DIÓCESIS
+Mons. Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar Diócesis de San Cristóbal de Las Casas
HOMILÍA EN ACTEAL
Al reunirnos hoy para celebrar un aniversario más del vergonzoso y lamentable asesinato de hermanas y hermanos en este lugar, ¿qué nos dice la Palabra de Dios? ¿Qué nos pide el Señor? ¿Para qué nos puede servir esta Eucaristía, que es el momento culminante del aniversario?
Dice la primera lectura (1 Sam 1,24-28) que una mujer llamada Ana llevó a su pequeño hijo, de nombre Samuel, a hacer oración en la casa del Señor, en Siló. El Evangelio nos presenta el himno que hace la Virgen María, cuando visita a su prima Isabel. Ambas mujeres elevan una oración de alabanza y acción de gracias al Señor, por todos los beneficios recibidos en sus personas y en sus familias, y proclaman su fe en Dios, un Dios comprometido con la historia de su pueblo.
Hace catorce años, 45 hermanas y hermanos estaban aquí en oración. La mayoría eran mujeres, con sus hijos pequeños, algunos todavía en el seno materno. Estaban orando y ayunando por la paz de la región. No estaban armados. No estaban entrenándose para pelear y matar. No había odio en su corazón, sino intenso deseo de paz y de justicia. No estaban haciendo daño a nadie, ni eran un peligro para la comunidad. Buscaban la fuerza de Dios, porque su confianza estaba puesta en El, no en el poder de las armas. Oraban por el bien de su pueblo.
Hoy también nos unimos en oración, pues para eso estamos en esta santa Misa. Se hacen denuncias y comunicados, como es conveniente hacerlo, para seguir gritando exigencia de una justicia más verdadera, más plena, más acorde a la autenticidad de los hechos pasados, que llegue a los verdaderos autores materiales e intelectuales. Apoyamos estas exigencias de justicia que hacen la Sociedad Civil Las Abejas y otras instancias, y seguiremos insistiendo en que no salgan de la cárcel quienes son verdaderos asesinos; que no gocen de libertad, por trampas jurídicas, quienes tienen las manos y el corazón manchados de sangre. No podemos callar ni olvidar, mientras no se haga verdadera justicia. Sin embargo, en este momento les quiero invitar a sumar y unir nuestras oraciones, para pedir al Señor de la verdad y de la justicia, que nos conceda lo que las instancias humanas no nos quieren conceder.
Nuestra fuerza no son las armas. Nuestra fuerza no es el poder del dinero. Nuestra fuerza no son las influencias políticas. Nuestra fuerza no es la interpretación y la aplicación de las leyes, aunque apreciamos y agradecemos a quienes trabajan por que se apliquen como debe ser. Nuestra fuerza es Dios, como cantamos en el Salmo responsorial: Mi corazón se alegra en Dios, mi salvador. Lo que para nosotros parece imposible, para Dios es posible. Aunque los de este mundo no nos hagan caso, el Señor no permanece sordo a nuestras plegarias.
Ana, la mamá de Samuel, que era estéril, logró con sus oraciones lo que humanamente era imposible: ser madre de un gran profeta, que guió al pueblo por el camino de la verdad y la justicia. La Virgen María dice: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. Su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen. Ha hecho sentir el poder de su brazo: dispersó a los de corazón altanero, destronó a los potentados y exaltó a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada. Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido. Esta es la fe de la Virgen María. Su confianza es Dios. Su seguridad es el Señor. Su esperanza de que haya un cambio para el pueblo, está puesta en Dios. No se apoya en los poderosos de su tiempo, sino en Dios. Siguiendo su ejemplo, nuestra esperanza de justicia ha de ser Dios.
Esta esperanza en Dios es la que cantamos en el salmo responsorial, tomado de un texto de 1 Sam 2: Mi corazón se alegra en el Señor, en Dios me siento yo fuerte y seguro. Ya puedo responder a mis contrarios, pues eres tú, Señor, el que me ayuda. El arco de los fuertes se ha quebrado; los débiles se ven de fuerza llenos. Se ponen a servir por un mendrugo los antes satisfechos; y sin tener que trabajar pueden saciar su hambre los hambrientos. Siete veces da a luz la que era estéril y la fecunda ya dejó de serlo. Da el Señor muerte y vida, deja morir y salva de la tumba; él es quien empobrece y enriquece, quien abate y encumbra. El levanta del polvo al humillado, al oprimido saca de su oprobio, para hacerlo sentar entre los príncipes en un trono glorioso. Este es el Dios en quien creemos. Este es el Dios a quien hoy acudimos en esta celebración. Este es el Dios que puede cambiar el rumbo de la historia, para que sea historia de salvación, historia de vida digna para todos, no historia de pecado tras pecado, no historia de injusticia y de mentira.
Estamos próximos a Navidad. Que el Señor Jesús, Dios verdadero y Sol de Justicia, haga brillar su luz de esperanza y de justicia para este pueblo que sufre. Que esta Eucaristía, presencia viva de Jesús entre nosotros, sea fuerza, consuelo, aliento y ánimo para seguir construyendo, entre todas y todos, el Reino de Dios, que es verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz. Que este sacrificio eucarístico de Jesús que renovamos dé a nuestros difuntos la vida plena en la eternidad. Que así sea, por intercesión de la Virgen de la Masacre, la Virgen María.
LEM. Claudia Corroy
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