DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
TEXTOS PARA PROFETAS
XVI DOMINGO ORDINARIO
XVI DOMINGO ORDINARIO
Ezequiel 2, 2-5: "Esta raza rebelde sabrá que hay un profeta en medio de ellos"
Salmo 122: "Ten piedad de nosotros, ten piedad"
II Corintios 12, 7-10: "Me glorío de mis debilidades, para que se manifieste en mí el poder de Cristo"
San Marcos 6, 1-6: "Todos honran a un profeta, menos los de su tierra"
En aquel tiempo, Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: "¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?" Y estaban desconcertados.
Pero Jesús les dijo: "Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos. (Mc 6, 1-6).
Coherencia que cuestiona
La tumba de San Charbel y la ermita donde vivió son sitios obligados para todo peregrino que quiera conocer la vida del Santo. Con vida de ermitaño, aislado y en silencio vivió una santidad que se hizo elocuente. "La vida de P. Charbel fue la de enseñarnos no con los escritos ni con las palabras sino a través del ejemplo. Su doctrina espiritual no consistía en predicar sino en mostrar". En medio de la soledad, nos muestran la pequeña capilla y la diminuta celda donde vivía. Un pequeño camastro en el suelo y por almohada un pedazo de madera. "Me falta mucho para imitar la vida del Santo", comentó, admirado, uno de los monjes maronitas. "Te sobra mucho", respondió uno de los peregrinos. "Para ser santo se necesita sólo amor, coherencia con el Evangelio, pobreza y verdad. Así son los modernos profetas".
Textos para profetas
"Ahora sí, estas lecturas están dirigidas exclusivamente para ustedes", me comentaba un amigo al leer los pasajes propios de este domingo. Efectivamente la primera lectura nos presenta a Ezequiel impulsado por el Espíritu, enviado a un pueblo rebelde e incrédulo "para que les comuniques mis palabras, te escuchen o no". Misión ineludible del profeta. Mientras, San Pablo se confiesa limitado, con debilidades, persecuciones e insultos pero sostenido por la fuerza de Jesús que le dice: "Te basta mi gracia porque mi poder se manifiesta en la debilidad". Y al mismo Jesús nos lo presenta San Marcos cuestionado, criticado y desatendido en su calidad de profeta. ¿Textos sólo para predicadores? No, son textos para todo discípulo de Jesús que desde su bautismo ha sido incorporado a Jesús profeta, con su misma misión y con la misma obligación de llevar el Evangelio. Son textos para vivir desde lo concreto de una vida dura, enfrentada a las exigencias e incoherencias de una sociedad incrédula. Ciertamente son textos para profetas, pero tú eres profeta.
Días de adversidad
Con mucha frecuencia el Evangelio nos presenta a Jesús rodeado de multitudes, compuestas en su mayoría por gentes sencillas, ignorantes, pobres y necesitadas, que perciben la fuerza y la sabiduría que brotan de sus labios. Así, Jesús, reconocido y aceptado, va sembrando su palabra. Pero no todo es miel: su palabra y su actuar también son contradicción, cuestionan y desnudan las ambiciones de los corazones. Entonces es rechazado y provoca persecución. Cuando Jesús hace el milagro y se manifiesta poderoso es fácil aceptarlo. Cuando sus actitudes cuestionan y desestabilizan, cuando van en contra de posiciones y privilegios, cuando desenmascaran y exigen verdad, entonces es rechazado. Hoy se nos presenta otro rostro de Jesús, el rostro humilde, sencillo, conocido, el rostro del carpintero, del hombre de todos los días y entonces… puede pasar desapercibido, ¡Como si no fuera profeta! En Nazaret conocen todo de Jesús: su particular historia familiar, su apariencia corporal, sus cabellos, sus ojos, su modo de caminar, sus costumbres y aficiones, muchos de sus episodios infantiles. Nada habían descubierto de particular en este joven que ahora se presenta en la sinagoga y a quien todos le reconocen autoridad y sabiduría. ¿Cómo aceptarlo si siempre lo habían visto como uno más de la pequeña población? ¿Cómo reconocer como profeta a quien está catalogado como un simple artesano, perteneciente a una familia como todas? ¿Cómo es posible reconocer a Dios en un individuo tan familiar, tan vecino, tan ordinario? Un Dios tan cercano, tan próximo y tan a la mano, es difícil de reconocer. Tan encarnado, tan "humano", se ha vuelto el Mesías que la carne lo oculta y dificulta aceptarlo. Solamente la fe puede ayudar a descubrirlo, pero la fe es lo que falta en Nazaret y así Jesús permanece bloqueado en su actividad milagrosa a favor de los necesitados.
