DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Saltar y liberarse
XXX Domingo Ordinario
Jeremías 31, 7-9: “Vienen a mí llorando, pero yo los consolaré”
Salmo 125: “Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor”
Hebreos 5, 1-6: “Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec”
San Marcos 10, 46-52: “Maestro, que pueda ver”
Nueva Evangelización
En el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, resonaron voces fuertes denunciando las raíces de una fe y una predicación que no producen frutos y que causan indiferencia y hasta rechazo. Humildemente, varios de los participantes reconocen, empezando por el Papa, que no se puede proclamar el Evangelio si no se participa de los dolores y sufrimientos de un pueblo dejado a la orilla del camino; que se hace muy difícil la credibilidad de una fe que se hace cómplice de la injusticia; y que el primer paso para anunciar será aceptar humildemente la necesidad de conversión. “La evangelización se ha visto perjudicada por la arrogancia de sus mensajeros, que la seguimos impidiendo. El apóstol debe rehuir la arrogancia, la hipocresía y la intolerancia”. “Necesitamos héroes vivos que inflamen los corazones y despierten el entusiasmo por conocer a Jesús y amarlo”. “Nuestra experiencia en el Tercer Mundo nos dice que el Evangelio se puede predicar a quien tiene el estómago vacío, pero sólo si el estómago del predicador está también vacío como el de sus hermanos”. “Seremos portadores creíbles de la alegría del Evangelio si la proclamación va acompañada de su hermana gemela: la caridad. La caridad de Jesús coincide con el don de sí mismo”. Son algunas de esas voces que nos llaman a conversión.
Olvidado
Dice un proverbio que si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en un pozo. El pasaje de este día parece contradecirlo: un ciego se convierte en ejemplo y guía para quienes dicen tener luz. Es más, supera la oposición de quienes, mirando, tienen el alma en tinieblas y le impiden acercarse a Jesús. Sentado a la orilla del camino, sin ilusión, sin esfuerzo, sin riesgo, pero también sin esperanza, gasta las horas y espera sólo las sobras y las indiferencias de los que pasan de largo. Sentado a la orilla del camino como muchos hermanos que han perdido la ruta y que no alcanzan el ritmo vertiginoso de una sociedad que consume y consume, que arrebata y destruye, y que va dejando su estela de pobreza y miseria “a la orilla del camino”. No en el camino porque estorbarían la carrera alocada de un mundo consumista y egoísta que se afana en su propio mantenimiento, sin mirar los desastres que van quedando a su alrededor. Así, “a la orilla del camino”, van quedando en el olvido. Pero Bartimeo, una de las pocas personas que tiene nombre en el evangelio de Marcos, al “sentir” pasar a Jesús no quiere quedar en el olvido y está dispuesto a arriesgarse, a caminar en medio de su oscuridad en busca de la luz. Comienza con un grito desgarrador: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Un grito, una oración y un rayo de esperanza que empiezan a hacer nacer en su corazón la ilusión que logrará ponerlo de pie.
Los impedimentos
Caminar con Jesús no debería estar en oposición con mirar y hacerse participe de las miserias del mundo, es más, la primera actitud del discípulo debería ser mirar con los mismos ojos que mira Jesús, para descubrir al hermano que se aparta, o que es “desechado”, a un lado del camino. Sin embargo el pobre Bartimeo no sólo tiene que vencer sus propios miedos y dificultades para levantarse, sino también los obstáculos que le ponen quienes rodean a Jesús. Quisieran como aislarlo y apropiárselo, olvidando lo que nos dice la carta a los Hebreos que el llamado por Dios “puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades pues está constituido para intervenir en favor de ellos ante Dios”. ¿Por qué obligan a callar a Bartimeo? ¿Porque molestaba al Maestro o porque los molestaba a ellos? ¿A quién beneficiaba el silencio de aquel ciego? Actualmente hay situaciones difíciles y dolorosas que muchos preferirían que pasaran ignoradas. Que no se hable del hambre, de la pobreza, del dolor… porque nos hace parecer un país o un estado menos prospero, porque “el mundo tiene derecho a ser feliz”, porque se irían las inversiones, porque no les gusta que se manifieste la pobreza. Pero allí están el dolor y la injusticia clamando al Señor cada día más fuerte. Hay dolores, cegueras, olvidos, que reclaman la presencia del Señor y que piden se tenga compasión. A pesar de estar a la “orilla del camino”, los hermanos siguen clamando por un lugar en el banquete de la vida, un lugar con dignidad y justicia.
Saltar y liberarse
Para quien vino a participar de nuestra miseria no hay olvidados y no puede pasar de largo, ni desconocer a los que están a la orilla del camino, por eso ordena que lo llamen. Y pronuncia sus palabras de aliento: “¡Ánimo! Levántate, porque Él te llama”. Ya la simple palabra de Jesús suscita la esperanza. Pero aún le queda al ciego mucho camino por recorrer: tiene que levantarse, lo cual hace de un salto (pensando en su oscuridad será como arrojarse en el vacío), y lo hace con entusiasmo, pero además debe dejar a un lado su manto, su única protección, y así, descubierto acercarse a Jesús. Gran lección para nosotros en este Año de la Fe: lanzarnos al vacío tan sólo con el arma de la fe. Despojarnos del manto que nos protege: el poder económico, cultural, ideológico, político; la preocupación, el ansia, nuestras pretensiones y las miras humanas, el ansia de poseer… todo cabe en un manto del que nos debemos despojar. Cuando el ciego queda de pie y libre de ataduras, escucha la propuesta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. La total disposición de Jesús para darle luz y vida le hacen responder: “Maestro, que pueda ver”. Igual petición deberíamos hacer nosotros, que podamos ver más allá de nuestras limitaciones, que miremos más allá de nuestro pesimismo, que miremos con espíritu alegre, lleno de esperanza y lleno de fraternidad. Que Jesús ilumine nuestros ojos y nuestros pasos para iniciar nuevos caminos.
Con el ciego y el cojo
Al pueblo de Israel perdido y desalentado, Jeremías le recuerda que está en manos de Dios y que el Señor lo ha salvado. El retorno a la propia tierra, la alegría de la liberación, el reconocimiento de la propia pequeñez, hacen más grande la hazaña del Señor: “entre ellos vienen el ciego y el cojo, la mujer encinta y la que acaba de dar a luz”. El camino de la fe pasa por el reconocimiento de que estamos en manos de Dios, vivimos confiados en su misericordia, pero implica ponerse en camino juntamente con el resto despreciado de Israel. Igualmente Jesús, lo hace todo, pero parece no hacer nada. Le afirma que la fe lo ha salvado. Quien parecía ciego, ha resultado con mayor luz en su interior y ha emprendido el seguimiento de Cristo. El que estaba sentado, ciego y mendigo, se ha transformado en discípulo gracias a la fe que le ha regalado Cristo, respondiendo a su súplica. El que se sentía incapaz de dar un paso, ahora se transforma en caminante de la fe. La fe cristiana, el seguimiento de Jesús y la caridad, van siempre juntos, como en el camino los ojos y los pies van siempre juntos. La fe sin seguimiento y amor, quedaría vacía; y el seguimiento sin fe, estaría ciego. ¿Qué oscuridades me impiden ver a mis hermanos? ¿Qué me falta para dar el salto a una fe comprometida? De acuerdo a una nueva evangelización, ¿cómo anuncio y sigo a Jesús por el camino?
Aumenta, Señor, en nosotros la fe, la esperanza y el amor, para que dejando nuestros miedos, mantos y ataduras, sigamos a Jesús por el camino del Reino. Amén.
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