sábado, 17 de noviembre de 2012

DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas

Al final, la esperanza

XXXIII Domingo Ordinario

Daniel 12, 1-3: “Entonces se salvará el pueblo”

Salmo 15: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”

Hebreos 10, 11-14. 18: “Con una sola ofrenda Cristo hizo perfectos para siempre a los que ha santificado”

San Marcos 13, 24-32: “Congregará a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales”

Terrible terremoto

De repente se hizo un silencio impresionante y todo comenzó a cimbrarse. Las casi setecientas personas empezaron a percibir la fuerza descomunal del terremoto. Nadie se movió, pero se percibía el chirriar de los lazos de las lonas, el movimiento de las campanas de la torre, los árboles que se sacudían, y un sentimiento de pequeñez y de impotencia ante la majestuosidad del movimiento. Pasaron unos momentos, que parecieron eternos, y después el silencio, que pronto fue roto por los aplausos respetuosos de todos los concurrentes: “la madre tierra se siente herida por todos los dolores que nosotros le hemos causado”. Y se continúo hablando del llamado “Nuevo Baktun”, (el supuesto final Maya), no como un mundo que se acaba sino “como una nueva etapa que tiene gran importancia para hacer reflexiones y análisis sobre la convivencia humana y con la naturaleza”. Después nos llegarán las noticias de los muertos y desaparecidos en Guatemala, en Chiapas algunos percances no tan graves, pero sí un gran susto. “No nos preocupa el fin del mundo, que algunos equivocadamente dicen anuncian las profecías mayas, nos preocupa cómo unificar esfuerzos y reorientar nuestro comportamiento frente a nuestra madre tierra con tantas amenazas que la están destruyendo. Nos preocupa construir un espacio de unión, de solidaridad y rescatar los valiosos conocimientos de nuestros antepasados sobre la naturaleza y la humanidad”. Nos comenta uno de los ancianos.

Más que temor, esperanza

El pasaje evangélico de este día, a primera vista, nos habla de una catástrofe universal. Como si Dios, justiciero y omnipotente, cansado de tanta maldad, violencia y ceguera de los hombres, que se enfrentan a Él y le persiguen, tomara al universo entre sus manos y lo agitara dispuesto a triturar a los hombres. Hasta parece una venganza humana que busca con la aniquilación, vengar las afrentas, acabar con un orden y comenzar con otro nuevo. Pero Dios no actúa así, es infinito en sabiduría y rico en amor, y tiene otros caminos. Tampoco las lecturas de este día pretenden darnos esta enseñanza. Dios no necesita luchar contra el mal, aplastar el mal; el mal por sí mismo acaba destruyéndose. El mensaje central que nos ofrecen estos textos nos habla de que al final triunfará la justicia. Es cierto lo hacen con un ropaje literario que llamamos “apocalíptico” pero si quedamos con el corazón aterrado, con la vida amenazada, no entenderemos su mensaje. El verdadero discípulo descubre que en medio de las mayores crisis o de los desastres naturales o sociales, las cristianos deberemos mantener muy firme nuestra esperanza en la victoria de Cristo. Guerras, desastres, hambre, injusticias, violencia, destrucción, las tendremos siempre, pero nos exhortan a tener nuestra seguridad en Cristo Jesús.

El triunfo final

Lo que hoy nos ofrecen los textos es una buena noticia. Desde el profeta Daniel que se dirige a los judíos de su tiempo y los consuela en nombre de Dios, anunciando que después de “aquel tiempo de angustia, como no lo hubo desde el principio del mundo, se salvará el pueblo, todos los que están escritos en el libro… Los guías sabios brillarán como el esplendor en el firmamento, y los que enseñan a muchos la justicia, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad”. De ningún modo minimiza los graves problemas que enfrenta el pueblo, pero los anima a que, siguiendo los caminos de justicia, se mantengan firmes en su fe, a pesar de los dolorosos momentos que están viviendo. San Marcos, muchos años después, nos transmite las palabras de Jesús diciendo a sus discípulos que “después de la gran tribulación… verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”. ¿Se minimizan los problemas? ¿No son graves los acontecimientos? Claro que se reconoce la gravedad de la situación de aquel tiempo y la actual situación de crisis, pero el mensaje es el mismo: vendrán tiempos difíciles, dificilísimos diríamos hoy, pero al final, triunfará el bien sobre el mal, Cristo sobre Satanás, la justicia sobre la injusticia.

Al final, la esperanza

La mayoría de los estudios de la Biblia coinciden en que no se pueden tomar al pie de la letra la caída del sol y las estrellas, sino que con este lenguaje figurado San Marcos y el profeta Daniel, están condenando los imperios injustos y opresores, que uno tras otro se irán desmoronando. Se irá debilitando la opresión, y paulatinamente se implantará la justicia, la igualdad y la solidaridad. Ciertamente habla también del final y, aunque a muchos no les guste y no esperen el fin del mundo en breve plazo, en el fondo del corazón nos queda la pregunta básica: ¿Cuándo será nuestro final? ¿Qué va a ser de nosotros? Y las respuestas que encontramos hoy nos llenan de esperanza, no estamos navegando en medio de dos nadas, una antes de nacer y otra después de nuestra muerte. Los cristianos, a partir de las palabras de Jesús, nos atrevemos a ver la vida presente como un camino, como una preparación de algo que será mejor y que aún no disfrutamos a plenitud, como el germen de una vida que alcanzará su plenitud solamente en Dios. Precisamente las crisis y las catástrofes en lugar de asustarnos, acrecientan nuestra esperanza. Sabemos que Dios está cerca de cada uno de nosotros, está a la puerta y quiere entrar en nuestro mundo, en nuestro interior, para mostrarnos el camino.

Como nuestro Dios

El no conocer ni el día ni la hora, no debe llenarnos de angustia, debemos vivir no con la señal de la alarma, sino con las puertas abiertas y con las manos activas construyendo ese mundo que siempre soñamos. Debemos practicar en todo momento la esperanza, aquí y ahora, y en cada instante de nuestra vida. Si miramos de dónde venimos y a dónde vamos, si nos reconocemos como hijos e imagen de Dios, si nos sentimos llamados a vivir participando de su misma vida, nuestro actuar de cada día se llenará de entusiasmo y esperanza a pesar de los nubarrones que turban y esconden esa semejanza con Dios. Cada acción nuestra tendrá el ideal trinitario y comunitario al cual debe tender la humanidad. Estaremos construyendo con nuestras pequeñas vidas, aparentemente insignificantes, la imagen de nuestro Dios Amor. Que hoy queden en nuestro corazón esas preguntas para responderlas en diálogo confidente con Dios: ¿Qué pienso de mis orígenes? ¿Qué pienso de mi final? ¿Cómo influyen en mi vida diaria?

Concédenos, Señor, tu sabiduría para descubrir la grandeza de nuestros orígenes y mirar con esperanza la felicidad verdadera a la cual estamos llamados, y así nos dispongamos a servirte con alegría a Ti y a nuestros hermanos mientras dura nuestro peregrinar. Amén.

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