Bergoglio: apuesta por el statu quo
Ayer, en el segundo día del cónclave para elegir al sucesor de Benedicto XVI, el consejo cardenalicio reunido en el Vaticano designó como nuevo jefe de la Iglesia católica al obispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, quien en lo sucesivo será conocido como Francisco, y quien se erige, de esa forma, en el primer pontífice latinoamericano.
En primer término, la decisión de nombrar a un oriundo de esta región del mundo como máximo jerarca de la Iglesia católica equivale a un reconocimiento de la curia romana de la importancia estratégica de la región –en la cual viven cuatro de cada 10 católicos del mundo–, así como del mal momento para el clero en el subcontinente, que se manifiesta, en primer lugar, en una pérdida neta de feligreses que se pasan a otros cultos, especialmente a iglesias protestantes, pero también en una merma de influencia política y social y en un alejamiento de los católicos de la férrea disciplina que pretenden imponerles sus guías espirituales.
Más allá del dato anecdótico sobre su lugar de nacimiento, el nuevo Papa comparte el conservadurismo político, social y moral que han caracterizado a sus dos antecesores inmediatos, por lo que resulta cuesta arriba imaginar que encabezará los cambios que la Iglesia católica requiere con urgencia.
En el ámbito de lo político, cabe hacer mención de las denuncias que colocan a Bergoglio como colaborador de la última dictadura argentina (1976-1983), particularmente en la delación de sacerdotes que suscribían la opción preferencial por los pobres. En un periodo en que otros líderes religiosos supieron ejercer su margen de maniobra para oponerse a los gorilatos que ensangrentaron la región, Bergoglio optó por suscribir el mismo camino de la mayoría de los jerarcas locales del clero: aliarse con los poderes terrenales, incluso con los más corruptos y autoritarios, y perseguir, en el contexto del anticomunismo obsesivo de Karol Wojtyla, a los integrantes de la Iglesia que se pusieron del lado de las sociedades martirizadas por las tiranías.
En el terreno social, la férrea oposición de Francisco a los intentos de las actuales autoridades de su país de legalizar los matrimonios y adopciones de personas del mismo sexo –calificadas por el nuevo pontífice de maniobra del diablo– lo exhiben como continuador del desfase que afecta a la Iglesia católica ante los cambios sociales en la región y en el mundo, particularmente en lo referido a las libertades civiles y los derechos sexuales y reproductivos de los feligreses.
En suma, la designación de Bergoglio, quien arriba al trono de Pedro con 76 años, uno menos de los que tenía Benedicto XVI, se muestra como una decisión de la jerarquía católica por dar continuidad de los pontificados de Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, y postergar, en esa medida, la modernización y la apertura necesarias para volver a acercarse a sus fieles y encontrar en el mundo una función civilizadora y congruente con los valores que predica.
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