DEJAMOS DE SER UNA NACION DE CAUDILLOS.
EL CAUDILLISMO CONSTITUYE una de las aportaciones más significativas de América Latina a la historia política del hemisferio. Mientras en el Viejo Mundo los caudillos -cuyo nombre proviene del latín capitellum, "cabeza"-son cada vez menos frecuentes (sin que, por lo general, hayan dejado de ser figuras execrables), en este lado del planeta siguen surgiendo tiranos, los eternos enemigos de la democracia y de la libertad que históricamente han impuesto su ley, es decir, sus estados de ánimo, por medio de las armas, pues invariablemente se han erigido como los mesías o salvadores de sus países (gobierno de la esperanza), o de la humanidad entera (Salve César, los que van a morir te saludan), y como titulares de la verdad absoluta (Hei, Hitler), cuando en realidad lo único que persiguen es el poder por el poder (pablo salazarmendiguchía) el poder a cualquier precio (Peña Nieto), ya que casi nunca cuentan con algún proyecto político para mejorar la calidad de vida de sus gobernados y sí con una estrategia perversa (Sabines Guerrero) para encubrir sus más siniestras intenciones.
Así, mientras que en Europa las acciones de los caudillos son un ejemplo de lo que no debe ocurrir, en Latinoamérica, por lo menos desde el siglo XIX, se ha deseado la llegada de un hombre providencial que transforme la realidad y resuelva de un plumazo -o por la fuerza - todos los problemas de las naciones.
No obstante lo anterior, y contra toda evidencia, se ha insistido en que desde hace algunos años México dejó de ser una nación de caudillos: este hecho, debido a su importancia, nos sitúa ante dos preguntas fundamentales: ¿por qué la historia mexicana está marcada por la presencia de caudillos?, ¿en verdad dejamos de ser una nación de caudillos?
LAS RAZONES DEL CAUDILLO.
Nuestra cultura es híbrida, mestiza. En ella, desde el siglo XVI, se funden tres grandes tradiciones dictatoriales: los señores prehispánicos, que eran una encarnación de los dioses y cuyas palabras no podían ponerse en duda nunca; los monarcas españoles, que ejercían el poder por la gracia de dios, y por lo mismo tampoco podían ser cuestionados, y la iglesia católica, que inexorablemente exige obediencia y respeto absolutos a sus anacrónicos mandatos -opuestos, casi en términos también absolutos, a la más elemental razón--. Somos, cuando menos en principio, una cultura proclive a aceptar la existencia de los grandes señores que todo lo pueden (Barak Obama), poco importa si se llaman Huey Tlatoani, Su Majestad, Su Alteza Serenísima, Jefe Máximo o Señor Presidente.
Sin embargo, la tradición autocrática del mestizaje -a pesar de su importancia -no es el único factor determinante en el caudillismo mexicano: éste es también, sin duda, una de las consecuencias de la religión católica en nuestro país, que sostiene la existencia de un ser providencial capaz de solucionarlo todo con el simple ejercicio de su voluntad.
La tradición virreinal, que obedeció únicamente a la necesidad de esquilmar eficiente y duraderamente al Nuevo Mundo, nos legó la terrible costumbre de no sólo tolerar, sino inclusive de adular al tirano opresor y de revestirlo con todos los atributos de una divinidad (pues no en vano el poder del rey provenía directamente de Dios). Ahí están los ejemplos de los dictadores latinoamericanos, siempre atentos para capitalizar esta funesta inclinación de nuestras sociedades hacia los superhombres infalibles: Carias Andino, Anastasio Somoza, Jorge Ubico, Fulgencio Batista, Pérez Jiménez, Rafael Leónidas Trujillo, Juan Domingo Perón, Fidel Castro y Hugo Chávez, entre tantos otros, tantísimos más.
De acuerdo con esta tendencia, la mayoría de los mexicanos, por lo menos desde los tiempos de la colonia, han estado firmemente convencidos de la existencia de seres providenciales que todo lo pueden, puesto que son una suerte de encarnación de la fuerza y el poder divino. Por ello no es extraño que cuando en el horizonte político se divisa una persona que dice tener la solución de todos los problemas, algunos mexicanos se apresuren a considerarlo como nuestro salvador: eso fue lo que ocurrió varias veces con Antonio López de Santa Anna, Con Porfirio Díaz, con Álvaro Obregón y con Plutarco Elías Calles, entre otros más, quienes ofrecieron la salvación de la patria, cuando en realidad lo único que buscaban era el poder por el poder.
¿SEGUIMOS SIENDO UNA NACION DE CAUDILLOS?
Aunque muchas personas han proclamado que ya no somos más una nación de caudillos, y lo proclaman después de las memorables e hipócritas palabras de Plutarco Elías Calles en su último informe presidencial: "dejaremos de ser una nación de caudillos para ser una nación de instituciones" -es evidente que los "hombres providenciales"aún rondan por la escena pública --y rondarán mientras más personas ignorantes y desesperadas existan--.
Qué lejos han quedado las palabras que en 1911 Luis Cabrera dedicó precisamente a la figura de uno de nuestros caudillos: si el señor Madero resulta no ser un genio en la ciencia del gobierno, tanto mejor: deberemos felicitarnos de esa decepción, porque querrá decir que ha concluido la desgraciada época de los gobiernos milagrosamente geniales, de los gobernantes insustituibles y de las dictaduras, para dar paso a la era de los gobernantes honrados y de simple sentido común, a la era de los gobiernos verdaderamente republicanos en que es el pueblo el que gobierna alrededor del Jefe del Estado.
Por eso, ligado al problema de la necesidad del caudillo está el asunto de la permanencia en el poder y, obligadamente, el de la reelección, pues, siguiendo una vez más a Cabrera:
"La reelección …quiere decir que no se tiene fe más que en la capacidad personal de un súper-hombre… que esta prolífica raza nuestra no es capaz de producir grandes hombres, sino por excepción , y que por consiguiente estamos predestinados a que nos gobiernen alternativamente medio siglo los Santa Annas y el otro medio siglo por los Díaz"
El medio siglo de gobierno de los Díaz, se trasluce en la Dictadura Perfecta que ha ejercido el PRI en nuestro país. El PAN tuvo la oportunidad de convertirse en el partido de estado que el país necesita, perdió su oportunidad, está en chino que regrese al poder, no pudo en su intento. Los partidos de "izquierda", jamás van a ser gobierno, pues lo integran "institucionales renegados". Alerta mexicanos: Hoy no hay "izquierda" en México. Hay que comenzar a construirla.
Efectivamente, sólo dejaremos de ser una nación de caudillos cuando dejemos de creer en seres providenciales (¿?) y asumamos la imperiosa necesidad de desarrollar nuestras instituciones, de crear una nación democrática y justa donde la libertad y el derecho estén por encima de los hombres que sólo buscan el poder y que carecen de proyectos políticos liberales y modernos capaces de mejorar la calidad de vida de sus gobernados. Diremos adiós a los caudillos el día en que existan ciudadanos, es decir, verdaderos guardianes de las instituciones republicanas. PROFR. JESUS SANCHEZ RODRIGUEZ.
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