DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
Morir en la raya
V Domingo de Cuaresma
Jeremías 31, 31-34: "Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados"
Salmo 50: "Crea en mí, Señor, un corazón puro"
Hebreos 5, 7-9: "Aprendió a obedecer y se convirtió en autor de salvación eterna"
San Juan 12, 20-33: "Si el grano de trigo sembrado en la tierra muere, producirá mucho fruto"
Nuestra semilla
El sol cae a plomo en esta "Cuaresma", como llaman los indígenas a este periodo del año caracterizado por el calor y la falta de lluvias. La tierra se rompe abriendo sus surcos para recibir ansiosa la semilla. Es tiempo de siembra, de calor sofocante, de trabajo árido, pero también de ilusiones nuevas y esperanzas firmes. Domingo mira el terreno arado y suspira pensando con ilusión en el tiempo que se avecina. No entiende cómo pero sus semillas se hincharán cuando llegue la humedad, abrirán su seno y harán brotar nueva vida. Tantos años conviviendo con el milagro y aún no deja de sorprenderlo: la semilla al morir ofrece una vida distinta, nueva, plena e inesperada. Milagro nuevo, milagro antiguo, pero siempre sorprendente. «Qué generosa es mi semilla que se muere para que yo tenga vida. Qué buena mi tierra que transforma mi pequeño grano de maíz en planta, tallos y hojas; después, es una chulada ver jilotear la milpa, los sabrosos elotes y por fin mis mazorcas. Es un misterio pero mi granito me da nueva vida». Y así piensa, así siembra y así sueña.
Oblación
Muchos han querido ver en el evangelio de San Juan una imagen de Cristo exaltado, casi como si no sufriera; como si solamente estuviera haciendo una especie de actuación para resaltar su realeza y su gloria. Es cierto que el evangelista mira su figura a partir de la resurrección. Pero el pasaje de este domingo nos acerca a la verdadera figura de Jesucristo: no es un dios disfrazado de hombre; no es un superhéroe, es un verdadero hombre que comparte el dolor, la angustia y la inseguridad. Siendo Hijo de Dios, le aguarda la cruz, el sufrimiento, la muerte. Como cualquier persona también se siente agitado, preocupado, turbado por los próximos acontecimientos de la Pascua. Nos manifiesta su miedo, pero también nos manifiesta el lugar donde se finca su seguridad: en el cumplimiento de la voluntad de Dios su Padre. La "hora" ha llegado, pero no es una hora fatalista, o la resignación al estilo mexicano: "nadie pasa la raya señalada", sino es la hora del amor, de la donación, de la entrega voluntaria y plena en manos de su padre.
Morir para vivir
Jesús acude a una breve y muy conocida comparación: la semilla sembrada. Así nos asegura que sólo el grano de trigo que muere, da mucho fruto. Si miramos en profundidad esta brevísima comparación descubriremos la lección fundamental del evangelio entero y la misión para la que Cristo fue enviado, el punto máximo de su mensaje: el amor generoso que se siembra en la oscuridad, el amor que se entrega sin reservas, el amor que se ofrece sin condiciones a sí mismo. La gran paradoja es que lo que parece perderse y morir, genera nueva y mejor vida. Es toda la contradicción aparente del evangelio confrontado con los estándares comerciales de nuestro tiempo: perder la vida por amor es la única forma de ganarla. Es la lucha entre los valores del mundo y los valores definitivos: morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir, entregar la vida es el único camino para retenerla, darla es la mejor forma de recibirla. Quienes nos atoramos en las fórmulas del dinero y del poseer nos perdemos en estos pensamientos de Jesús, pero mirados en la sencillez de la semilla podemos acercarnos un poco a este gran misterio: perder para ganar; morir para vivir; aborrecerse para asegurarse; donar para tener. ¿No es cierto que si una semilla no muere queda infecunda? Por más que lleve vida en su seno, si no se entrega, si no se abre, si no se dona, quedará estéril.
Malas cuentas
Esto lo entiende quien vive el amor: no importa dar porque es la única manera de ser feliz; no importa entregar todo, porque sólo entonces lo ganamos. Lo hace el padre de familia, lo hace la esposa, lo hace el joven enamorado… a quien ama no le importa dar todo. Quien vive el amor entiende las realidades contradictorias del dar para vivir. Quizás porque vivimos rodeados de un mundo de ganancias y competencias, hemos perdido la sensibilidad y la capacidad de dar sin condiciones y no sabemos hacer cuentas al estilo de Jesús. Él sabe mucho del amor, aunque en el amor haya dolor y traición. Él sigue amando sin condiciones y busca que cada uno de nosotros también participe de ese amor pleno. La carta a los Hebreos nos habla de esta entrega plena de Jesús que se convierte en causa de salvación para todos los hombres. Y el profeta Jeremías nos anuncia ya la nueva Alianza que no necesitará escritos, ni condiciones, una alianza "escrita en lo más profundo de su mente y grabada en el corazón". Sí, ahí donde se puede dar vida, ahí donde se puede encontrar reconciliación y perdón, ahí donde se puede vivir la presencia de Dios. Si captamos esta nueva forma de alianza que nos ofrece Jesús, podremos descubrir la verdad del evangelio. No podemos seguir en la ley de la selva, donde domina el más fuerte, pidamos al Señor que nos abra a esta nueva alianza. Digamos con el salmista: "Crea en mí, Señor, un corazón puro".
Morir en la raya
Si las semillas somos nosotros, ¿a qué debemos morir? El grano tuvo que perder su identidad, renunciar a su yo, abrirse al agua y a la tierra, dejarse penetrar por elementos extraños y nutrientes, para poder así ser fecundo y multiplicador. El grano no murió, se transformó en espiga. Si el grano se hubiera encerrado en sí mismo, impenetrado e impenetrable, suicidamente egoísta, entonces sí, el grano se hubiera podrido y muerto infecundo. "El que se ama a sí mismo, se pierde", nos dice el evangelio. La vida es comunicación, continuo y necesario intercambio. Pero el abrirse a los demás, el intercambiar y el convivir, muchas veces duele y rompe por dentro, agita el alma. "Mi alma está agitada", decía Jesús a sus discípulos. Había venido para redimir al mundo, para dejarse penetrar por sus dolores y sus pecados, para atraer a todos hacia sí y darles nueva vida. Y Jesús de Nazaret se abrasó y se consumió por el amor al Padre, abriéndose al amor de sus hermanos, viviendo y muriendo por ellos y para ellos. También nosotros somos granos sembrados por Dios aquí en la tierra. Dios quiere que seamos granos fecundos, estando abiertos a los demás, dejándonos penetrar y transformar por el amor de Dios. Ojalá no nos encerremos en nuestros egoísmos, en nuestras seguridades y en nuestros miedos. Hagamos nuestro el versito de los campesinos: "Quiero ser semilla para morir en la raya, no permanecer estéril mirando desde la orilla".
Nos acercamos ya a la Semana Santa , será común ver las representaciones y los "Vía Crucis" en nuestros pueblos, pero nosotros, ¿cómo vamos a acompañar a Jesús? ¿Estamos dispuestos a cargar su cruz? ¿Podemos ser grano que corre el riesgo de abrirse a los demás, al amor y al servicio? ¿Preferimos nuestra comodidad y nuestro egoísmo? ¿Cómo seguimos y acompañamos a Jesús?
Ven, Padre Bueno, en nuestra ayuda, para que podamos vivir y actuar siempre con aquel amor que impulsó a tu Hijo a entregarse por nosotros; que aprendamos de Él, a ser semilla que se dona, que se abre y que muere para dar vida. Amén.
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