sábado, 15 de septiembre de 2012
DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Palabras amargas
XXIV Domingo Ordinario
Isaías 50, 5-9: "Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban"
Salmo 114: "Caminaré en la presencia del Señor"
Santiago 2, 14-18: "La fe, si no se traduce en obras, está completamente muerta"
San Marcos 8, 27-35: "Dijo Pedro: ‘Tú eres del Mesías’.- Es necesario que el Hijo del hombre padezca mucho"
Amarga medicina
Los pucheros y berrinches del niño de nada valieron. La mamá sabía que aquella medicina amargosa y desagradable podría quitar la enfermedad. Ya conocía perfectamente los gustos del niño y su atracción por los dulces y refrescos, pero precisamente estas golosinas que tanto le atraían, eran las que más daño le hacían. "¿Qué no pueden hacer unas pastillas más sabrosas y unos jarabes que sepan menos feo?" Son los reclamos del pequeño que espera un momento de distracción de la mamá para esconder los medicamentos, pero todo es inútil. Repite una y otra vez: "No me gusta, no me gusta, sabe muy feo" Y la mamá con la paciencia amorosa y con el dolor de madre que no quiere ver sufrir a su hijo, convence al pequeño de tomar medicinas amargas que dan vida y salud.
Palabras amargas
Hoy las tres lecturas nos transmiten palabras amargas pero que contienen vida. ¿Sería muy agradable para Isaías aquella palabra que le taladraba los oídos hasta abandonar toda resistencia y dejar sus impulsos de regresar atrás? Ciertamente que no. Seguramente al pobre profeta no le agradaría aquel discurso que le obligaba a ofrecer la espalda a los golpes, y la barba a los que se la arrancaban a tirones; que le exigía no apartar su rostro de los salivazos ni de los insultos. Es decir, lo exponía al desprecio más vulgar y a las ofensas más humillantes. ¿Por qué lo hacía? El profeta Isaías nos enseña que el camino de la justicia, de la misericordia y la solidaridad no es un bello sendero tapizado de rosas. La persona que opta por la verdad y la justicia debe prepararse al rechazo más rotundo, incluso a una muerte ignominiosa. Isaías siente el rigor de un camino azaroso pero también siente la seguridad de la Roca en que ha puesto su confianza: "El Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido".
Puntos claros
Tampoco las palabras del Apóstol Santiago resultarían muy agradables para sus oyentes de aquel tiempo (a lo mejor resultan más incómodas para los oyentes de este tiempo). Suenan casi insultantes sus amonestaciones acerca de una fe que debe estar siempre acompañada de las obras porque la caridad (el amor) no se cocina con palabras sino con acciones. No basta dar direcciones justas a quien padece frío y no tiene nada que ponerse; no basta dar recetas a quien padece hambre; se necesita ofrecer nuestra dirección y abrir nuestra casa, nuestra alacena, nuestro armario y hasta nuestra escasa cartera y compartir con generosidad. Obras son amores. Es el único camino para restituir la dignidad humana. Si la comunidad no está dispuesta a transformar desde su interior toda esa realidad de muerte, miseria y marginación, es inútil que se proponga transformarla desde fuera. La solidaridad de la comunidad no sólo es un camino para remediar la injusticia, es una alternativa de vida. La solidaridad de una comunidad nos permite descubrir que se puede seguir el camino de Jesús y que el destino no está atado a la destrucción y a la barbarie. La fe cristiana no es tal si se contenta con mirar desde la barrera el circo en el que mueren tantas personas inocentes.
¡Apártate de mí!
Pedro y sus compañeros se sienten felices de acompañar a Jesús. Responden con entusiasmo la encuesta que les hace sobre quién dice la gente que es, porque de un modo u otro están participando del triunfo que ha obtenido al ser reconocido como profeta o como personaje de gran notoriedad. Pero no están preparados para escuchar las palabras amargas que Jesús empieza a pronunciar. Aunque él había demostrado a lo largo del camino que su interés no era el poder en todas sus variedades, sino el servicio en todas sus posibilidades, sin embargo, ellos, sus fieles seguidores, se empeñaban en hacerse una imagen triunfalista de su Maestro. Albergaban en su corazón esperanzas de un Mesías poderoso que les transmitiera a ellos un poco de poder. Jesús, entonces, debe recurrir a palabras duras para poner en evidencia la falta de visión de quienes lo seguían. Jamás desearían escuchar los anuncios del dolor, del rechazo, la condena y la muerte. (Seguramente dejaron pasar desapercibida la Resurrección). Todas estas dificultades llegan como consecuencia inevitable de la Verdad que Jesús está siguiendo y de su camino de liberación, no buscadas a propósito. Pedro, amigo y confidente, busca corregir y, en confianza, trata de disuadirlo. "¡Apártate de mí, Satanás!" Jesús acusa a Pedro de que está hablando como representante de Satanás, no como Dios quiere que hable. Tan diametralmente opuestos resultan los caminos que buscamos los hombres, que los caminos de Dios pueden parecernos absurdos. Porque a pesar de llamarnos sus seguidores, nos acomodamos más a los criterios de los hombres que a los criterios de Jesús, porque buscamos los primeros lugares, porque luchamos denodadamente por el poder, porque mentimos y robamos, porque damos la espalda al prójimo, porque ¡no hemos entendido lo que quiere Jesús! Usamos su nombre para nuestros propios fines.
Caminos equivocados
Al igual que Pedro, nosotros ahora le daríamos algunos consejos muy prácticos a Jesús sobre su forma de ser Mesías, porque nos parece absurda su propuesta en el mundo actual. Le diríamos que tiene que adaptarse, que tiene que renovar sus esquemas. Que no es posible seguir soñando con un mundo donde todos sean hermanos, que hay sus diferencias y debemos aceptarlas, que el sacrificio y la lucha por los pequeños y los pobres no lleva al triunfo, que los grandes éxitos se logran de otra forma… y Jesús nuevamente nos diría que esos no son sus caminos, sino los caminos de los hombres. Si miramos con atención a los discípulos, veremos que siguen a Jesús pero no han cambiado de idea ni de mentalidad. Se resisten a perder sus proyectos de triunfo, y ahora Jesús les presenta una nueva forma de seguirle. Ya no se trata solamente de acompañarle y compartir la misión de curar y predicar. Ahora, seguirle representa un conflicto, sufrimiento y muerte. Sólo así se defiende la verdad y la vida. Por eso, aunque corre el riesgo de quedarse solo, replantea con toda claridad su propuesta: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga". Es la misma propuesta que Jesús nos hace a nosotros. No hay otra forma de ser su discípulo que tomar su cruz. Hay que renunciar a los propios proyectos de poder, de intereses personales, de satisfacciones y ambiciones. Cristo es radical. La única forma de seguirlo es cargando con la cruz, la única forma de conservar la vida es perderla por él y por el Evangelio. Palabras amargas pero que traen vida, la verdadera vida. Entonces, ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Cómo recibimos sus palabras sobre nuestros criterios y nuestros gustos?
Señor Jesús, Palabra amorosa del Padre, concédenos descubrir la verdad de tu mensaje y recibir con el corazón abierto tus palabras que dan vida y nos encaminan por senderos de justicia y de paz. Amén
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