Fiel a su misión
Indudablemente que a Jesús le duelen estas desconfianzas y el recibimiento hostil y agresivo de los suyos. Se nota en su reproche adolorido al citar el proverbio respecto a la aceptación del profeta. Se enfrenta a una mentalidad estrecha, con la mezquindad y los prejuicios. Le duele la incredulidad de los más cercanos, sin embargo no se llena de amargura, sino que rompe aquel estrecho círculo y lanza su mensaje mucho más allá: "Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos". La palabra con frecuencia es rechazada cuando no se acomoda a los caprichos y costumbres de ciertos esquemas. Da temor cuando abre nuevas perspectivas; y parece insolente anunciar una nueva forma de vivir y ser. Pero el profeta no busca la aceptación y el aplauso de un público al que tiene que agradarle. Él es fiel a una inspiración originaria, busca abrir caminos nuevos, donde el Reino de Dios pueda instaurarse, donde la voluntad del Padre sea la norma, donde el amor y el servicio suplan todos los mandatos, donde lo más importante sea el hombre y no las apariencias.
¿Por qué no escuchan?
Cuando se afirma que el Evangelio ha quedado en el pasado y se le mira como algo anquilosado, me vienen a la mente muchas preguntas. Puede ser que sea rechazado porque nos está cuestionando en profundidad y no somos capaces de una verdadera conversión. Quisiéramos un evangelio que solamente nos consuele y nos apapache, pero no un evangelio que nos exija cambio, coherencia y fidelidad. No un evangelio que desestabilice las estructuras de injusticia y privilegios en los que se ha asentado nuestra sociedad. Se torna un evangelio revolucionario y peligroso que es rechazado e ignorado. Entonces serían para nosotros las palabras de Ezequiel: "Un pueblo rebelde… testarudos y obstinados…" Y habrá que seguir proclamando valientemente el Evangelio. Habrá que ser fieles a nuestra misión de profetas. Pero también me pregunto si el rechazo que sufre el Evangelio no brota de la incoherencia y falta de honestidad de quienes deberíamos predicarlo. Cuando nuestra proclamación se hace con reglones demasiado torcidos para ser leídos, cuando no va respaldada por una vida y una opción radical, sino que se diluye en palabras que no van sostenidas por las acciones, entonces el Evangelio no es creíble. Cuando hay muchas cosas que nos sobran para ser santos y coherentes, desvirtuamos el Evangelio.
Milagrería
Hay una tercera posibilidad. A veces queremos una predicación que vaya adornada y sostenida por milagros y fuegos artificiales, por ruido y aspavientos. En cambio Cristo se presentó encarnado, humilde, con un trabajo sencillo, como parte de una familia ordinaria… y desde allí, desde su pobreza y apariencia cotidiana, predica, acompaña, sostiene, en silencio y en la oscuridad. Aparece el Evangelio en ropas sencillas, y entonces es difícil reconocerlo aun para los de casa. El Evangelio no es sólo para los templos y predicadores, sino sobre todo para la vida y la casa, para el trabajo y las ocupaciones diarias. Ahí se grita y se vive el Evangelio en el silencio de una vida coherente. Muchas preguntas me deja la palabra de Dios en este domingo, como discípulo y seguidor de Jesús: ¿Cómo es mi fidelidad al Evangelio, cómo mi fidelidad al estilo de Jesús y cómo mi fe y perseverancia para seguirlo predicando? ¿Cómo es mi coherencia ante el Evangelio? ¿Hablo sólo para agradar? ¿Mi silencio mata la verdad y la justicia?
Dios nuestro, que por medio de la vida escondida de tu Hijo, nos has manifestado la riqueza de tu Reino, concédenos ser fieles a sus enseñanzas y ejemplos y mantenernos constantes en la escucha y predicación de su Palabra. Amén.
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