DIÓCESIS
+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
4 Domingo de Adviento
Dichosa tú, que has creído
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la Madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado por parte del Señor”.
“Mis candelas”
Como cada mañana, Alonso se dispone a hacer su oración en el altar familiar, colocado en el patio de su casa. Esta mañana es especialmente fría, lluviosa y con mucho viento. Encender sus candelas cuesta más que de ordinario, pues además de estar helados sus pabilos, el aire impide encender su cerillo y rápidamente las está apagando, pero con mucha constancia y cuidados, después de varios intentos, empiezan las llamas a temblar, la cera se consume y se iluminan los espacios. “Mis candelas encendidas se desgastan como el amor. Quien no arde no tiene vida. Me gusta contemplar mis candelas porque me recuerdan el amor que se desgasta y la fe que siempre está encendida”, dice el catequista y comienza, ante sus imágenes, su ferviente oración. La llama viva de sus candelas parece dibujar y cantar el amor y la entrega de una fe sencilla pero muy comprometida.
Un sí que compromete
Todavía no acaba de comprender la pequeña Niña lo que el ángel le ha anunciado. Todavía no entiende el misterio y el compromiso que encierran sus propias palabras: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”, todavía no pasa el asombro de mirarse tan pequeña, llamada a una misión tan sublime… pero allá va presurosa María caminando a las montañas, que el Amor que empieza a crecer en su vientre no pude ocultarse y su propia expresión de fe, la impulsa al servicio y compartir la grandiosidad del mensaje. La fe que le ha abierto su vientre para engendrar al Salvador esperado, la impulsa a llevar con prisa el mensaje sin palabras y a hacerse servicio para el necesitado. La fe crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe, y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos.
Creer es servir
La fe despierta el amor y lleva a comprometerse con los otros. De la entrega surge la esperanza, aun y a pesar del sufrimiento. Por eso María tiene que manifestarse en el servicio y transmitir la alegría que lleva en su corazón. Por eso sube a las montañas para llenar de gozo al Bautista que salta en el seno de Isabel. Con dolor y sufrimiento lleva su camino porque la fe no es una bandera que se lleve como insignia y pendón, sino una llama encendida que se sostiene entre las manos en una noche de lluvia, viento y oscuridad: cuesta trabajo mantenerla encendida, pero ilumina el camino y nos sostiene para no caer en las tinieblas. La fe exige entrega y donación, María lo intuye en su corazón. El que no arde no vive, es un principio fundamental de toda vida auténtica y de toda vida espiritual. Para ser luz y calor es indispensable consumirse. Por el contrario quien solamente quiere conservar y acumular, quien se zafa de compromisos y se aísla, tendrá al final un gran botín y acumulará cosas y dinero, pero permanecerá como una piedra fría, como un cirio blanco y apagado, como una semilla aislada y estéril. Si me falta la fe, no podré ser jamás una persona feliz, sino viviré siempre en el temor de que mi propia vida sea sólo un vagar sin sentido hacia una muerte cierta.
“Dichosa tú, que has creído”
El misterio de la fe es al mismo tiempo un don divino y una búsqueda humana que deja indiferentes sólo a las personas superficiales que se contentan con las exterioridades, y que sepultan el anhelo íntimo de su espíritu, bajo una costra de ambiciones y de placeres. Es difícil vivir sin creer, es difícil caminar sin ilusiones, aunque también es difícil ser coherente con la fe. La fe compromete y exige, la fe es entrega en manos de nuestro Dios, la fe es relación comprometida con el hermano. Nuestro mundo se ahoga en el desierto de la incredulidad y vive una amargura profunda que nace de la ausencia de fe, un vacío que se convierte progresivamente en un agujero negro que absorbe y que te hace desesperar. Se disfraza este vacío con ansia de bienes, con excesos y colocando nuevos ídolos en los cuales creer. María nos enseña, en este día, la felicidad que nace de la fe y la confianza ilimitada en Dios. Posee una gran alegría interior y va sembrando alegría. Hace partícipes a Isabel, a Juan el Bautista y a todas las generaciones. La fe ilumina su interior y la dispone a desgastarse en el servicio y la entrega a quien lo necesita. Es mentira una fe sin obras, es mentira una fe en contubernio con la injustica y la corrupción, es mentira una fe que nos deja indiferentes y pasivos ante las llamadas urgentes de quienes están sufriendo. Pequeñísima se reconoce María y debió hacer un recorrido largo y penoso. Como todos los humanos tendría sus dificultades, pero la palabra comprometida la sostiene y la empuja a llevar hasta la montaña la salvación que porta en su seno.
Fortalecer la fe
Es el año de la fe, es un año para mirar cómo es nuestra fe y cómo es nuestro compromiso. Dios viene a nacer en nuestra vida y en el rostro de los más pobres. Y viene a pedirnos también nuestra fe y nuestro sí decidido. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este año. La fe sin el amor al hermano no da fruto. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite al otro seguir su camino. Miremos a María, con ella aprendamos a decir “hágase en mí”, pues la fe comienza con la aceptación de la Palabra que se encarna en nosotros. Y después emprendamos presurosos el camino del servicio, de la alegría y de la evangelización. María la mujer creyente también nos visita a nosotros para ofrecernos, para servir, para llevar verdadera alegría. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados por la Palabra del Señor, sean capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera.
En estos últimos días de preparación para la Navidad nos quedan varias preguntas: ¿somos capaces de salir al encuentro de los demás para servirlos, alegrarlos y llevarles vida? ¿Vivimos estos días de Navidad en una verdadera fe que se traduce en compromiso, amor y encuentro con los hermanos? ¿Qué espera Jesús de ti en esta Navidad? “Derrama, Padre Bueno, tu gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del Ángel la Encarnación de tu Hijo, para acrecentar nuestra fe y la hagamos fuente de vida, de alegría y de servicio a los demás. Amén.
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