Crisis económica y oportunidad perdida
Un reporte reciente de la Organización Internacional del Trabajo (Informe sobre el trabajo en el mundo 2013) pone en perspectiva, con particular crudeza, los efectos diferenciados que ha tenido la reciente crisis económica internacional en los distintos estamentos de las pirámides sociales. Según el documento, en la actualidad, mientras las ganancias de los dueños y administradores de las grandes empresas se ubican en niveles equiparables, e incluso mejores, a los de 2004-2007, los salarios promedio de las poblaciones siguen muy por debajo del poder adquisitivo que llegaron a tener antes de la recesión.
Así, si los indicadores macroeconómicos señalan un repunte más bien cosmético de la economía global entre 2008 y 2013, los datos referidos prevén una circunstancia aun más preocupante, que se resume en una ampliación de la brecha entre los potentados y los sectores mayoritarios de la población, así como en una menor participación de los primeros en el financiamiento de actividades productivas, lo que se refleja en un creciente déficit de empleos y en una retroalimentación de la circunstancia de postración económica por la que ha atravesado el mundo en el lustro pasado.
La situación obliga a ponderar las fallas, las omisiones y las políticas inequitativas y regresivas aplicadas por los gobiernos en los años posteriores a la referida crisis económica. Tanto en Estados Unidos como en Europa, por ejemplo, los costos astronómicos de los descalabros financieros fueron transferidos a los causantes, a los consumidores y a los asalariados; en tanto, los propietarios de las instituciones financieras y sus operadores –responsables de provocar la recesión por su ambición desmedida– fueron premiados con rescates multimillonarios procedentes de las arcas públicas. En México, donde las autoridades se negaron a adoptar medidas preventivas ante la inminencia de la crisis mundial y se limitaron a minimizar los riesgos de éste, la población en general fue abandonada a su suerte; el desempleo se multiplicó y la pobreza extrema experimentó un nuevo ciclo de crecimiento.
En suma, durante los pasados cinco años tanto los gobiernos nacionales como los organismos y foros multinacionales desperdiciaron la oportunidad de reconstruir la economía mundial sobre bases éticas, racionales y socialmente viables; de desmontar el modelo económico depredador y generador de profundas desigualdades sociales, que sigue vigente, y de poner freno y control a la avidez especuladora que corroe tanto a las naciones ricas como –en forma mucho más descarnada– a las economías subdesarrolladas y dependientes, como la nuestra. Según puede verse, el rumbo de acción seguido en estos años por los encargados de conducir la economía mundial se ha limitado a parchar los indicadores para simular una recuperación frágil, en el mejor de los casos, y a aprovechar la circunstancia para enriquecer más a los ricos y dificultar en mayor medida la subsistencia de los menos favorecidos.
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