con benevolencia. Pero una vida doble, una vida mezquina, la indiferencia ante la injusticia, la apatía ante las estructuras que atentan contra la vida de sus pequeños, aunque estén salpicadas de agua bendita, el Señor no las perdona.
Cristo nos dice que no tengamos miedo, pero también advierte dónde puede crecer el mal y cuál es el más grave peligro. El corazón se enferma cuando no vive el amor. El corazón pierde su sentido cuando se le pegan las cosas y faltan los sentimientos. La acumulación de bienes es con frecuencia un comportamiento casi instintivo que surge del miedo a la miseria y al futuro. Pero no es raro que se transforme en egoísmo, en lujo desmesurado, en excesos de opulencia y finalmente en avaricia. A veces se quiere acallar la conciencia dando una limosna o donando lo que ya no sirve, pero el corazón se queda atascado en los bienes materiales. Frente a los hermanos se requiere una gran generosidad, y frente a los bienes, una verdadera libertad. Como en el ejemplo del administrador los bienes no son nuestros, son de Papá Dios y son para toda la humanidad. San Basilio nos enseñaba: “El pan que guardas para ti, es del que tiene hambre; el manto que escondes en el ropero, es del desnudo; los zapatos que se quedan olvidados en un rincón, son del descalzo; el dinero que escondes, es del que tiene necesidad…” Es necesario fortalecer nuestro corazón y no dejarlo atarse a lo superfluo, aunque es remar contra el egoísmo pero siempre nos hará más libres.
Los tres ejemplos que nos ofrece hoy Jesús tienen cada uno su propia enseñanza y nos cuestionan fuertemente sobre la forma de vivir nuestra existencia, de utilizar los bienes y de esperar la venida del Señor. La vigilancia del discípulo no es pura y simple expectación. Se refiere a un estilo de vida dinámico y creativo que busca, inquiere, espera, goza y trabaja en la construcción del reino. No es el administrador que maltrata, bebe, se embriaga y olvida que está por llegar el Señor, así sólo tendríamos una vida mediocre y egoísta que nos llevaría a la ruina. Uno de los riesgos que nos amenazan constantemente es el caer en una vida superficial, mecánica, rutinaria y masificada de la que no es fácil escapar. Con el correr de los años, con el luchar contra las dificultades, mucha gente se desalienta y termina viviendo una vida sin sentido, reduciendo sus ideales y empobreciéndose espiritualmente. Estar vigilantes es despertar cada día con ganas de vivir más y mejor, de ahondar el sentido de lo que hacemos, de encontrar felicidad en el servicio. Tiempo de vigilancia y de espera significa tiempo de gozo, tiempo de trabajo, tiempo de construcción, responsabilidad, fidelidad y tiempo de amar. Con cada uno de los ejemplos, Jesús nos lleva a revisar nuestra vida y a buscar darle sentido. ¿Cuáles son mis descuidos y tropiezos habituales? ¿En dónde pongo mi corazón?
Dios, Padre Bueno, concédenos experimentar una alegría tan grande de tu amor, que supere nuestros miedos, doblegue nuestras angustias y nos sostenga en una constante y gozosa esperanza. Amén.