jueves, 11 de marzo de 2010

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Lamentó el obispo Felipe Arizmendi Esquivel.


Los casos comprobados de
pederastia clerical provocan
dolor, indignación y vergüenza


Amalia Avendaño-
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, 10 de marzo.- Los casos comprobados de pederastia clerical provocan dolor, indignación y vergüenza y “generan descontrol en muchos fieles y desconfianza en la guía de nuestra Iglesia pues perjudican su testimonio del Evangelio”, lamentó el obispo Felipe Arizmendi Esquivel.
En su artículo semanal, titulado en esta ocasión “Nuestra Iglesia es confiable”, califica como “un crimen atroz, execrable, que no tiene nombre” al abuso sexual contra menores de edad, “sobre todo cuando es cometido por clérigos en quienes los padres de familia habían depositado su confianza”.
Expresa que también duele y molesta que “esta situación se resalte y se machaque tanto en ciertos medios informativos, porque denotan su propósito de desprestigiar a nuestra Iglesia y restarle autoridad moral, para que así nuestras denuncias a sus conductas inmorales pierdan fuerza y autojustificarse”.
Consideró que “exageran quienes afirman que, por estos casos, nuestra Iglesia sufre una pérdida de control interno y una crisis profunda y generalizada. Se atreven a pedir que se acabe el celibato, como si éste fuera el culpable. No saben lo que dicen, pues lamentablemente este delito no es privativo de sacerdotes católicos, sino que acontece en muchos sectores de la sociedad”.
Puso como ejemplo datos oficiales de Auistria que indican que en un mismo periodo de tiempo los casos comprobados en instituciones relacionadas con la Iglesia son 17, mientras que ha habido 510 en otros ambientes.
“En México, sin tener estadísticas comprobadas, se puede afirmar que son muy pocos los casos de sacerdotes pederastas, en comparación con los que suceden en otras instancias, incluso en la propia familia. Aunque un solo caso basta para condenarlo, suceda donde suceda”, dijo. .
Aclaró que la Iglesia “ninguna manera tolera, solapa o minimiza estos crímenes, cuando se comprueban. Desde la formación sacerdotal en los Seminarios, se exige que haya idoneidad probada para vivir la castidad y el celibato. Las penas canónicas contra quien incurre en estas faltas, son muy graves. De ninguna manera se propician esas aberraciones”.
Dijo que al interior existe “gran seriedad para examinar las denuncias y se procura proceder con discreción, por respeto a los implicados, no para disminuir la gravedad de las faltas, ni para exonerar a los culpables. No todas las denuncias son creíbles, pues algunos sólo intentan una extorsión económica”.
Reconoce que “Jesucristo, Dios y hombre perfecto, no escogió ángeles para presidir su Iglesia, sino seres humanos, falibles y pecadores; sin embargo, a todos cuantos la integramos, no sólo a los ministros, nos exige ser santos”.
Recuerda que el evangélio advierte que a quién “ escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar”.
Ratifica que la Iglesia “es santa y confiable porque su cabeza, Jesucristo, es santo y porque muchísimos de sus miembros viven santa y dignamente. El Espíritu Santo actúa en verdad hoy también. Y esta santidad existe en presbíteros y fieles. En general, los sacerdotes han sido y siguen siendo dignos de confianza, a menos que se compruebe lo contrario”.

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