DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Injusticias al desnudo
XXVI Domingo Ordinario
La tragedia nos ha desnudado. Las torrenciales lluvias por la República Mexicana han dejado por todas partes la evidencia de nuestro orgullo, de nuestras ambiciones y las enormes brechas y barrancas provocadas por las corrientes son señal de la enorme brecha abierta entre los pobres que viven en la miseria y los ricos que todo lo tienen. Las imágenes nos mostraban personas indignadas porque no podían regresar a sus casas o a su trabajo, porque habían interrumpido las vacaciones, pero poca o nada de importancia se les daba a las personas que lo habían perdido todo. Un funcionario al ser cuestionado, afirmaba que ellos tenían la culpa porque se colocaban en zonas de peligro, a pesar de las advertencias, pero se olvida que quienes se arriesgan a vivir en tales circunstancias lo hacen no porque les guste el olor pestilente de los ríos y desagües, ni porque se sientan felices colgados de las peñas donde no hay agua, ni luz, ni comunicaciones, lo hacen porque no tienen nada. La sociedad los ha arrojado a las orillas, les han ofrecido lotes “económicos”, les han prometido paraísos, pero se colocan barreras y se les relega al olvido. ¿Cuántas pequeñas chozas y barracas de madera han quedado reducidas a la nada? Es verdad, han perdido “poco”, pero eso poco era todo lo que tenían… ¿Seguiremos ignorando al Lázaro que espera que caigan las migajas de la mesa?
Amós parece estar contemplando las terribles diferencias e injusticias que azotan a nuestro pueblo y a gran parte de la humanidad, y anuncia terribles castigos. Y no se limita a anunciar el castigo sino, con imágenes llenas de ironía y agresividad, explica y denuncia una serie de pecados que lo provocan: el lujo, la injusticia, el falso culto a Dios y la falsa seguridad religiosa. En el pasaje de este día sobresale el lujo de la clase alta que se observa en los magníficos edificios y en la forma de vida. Amós ataca toda esta serie de injusticias solapadas y disfrazadas porque ocultan una raíz más profunda. No es la transgresión de un mandamiento o algún precepto que prohíba “reclinarse sobre divanes adornados y sobre almohadones para comer corderos y terneras en engorda”. Pero cuando se atiborran de vino y se ponen perfumes costosos se esconden de sus hermanos y colocan una barrera que impide ver sus necesidades. Hay una actitud de olvido de la solidaridad y lo peor de todo es que esta situación la logran a costa de los pobres, cargando sus lujos sobre la espalda y hambre del pueblo, “exprimiendo al pobre, despojando a los miserables y vendiendo a la gente como esclavos”. Esta forma de actuar es completamente contraria al espíritu fraterno que Dios espera de su pueblo, y va respaldada por la venalidad de los jueces que “convierten la justicia en amargura y arrojan al vacío el derecho a la tierra”. Por eso el Papa Francisco aseguraba que ser discípulo de Jesús significa “trabajar al lado de los más necesitados, establecer con ellos ante todo relaciones humanas, de cercanía, vínculos de solidaridad. Solidaridad, esta palabra que da miedo al mundo desarrollado. Intentan no decirla. Solidaridad es casi una mala palabra para ellos. Pero es nuestra palabra. Servir significa reconocer y acoger las peticiones de justicia, de esperanza, y buscar juntos los caminos, los itinerarios concretos de liberación”.
La imagen que nos pinta Jesús para describir las injusticias a las que nos hemos acostumbrado, nos presenta una mesa llena de manjares y comida, y tirado en el olvido al Lázaro que llagado y enfermo se muere de hambre. Terrible la imagen cuando afirma que sólo los perros se acercan a lamerle las llagas. ¡Tiene más corazón un perro que una persona! El juicio posterior nos muestra a Lázaro gozando de consuelo mientras el hombre rico sufre tormentos. La solución que propone es la visita del difunto que provoque la conversión. La respuesta es que ya tienen a los profetas y a Moisés que han explicado claramente la ley… ¡pero no les hacen caso! La imagen es actual y no podemos taparnos los ojos… la naturaleza nos lo ha recordado, porque si bien podemos decir que los desastres parecerían por causas naturales, lo cierto es que las consecuencias son por causas humanas llenas de egoísmo y de individualismo. La parábola no pone el acento en el premio o castigo futuro sino en la exigencia de una vida de solidaridad y de encuentro. El Papa Francisco, como moderno profeta, habla con fuerza a nuestro mundo: “No podemos seguir sin hacer algo para hacer una mesa más fraterna, más humana y más digna. No hay ningún futuro para ningún país, para ninguna sociedad, para nuestro mundo, si no somos todos más solidarios… Ante la crisis, no hagamos como Poncio Pilato”.
La solidaridad en el encuentro con los pobres no puede quedarse en un asistencialismo, es una elección de vida, es una forma de ser, de vivir, es el camino de la justicia y de la fraternidad. El camino de Jesús no es moralismo o un sentimiento, la encarnación de Cristo es real, es la elección de ser pequeño, de estar con los pequeños, con los excluidos, de estar entre nosotros. ¡Y no es ideología! Es una forma de ser y de vivir que parte del amor, que parte del corazón de Dios. Jesús no vino al mundo para hacer una pasarela, para que lo vieran. Jesús es el camino, y el camino sirve para caminar, para recorrerlo. Que este domingo la propuesta de Jesús deje en nuestro corazón una profunda inquietud: para construir una mesa donde estemos todos como hermanos, se requiere la generosidad, abrir los ojos y el corazón para descubrir el corazón del hermano. Respondamos sinceramente a Jesús: ¿me inclino hacia quien está en dificultad o bien tengo miedo de ensuciarme las manos? ¿Estoy cerrado en mí mismo, en mis cosas, o me doy cuenta de quien tiene necesidad de ayuda? ¿Me sirvo sólo a mí mismo o sé servir a los demás como Cristo ha venido para servir hasta donar su vida? ¿Miro a los ojos de quienes piden justicia o vuelvo la vista a otro lado para no mirar a los ojos?
Dios nuestro, que has creado un mundo maravilloso y haces salir tu sol sobre todos los humanos, concédenos un corazón generoso para compartir la mesa, y ayúdanos para que no desfallezcamos en la lucha por construir tu Reino. Amén.